LA CRISIS QUE NO CESA, Carta del 14-10-12

LA CRISIS QUE NO CESA, Carta del 14-10-12

 

Tres años después, cuando la crisis no sólo no se ha resuelto, sino que se ha agravado con el crecimiento espectacular del paro, que llega a los cinco millones y medio de desempleados, los recortes en sueldos y prestaciones sociales, el millón setecientas mil familias con todos sus miembros en paro, con tantos miles de familias que lo han perdido todo, el trabajo, el piso e incluso la esperanza, puede ser útil volver a este texto  para invitaros a adoptar actitudes de cercanía eficaz con los hermanos que sufren agudamente las consecuencias de la crisis.

Los Obispos iniciábamos el documento animando a las comunidades cristianas y a todos los hombres de buena voluntad a discernir el momento presente y a comprometerse con generosa solidaridad. En la introducción del texto se afirmaba que “la crisis económica que vivimos tiene que ser abordada, principalmente, desde sus causas y víctimas, y desde un juicio moral que nos permita encontrar el camino adecuado para su solución”.

El documento estudiaba las causas de la crisis y afirmaba que la razón última es el oscurecimiento de los valores morales, la falta de honradez, la codicia de muchos y la carencia de control de las estructuras financieras, fruto de la globalización de la economía. Las primeras víctimas –decíamos los obispos- son las familias, sobre todo las numerosas, los jóvenes, los pequeños y medianos empresarios, los agricultores y ganaderos, que viven en una angustiosa situación económica, y los emigrantes, que en los años pasados han contribuido a nuestro bienestar y a los que ahora no podemos abandonar.  El documento denunciaba la escasa protección social de la familia y las políticas antinatalistas, cuyas consecuencias sufrirán especialmente las futuras generaciones.

En la segunda parte, se afirmaba que no hay verdadero desarrollo sin Dios, que es el garante del auténtico desarrollo, que debe  alcanzar a todo el hombre y a todos los hombres. Sugería después que no pude haber un desarrollo genuino sino desde la plataforma de unas profundas convicciones religiosas y desde la luz de la fe, pues de lo contrario el mundo de la economía se regiría por la ley de la selva. Por ello, afirmaba citando la encíclica Caritas in veritate, que el desarrollo es imposible sin hombres rectos, sin operadores económicos y políticos que vivan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común.

En su tercera parte, la declaración nos  comprometía a implicarnos en el servicio a las víctimas de la crisis. El sufrimiento de nuestros hermanos debe tocar nuestro corazón de creyentes e impulsarnos  a dar una respuesta inmediata a tanto dolor, poniéndonos en el lugar de las víctimas y compartiendo con ellas nuestros bienes. Aquellos cristianos que tienen  responsabilidades en la vida política o económica están obligados a  impulsar un nuevo dinamismo laboral que nos comprometa a todos a favor de un trabajo digno, que sea expresión de la dignidad esencial de todo hombre o mujer. En concreto, se pedía un trato humano y solidario con los emigrantes, cuyos derechos no se pueden recortar, pues afectan decisivamente a su dignidad como personas.

El texto concluía con una llamada a las comunidades cristianas y todos los hombres y mujeres de buena voluntad a trabajar para superar la crisis, conscientes de que no habrá cambios sociales significativos y duraderos sin una verdadera conversión del corazón. Sólo hombres convertidos, con un corazón nuevo y un espíritu nuevo, serán capaces de impulsar los cambios sociales necesarios para que el auténtico bienestar llegue a todos los hombres.

La Iglesia tiene en este sentido un vademecum precioso, su Doctrina Social, que nos orienta a la hora de impulsar un verdadero desarrollo integral, que requiere una renovación ética de la vida social y económica, un compromiso renovado de servicio a los pobres y una apuesta decidida en la lucha contra la pobreza como exigencia de la caridad. Así lo están haciendo ejemplarmente nuestras Caritas, Manos Unidas, las parroquias, los religiosos y las Hermandades y Cofradías, como expresión de la dimensión samaritana de la Iglesia. Junto a estas instituciones, y apoyándolas como se merecen, todos nosotros debemos ser conscientes en esta hora de la urgencia de comprometernos, adoptando estilos de vida más austeros y haciendo un esfuerzo supremo, heroico si fuera necesario, para salir al paso de esta verdadera emergencia social que hiere a tantos hermanos nuestros. No olvidemos que el amor a los pobres, a los necesitados y a los que sufren será el supremo criterio de discernimiento en el momento crucial del juicio  (Mat 25,31-46).

Concluyo pidiéndoos que viváis el curso pastoral que acabamos de iniciar muy cerca de los pobres, que es tanto como decir muy cerca del Señor, pues es a Él a quien servimos cuando socorremos a los necesitados.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

 

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla


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