Jueves de Pascua
Terminaba ayer mi breve alocución invitando a quienes han abandonado la Iglesia a volver a la comunidad como los de Emaús. En la mesa familiar que es la Iglesia, ella parte y comparte con nosotros el Pan de la Eucaristía, en la que se forja y modela nuestra existencia cristiana y nuestra fraternidad. Sin ella no podemos vivir, como proclamaban los mártires de Cartago en el año 304. En el sacramento de su cuerpo y de su sangre el Señor robustece nuestra fe y alienta nuestra esperanza en la vida eterna, fruto de la Pascua, en la que viviremos dichosos con Cristo y con los Santos, en comunión de gozo y de vida con la Santísima Trinidad.
La Eucaristía, alimento que restaura nuestras fuerzas, nos ayuda además a vivir la vida nueva inaugurada por la resurrección de Jesucristo, una vida de piedad sincera vivida en las cercanías del Señor; una vida alejada del pecado, de la impureza, del egoísmo y de la mentira; una vida pacífica, honrada, austera, sobria, fraterna, edificada sobre la justicia, la misericordia, el perdón, el espíritu de servicio y la generosidad; una vida, en fin, asentada en la alegría y en el gozo de sabernos en las manos de nuestro Padre Dios y, por ello, libres ya del temor a la muerte.
A todos los que habéis abandonado la Iglesia os quiero decir que rezo por vosotros. Al mismo tiempo, os presento con humildad y con amor esta propuesta: volved a la comunidad, volved a la Escritura, en la que encontramos «la ciencia suprema de Cristo» (Fil. 3,8). Volved a la Eucaristía. En la Iglesia os reencontraréis con el Señor, que es con mucho lo mejor que os puede suceder.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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