La diplomacia de la sonrisa
Se leen estos días comentarios y noticias, de distinto calado y significación, que observo que provocan cierto desasosiego entre los cristianos. Noticias que tienen que ver con el Papa Francisco, con la deriva de sus decisiones «políticas» y con la inclinación ideológica de las mismas, inclinación que algunos no dudan en tildar de izquierdistas, otros simplemente afincadas en un concreto color: para algunos están creando una sensación de zozobra grande, ante sospechas, que les adelanto infundadas en mi opinión, sobre la inclinación temática del pensamiento de Francisco respecto de la orientación que debe tener el papado. En muchas de esas críticas se esconde una intención velada de poner en duda la actividad papal. En otras, sencillamente son la sincera expresión de personas que viven o han vivido las decisiones de anteriores papas con una perspectiva muy común en nuestro entorno cultural, según la cual la política es una simpleza de posicionamientos exiguos en un extremo u otro de la balanza ideológica de nuestra modernidad.
Conste de antemano que mi opinión a este respecto no es tan simple. Comienzo por reiterarles algo que ya he comentado en anteriores post respecto a la sobredosis de política que satura nuestra sociedad. La política se ha colado en todas las reflexiones, instituciones, actividades y colectivos, hasta el extremo de que no sabemos evaluar ninguna decisión si no es desde posicionamientos políticos muy definidos: la Guerra Fría de los años ochenta pareciera que no ha terminado, porque ha dejado en las mentalidades sociales esa impronta dicotómica en la que sólo cabe evaluar los hechos desde posiciones opuestas izquierda/derecha, cuando lo más cierto es que la realidad actual está altamente polarizada y nadie, hoy en día, sería capaz de concentrar ni concretar en un determinado programa ideológico qué posiciones son claramente de izquierdas o claramente de derechas. La contienda del Neoliberalismo versus Neoprogresismo, otra de las denominaciones de esta dicotomía, es una gran simpleza, pues si bien es cierto que tales posiciones existen, no lo es menos que su materialización en nuestra sociedad da lugar a grandes contradicciones y a veces sinsentidos. El reciente artículo en ABC de Guy Sorman, a quien tengo en alta estima por la claridad de algunas de sus reflexiones, que titula a Francisco como «Un Papa Rojo y Verde«, parece afincarse en este posicionamiento dicotómico, un poco maniqueo, por el que determinadas decisiones tienen naturaleza de izquierdas o de derechas, según cuál sea lo que finalmente se decida, lo cual, a mi modesto entender, reduce la polarización del pensamiento cultural a dos lentes casi ridículas y algo exiguas. La polarización ideológica, en nuestra sociedad, además se desarrolla en un entorno donde los niveles culturales andan a la gresca, de modo que una sociedad donde existen élites altamente culturizadas, se desarrolla a la par de otra en la que la cultura, la Educación con mayúsculas, es casi inexistente. Desde esas ópticas, una decisión política puede tener muchas perspectivas, a veces finalistas, a veces utilitaristas. Lo que diferencia las decisiones políticas del Papa Francisco, al menos hasta hoy, es que sus finalidades han sido claramente humanistas.
En las últimas semanas nos han sorprendido, es cierto, algunas decisiones de la diplomacia vaticana. Francisco no se anda con medias tintas en cuanto a razones de alta política, y por esos motivos intermedia en la apertura de Cuba a los Estados Unidos de América, en el reconocimiento de Palestina como estado o incluso abriendo las puertas del Vaticano a un teólogo, algunos dicen que «proscrito«, como el domínico Gustavo Gutiérrez, mentor de la teología de la liberación. Cada una de estas decisiones, como algunas futuras, acaban requiriendo de muchas explicaciones y justificaciones en un mundo «dicotomizado«, si me permiten el esperpéntico término. Y digo lo de «en el futuro», porque muy probablemente la próxima encíclica de su Santidad, dedicada a la ecología, probablemente se interprete en clara posición a favor de posiciones ecologistas que ha tiempo fueron adoptadas por ideologías izquierdistas, más para socavar al neoliberalismo más soberbio, que para propiciar un claro entendimiento entre el ser humano y la madre Naturaleza.
Es aconsejable no dejarse informar por fuentes manipuladas, manipulantes, fuentes interesadas en un posicionamiento a favor de una ideología u otra. Siempre tras las fuentes existe un interés, y con estas cuestiones políticas más aún. Es más recomendable beber de las fuentes originales, irse directamente la web del Vaticano y conocer los discursos, las palabras, los hechos, para tomar una perspectiva de conjunto sobre los mismos. Al hilo de ello, es urgente tomar una perspectiva de conjunto. Francisco es un Papa universal que tiene una visión de la Iglesia Católica muy por encima de la corta perspectiva que podemos tener los cristianos de una determinada región del mundo. Igualmente, así se desarrolla la diplomacia vaticana. Desde Europa y Norteamérica, donde tenemos la desfachatez y a veces soberbia de llamarnos el Occidente civilizado, se adoptan a veces posiciones ideológicas muy concretas en las que se nos olvida precisamente la perspectiva humanista, no digo social porque se trata de un término claramente manoseado. Este Papa toma una posición puramente humana para decidir sobre los temas de más complejidad, es mi sincera opinión. Desde la visión de un jesuita que conoce profundamente la Iglesia hispanoamericana, hace falta una gran apertura a Cuba para que Cuba se abra al mundo: Juan Pablo II ya abundó en esta idea, y sin dejar de denostar las actitudes inhumanas del Castrismo, dio los primeros pasos para que la Iglesia abriera puertas en Cuba. Así se echan abajo algunos muros, así consiguió Juan Pablo II derribar el muro de Berlín y así está consiguiendo Francisco derribar el muro imaginario que se extiende entre La Habana y Miami.
En mi opinión sucede igual con Palestina, donde pareciera que es imposible tomar una decisión política si no está cimentada sobre la «mejor posición liberal» de Israel, si bien mientras tantos no cabe otra solución que dar carta de naturaleza a una población que vive y se desarrolla políticamente en unas condiciones que requieren de una nueva perspectiva humana. Entiendo, no obstante, el desconcierto de Ramón Pérez-Maura, que expresa en su reciente artículo sobre la decisión del Papa a este respecto, y su acercamiento a Mahmud Abbas: comparto la opinión de que los cristianos palestinos probablemente estén más protegidos con Israel frente al islamismo radical más fundamentalista. Y ahí mi única reflexión es que frente a eso, en la Iglesia Católica sólo podemos poner la otra mejilla, nuestra Iglesia sólo puede hacer una política posible, basada en el acercamiento, en tender la mano, en abrir puertas, en ofrecer una sonrisa sencilla para facilitar un acercamiento urgente. En nuestra Iglesia no cabe otra política que no sea humana: desde la Iglesia Católica sólo cabe esta forma de hacer política en la que se ofrece la paz y se da la vida frente al adversario.
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