Jueves Sacerdotal: Francisco Ortiz: “Nuestra espiritualidad diocesana nos lleva a tener los ojos abiertos en este tiempo de pandemia”
Canónigo, vicario general, párroco, formador del Seminario…son muchos los servicios que ha prestado Francisco Ortiz, sacerdote de la Archidiócesis de Sevilla, durante los últimos cuarenta años a la Iglesia diocesana. A continuación, conocemos mejor su vocación y su ministerio.
Su infancia se desarrolló en un ambiente religioso, de hecho, cuenta que su casa natal en Constantina comunicaba por un patio con dependencias de la parroquia: “Mis muros familiares eran muros del templo parroquial. De manera natural, sin grandes altibajos, he ido viviendo y descubriendo lo sobrenatural que el Señor me ha ido dando gratuitamente”.
De igual forma –natural y “nada beato”- sintió que Dios lo llamaba a la vida consagrada con 17 años. En esta etapa destaca la mediación de las religiosas de la Doctrina Cristiana y el testimonio de “no pocos seglares”.
En su discernimiento encauzó su vocación hacia los misioneros claretianos: “Un buen día -tras pensar y orar- partí para iniciar el noviciado en el pueblo de Loja. Creo que mi partida, pensándolo desde la distancia del tiempo, fue un poco abrahánica. Sin saber, me fié y partí”.
Durante estos años, que describe como “inolvidables”, estudió Teología en la Facultad de Granada, una formación que concluyó en el Seminario Mayor de Sevilla cuando “por diferentes motivos descubrí que mi vocación no era servir a la Iglesia como consagrado”, hasta que fue ordenado sacerdote diocesano en 1981.
De Huévar del Aljarafe a la Catedral
Francisco Ortiz recuerda cómo Huévar fue “mi primera novia pastoral”. Explica que es un pueblo “acogedor y religioso a su manera” que le ayudó a “querer y valorar tantas manifestaciones de piedad popular”.
Más tarde, lo destinaron a la Parroquia de San Vicente, en Sevilla, en la que elaboró un proyecto pastoral titulado ‘Construyamos, por fin San Vicente’ que “me animó mis cuatro cursos de estancia en la parroquia”.
Finalmente, desde 2013 es párroco de Nuestra Señora de los Remedios, también en la capital, donde está desarrollando un proyecto bajo el título ‘Los Remedios: lugar de sinodalidad y conversión pastoral”. Al respecto, opina que es “difícil hacer una parroquia con sentido comunitario” y que ese es “el milagro pendiente”, pero “estamos en ello, no nos falta oración e iniciativas”.
Además de estas tres experiencias parroquiales, Francisco fue nombrado canónigo del Cabildo Catedral en 1994, “una institución con carisma” a la que “no se viene a lucir el hábito, sino a trabajar”. “Lo primero –apunta- es la misión espiritual, el servicio de altar y coro, y después todo lo demás. Es también culto y cultura; es gestión y comunión de bienes con la Iglesia diocesana y sus necesidades”. No en vano, actualmente es el delegado de Administración y Patrimonio del Cabildo.
“El Seminario es inicio y la tarea permanente”
Finalmente, del perfil de Francisco Ortiz destaca también su paso como formador tanto del Seminario Menor de Pilas como del Metropolitano de Sevilla. En este segundo, en el que estuvo durante trece años, “he sido testigo de la gracia vocacional que el Señor nos ha dado y la gran tarea de formar a los futuros sacerdotes inculcando siempre que el Seminario es inicio y que la tarea es permanente”.
Igualmente, señala como bases que marcaron su trabajo con los seminaristas “la rica aportación del magisterio de San Juan Pablo II y el buen hacer de la Comisión Episcopal de Seminarios y Universidades”. Gracias a estas contribuciones se construye el Seminario como “comunidad educativa en camino para verificar e identificarse con un estilo de vida marcado por la espiritualidad específica de los que somos sacerdotes seculares”.
Y precisamente, a raíz de esta experiencia, Francisco recomienda a los futuros sacerdotes que actualmente se forman en el Seminario de Sevilla que confíen siempre en Dios, “sin desanimarse y así poder entregarse a la misión que es un proyecto de por vida”. Asimismo, les insta a “estar atentos a la encomienda de la Iglesia, a través de nuestro Obispo, y al servicio de las necesidades del lugar donde seamos enviados”.
Porque son muchos los retos a los que se enfrenta el sacerdote de hoy, por eso, concluye, “nuestra espiritualidad diocesana nos lleva a tener los ojos abiertos en este tiempo de pandemia, a estar en medio de crisis familiares, sociales o personales. Sacerdotes en medio de su pueblo creciendo como personas cercanas y sirviendo como buenos pastores”.