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LA BELLA Y LIBERADORA AVENTURA DE LA MISIÓN AD GENTES

La misión ad gentes es una maravillosa aventura, que es bella porque se hace desde la belleza del Amor con mayúsculas de Dios, y con y para el amor fraternal de los hombres. Y es liberadora porque está puesta enteramente al servicio del bienestar integral de todos los hombres y mujeres de la Tierra.

El carácter de la Jornada Mundial de las Misiones (DOMUND) de este año queda sintetizado en el lema “Misioneros de la fe”; un lema directo y provocativo, porque los sacerdotes, religiosos y laicos que llevan a todo el mundo el Evangelio son realmente misioneros de la fe en Dios, en nuestro Señor Jesucristo, pero también misioneros de la fe en los hombres y mujeres de buena voluntad, de la fe en un mundo mejor y más justo para todos. En definitiva, misioneros de la fe que ama, libera y lleva a la plenitud por obra de Jesucristo.

 

"Llamados a hacer resplandedcer la Palabra de verdad"

 

LLAMADOS…

En nuestra vida creyente, la llamada es igual de importante que en nuestra vida personal o social. A esa llamada la denominamos “vocación”. La Iglesia nace de la llamada de su Señor. La tarea misionera de la Iglesia no es un capricho autoimpuesto en la Iglesia. Surge de una vocación, de una llamada de su Señor, Jesucristo. Sus palabras recogidas al final del Evangelio de Mateo resuenan como un mandato imperativo suyo: “Id, pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que  os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos” (Mt 28,19-21).

La missio ad gentes es la tarea a la que llama firme pero amorosamente el Señor a su Iglesia. Porque Jesucristo ama a su Iglesia y ama a las gentes del mundo entero, llama a estas a integrarse en su comunidad de amor, a formar parte de la Iglesia, a compartir los valores del reino de Dios, del Dios Trinitario, que, por eso mismo, es comunidad en sí mismo, familia desbordante de amor. Jesús quiere que su comunidad, su Iglesia, sea tan desbordante de amor, de comunidad, de familia, como lo es la propia naturaleza divina.

Si Dios, el Dios que llama a la Iglesia, es Amor Comunitario, también lo debe ser su Iglesia. Si el amor de Dios es de una entrega total hasta la muerte, el de la Iglesia debe seguir su ejemplo de entrega total. Todos los seres humanos de la Tierra son igualmente, sépanlo o no, hijos de Dios y hermanos, y la Iglesia debe ser para todos ellos una Madre amorosa y entregada. La misión ad gentes no es más, ni menos, que la expresión de esta entrega amorosa de la Iglesia a todos los seres humanos por orden de Jesucristo, quien primeramente se entregó a todos.

 

… A HACER RESPLANDECER

“Resplandecer”… Según el Diccionario de la Real Academia Española, el verbo “resplandecer” tiene tres acepciones. La primera es: “Dicho de una cosa: despedir rayos de luz”. La segunda: “Sobresalir, aventajarse a algo”. La tercera: “Dicho del rostro de una persona: reflejar gran alegría o satisfacción”.

De una manera o de otra, todas estas acepciones del verbo “resplandecer” pueden aplicarse a la misión ad gentes. En palabras de Benedicto XVI en su Mensaje para esta Jornada misionera: “El afán de predicar a Cristo nos lleva a leer la historia para escudriñar los problemas, las aspiraciones y las esperanzas de la humanidad, que Cristo debe curar, purificar y llenar de su presencia” .

La segunda acepción, “sobresalir”, evoca a los misioneros, los “misioneros de la fe”, que transmiten el Evangelio porque están convencidos de que su mensaje, el mensaje de Jesucristo, es precisamente Buena Nueva que sobresale, destaca y aventaja a otros mensajes.

Finalmente, “reflejar gran alegría o satisfacción”. ¿No es esto precisamente lo que hacen los misioneros? ¡Encontrar la alegría en los rostros de las personas que, por vez primera, escuchan el Evangelio, y en el de aquellas que, habiéndolo recibido y después olvidado, renuevan su ilusión ante la Nueva Evangelización!

 

… LA PALABRA DE VERDAD

La Palabra es Jesucristo. Dirá el evangelista Juan: “En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios” (Jn 1,1). Se trata, por tanto, de una Palabra divina, que no es pura letra, sino la persona misma de Jesús de Nazaret. Y es esa misma Palabra la que previamente ha llamado al misionero a ser su portavoz, a llevarla al lugar más recóndito del mundo para que suene a Palabra salvadora y liberadora para todos los hombres y mujeres de la Tierra.

“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros…” (Jn 1,14). La Palabra, Dios hecho hombre, Jesucristo, puso su morada entre los hombres. Esto significa que el mismo Dios fue el primero en inculturarse. Se hizo hombre en Jesús, inculturándose en el mundo judío del siglo I de nuestra era. Él es la Palabra. Él fue y es, podríamos decir, el “Primer Misionero”. “Así pues, todo lo bueno que se halla sembrado en el corazón y en la mente de los hombres, en los propios ritos y en las culturas de los pueblos, no solamente no perece, sino que es purificado, elevado y consumado para gloria de Dios, confusión del demonio y felicidad del hombre” (AG 9).

La palabra que transmite y lleva el misionero es anuncio. Y ¿cuál es el punto central de ese anuncio? En palabras del propio Papa Benedicto XVI: “El punto central del anuncio sigue siendo el mismo: el kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el kerigma del amor de Dios, absoluto y total para cada hombre y para cada mujer, que culmina en el envío del Hijo eterno y unigénito, el Señor Jesús, quien no rehusó compartir la pobreza de nuestra naturaleza humana, amándola y rescatándola del pecado y de la muerte mediante el ofrecimiento de sí mismo en la cruz”.

 

Eduardo Martín Clemens


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