Justicia salarial | Carta dominical del Arzobispo (02-10-2022)
El próximo 7 de octubre celebraremos la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, que este año está dedicada a los trabajadores de todo el mundo que reclaman justicia salarial. Tenemos presente que el trabajo es un derecho de todos los hombres y mujeres, propio del ser humano creado a imagen y semejanza de Dios. En los primeros capítulos del libro del Génesis se nos muestra como el Creador al colocar al ser humano en medio del jardín del Edén para que lo labrase y cultivase (Gén 2,15) le hace un encargo propio de su dignidad. Deja en nuestras manos la labor de continuar, de perfeccionar la creación. Un hecho que se pone de manifiesto cuando el Señor decide descansar el séptimo día (Gén 2,2).
El trabajo ha de ser ejercido siempre con honradez y rectitud, evitando toda práctica ilícita o inmoral que perjudique al prójimo y ofenda a Dios Creador. La decencia debe ser ejercida en las dos direcciones, que son complementarias. De un lado el trabajador ha de ser competente y responsable en su labor, especialmente cuidadoso de realizar bien su trabajo, evitando la dejadez, tal como recomienda San Pablo en su segunda carta a los tesalonicenses (2 Tes 3,7-12). Por otra parte, el empleador ha de proceder con justicia en cuanto a las condiciones laborales, es decir, conforme a la verdad, recompensando el trabajo como corresponde y procurando que éste pueda ser desarrollado en condiciones óptimas para la salud y bienestar del trabajador. Esa doble vertiente de la decencia, tanto del trabajador como del empleador, responde al mandato divino de amar al prójimo como a uno mismo (Mt 37-39).
Además de su vertiente social, el trabajo tiene una dimensión sobrenatural, un sentido religioso; precisamente por su dignidad, el trabajo no puede atentar contra los preceptos divinos, y tampoco puede considerarse trabajo digno lo que atenta contra el medio ambiente o es causa de pobreza para sociedades más desfavorecidas que la nuestra, dificultando la vida y el desarrollo de sus habitantes por el solo hecho de aumentar los beneficios. Al contrario, con nuestro trabajo, además de garantizar nuestro sustento y buscar el justo progreso de empresarios y trabajadores, hemos de procurar atesorar donde la polilla no corroe ni hay ladrones que puedan sustraer lo que con tanto esfuerzo hemos conseguido (Mt 6,20).
Sentido religioso de nuestro trabajo y solidaridad se ven unidos así de un modo indisoluble. Una solidaridad que debe entenderse tanto hacia dentro de la empresa como hacia afuera. Trabajadores y empresarios han de buscar modos en los que los beneficios de su trabajo repercutan directamente en el desarrollo de aquellos que han tenido menos oportunidades. En este mismo sentido, el desarrollo y puesta en práctica de programas para la formación e incorporación de los jóvenes a la vida laboral, tan difícil en estos tiempos, es sin duda una de las mejores inversiones que puede realizar una empresa. Pero además de la formación e incorporación al mercado laboral, para los jóvenes es un derecho inalienable poder sustentarse con su trabajo, de modo que puedan acceder a una vivienda y unas condiciones de vida dignas.
Al celebrar esta Jornada Mundial por el Trabajo Decente os invito a dar gracias a Dios por el don precioso del trabajo, que tantos beneficios nos aporta y que hace brillar nuestra dignidad como seres creados a imagen y semejanza de Dios; en este día, pedimos también para que el mundo de la economía y el trabajo se organicen de modo que pueda haber trabajo para todos, y pueda haber justicia salarial. Quizá suena a utopía ingenua e inalcanzable, pero no dejemos de luchar por mejorar las cosas, por mejorar el mundo. A la Sagrada Familia de Nazaret, ejemplo de justicia y fidelidad en el trabajo, os encomiendo.
+ José Ángel Saiz Meneses
Arzobispo de Sevilla