LA ALEGRÍA DE ANUNCIAR EL EVANGELIO
En ella oramos por los seminaristas y las vocaciones y ofrecemos al Seminario, corazón de la Iglesia diocesana, nuestra ayuda económica, conscientes de que la pastoral vocacional es uno de los sectores más importantes para el futuro de la Iglesia.
El lema elegido para el Día del Seminario es La alegría de anunciar el Evangelio. Anunciar el Evangelio -nos dice el Papa en la exhortación apostólica Evangelii gaudium- “sigue siendo la fuente de las mayores alegrías para la Iglesia” (n. 15). El anuncio del Evangelio abre nuestra vida a la alegría verdadera, al gozo pleno del corazón, que alcanza en Cristo “la certeza personal de ser infinitamente amado, más allá de todo” (n. 6). La alegría es el signo más elocuente del paso del Evangelio por la vida de las personas, y el testimonio más potente de un apóstol en su tarea diaria. Por ello, la Iglesia tiene necesidad de sacerdotes que rezumen alegría. En este sentido escribía Pablo VI en la exhortación apostólica Gaudete in Domino: “Ojalá el mundo actual, que busca a veces con angustia, a veces con esperanza, pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo”.
Hoy necesitamos sacerdotes que sean servidores de la alegría (1 Cor 1,24), apóstoles de la salvación, para que nadie quede excluido del gozo que produce el encuentro con el Señor. Donde falta el sacerdote son muchas las personas que se ven privadas de la alegría sobrenatural de la gracia divina. De las manos de los sacerdotes nacemos a la filiación divina por el bautismo, recibimos el perdón de los pecados, encontramos la presencia real y verdadera de Cristo entre nosotros por el milagro admirable de la Eucaristía, los enfermos encuentran consuelo y los que sufren un padre.
Donde hay un sacerdote bueno y santo brota espontánea la alegría de la presencia salvadora de Dios, la alegría del Evangelio predicado, la alegría que produce la gracia recibida en los sacramentos, la alegría fruto de la caridad y el servicio a los pobres. Agradezco la generosidad de tantos sacerdotes de nuestra Archidiócesis que están entregando con alegría la vida por los fieles que la Iglesia les ha confiado. Mi gratitud especialmente a los que se preocupan de suscitar vocaciones y las cuidan.
Puesto que toda la comunidad diocesana debe empeñarse en la pastoral vocacional, invito a los padres cristianos a considerar un privilegio excepcional la llamada de Dios a alguno de vuestros hijos. Como San José, debéis ser los animadores y custodios de su vocación. Ámbito privilegiado de la pastoral vocacional debe ser también la escuela, especialmente los centros católicos. De los educadores cabe esperar una palabra que oriente el futuro de sus alumnos. Otro tanto cabe esperar de los movimientos y asociaciones seglares, singularmente nuestras hermandades y cofradías, que tradicionalmente vienen siendo un vivero estimable de vocaciones. Implicarse en este campo es un signo de amor a la Iglesia y de preocupación por su futuro.
Son muchas las comunidades religiosas que oran y trabajan por las vocaciones sacerdotales en la Archidiócesis. Con mi gratitud, les pido que muestren la belleza de la vocación sacerdotal a los adolescentes y jóvenes cercanos a sus obras apostólicas o sociales. Las comunidades parroquiales deben ser las primeras en pedir al Dueño de la mies que mande obreros a su mies, pues son las primeras que se benefician de los buenos pastores. Por ello, deben ayudar también al sostenimiento de los Seminarios y suscitar la inquietud vocacional entre los más jóvenes de la comunidad parroquial. Consciente de que el florecimiento vocacional es el termómetro de la vitalidad de una parroquia, pido a sacerdotes, consagrados y fieles, catequistas y profesores de religión, que hablen a nuestros jóvenes de la vocación sacerdotal y les animen a preguntarse qué quiere Dios de ellos.
Damos gracias a Dios por nuestros tres Seminarios, en los que se forman 59 jóvenes. Conscientes de que la vocación es hoy un milagro de la gracia, alabamos a Dios por cada joven que, dejando familia y afanes personales, tal vez una carrera universitaria y un claro futuro profesional, han decidido ingresar en el Seminario. Por ellos rezo cada día. Invito a todos los fieles a que se unan a mi plegaria por la fidelidad y perseverancia de los seminaristas. Y a vosotros, queridos seminaristas, os deseo que Dios premie vuestra generosidad con la alegría que nada ni nadie puede arrebatar porque nace del encuentro con el Señor.
A Nuestra Señora de los Reyes, patrona de la Archidiócesis, le pedimos que nuestra tierra sea fecunda en santos sacerdotes para que la alegría del Evangelio alcance a todos los hombres.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla