LA ENCÍCLICA ‘LUMEN FIDEI’
En la introducción se nos dice que la fe es capaz de iluminar toda la existencia del hombre y de ayudarle a distinguir el bien del mal. No es una vana ilusión ni un salto en el vacío que impide la libertad del hombre. Tampoco es un presupuesto que hay que dar por descontado, sino un don de Dios que debe ser alimentado y fortalecido. Poniendo ante nuestros ojos la figura bíblica de Abraham, la encíclica nos dice que la fe es escucha de la Palabra de Dios, llamada a salir del aislamiento del propio yo, para abrirse a una nueva vida. Es al mismo tiempo promesa de futuro, que abre nuestra vida a la esperanza. La fe entronca además con la "paternidad", porque el Dios que nos llama no es un Dios extraño, sino que es Dios Padre, fuente de bondad, origen de todo y quien lo sostiene todo. La fe es confiarse al amor misericordioso de Dios, que siempre acoge y perdona, que endereza "lo torcido de nuestra historia". Es disponibilidad para dejarse transformar por Dios y "es un don gratuito de Dios que exige la humildad y el valor de fiarse y confiarse, para poder ver el camino luminoso del encuentro entre Dios y los hombres" (n. 14).
La encíclica se centra después en la figura de Jesús, el mediador, que nos abre a una verdad más grande que nosotros, a la manifestación más plena del amor de Dios que es el fundamento de la fe. En “la contemplación de la muerte de Jesús la fe se refuerza", porque Él revela su inquebrantable amor por el hombre. Por su resurrección es "testigo fiable" y "digno de fe”. La fe nos ayuda a ver las cosas del mundo y de nuestra propia vida como las ve Él, con sus propios ojos. Así como en la vida diaria confiamos en "la gente que sabe las cosas mejor que nosotros", el arquitecto, el farmacéutico, el abogado, también la fe necesita de alguien que sea fiable y experto en "las cosas de Dios". Ese es Jesús, que nos explica a Dios. Por ello, creemos a Jesús cuando, gracias al Espíritu Santo, aceptamos su Palabra; y creemos en Jesús cuando lo acogemos en nuestras vidas y nos confiamos a él.
En la segunda parte, el Papa se centra en la estrecha relación entre fe y verdad, la verdad fiable de Dios. Hoy es más necesario que nunca subrayar esta conexión, porque la cultura moderna acepta solo la verdad tecnológica, lo que se puede demostrar empíricamente. Aquí el Papa abre una amplia reflexión sobre el "diálogo entre fe y razón". En el mundo de hoy la verdad universal da miedo, porque se la identifica con la imposición intransigente de los totalitarismos. La verdad, sin embargo, nace del amor de Dios, que no se impone con la violencia, que no aplasta al individuo. Por esta razón, la fe no es intransigente, el creyente no es arrogante. Por el contrario, la verdad nos hace humildes y conduce a la convivencia y al respeto del otro. La fe no se niega al diálogo.
En el tercer capítulo el Papa se centra en la evangelización: quien se ha abierto al amor de Dios, no puede retener este regalo para sí mismo. Quien tiene la luz de la fe, se convierte en testigo dentro de la comunión de la Iglesia, testigo que comparte lo que cree y que anuncia su propia experiencia de fe. Por esta razón, "quien cree nunca está solo”. La fe crece en la participación en los sacramentos y, dado que la fe es una sola, tiene que ser confesada en toda su pureza e integridad.
En el capítulo cuarto el Papa explica la relación entre la fe y el bien común. La fe, que nace del amor de Dios, hace fuertes los lazos entre los hombres y se pone al servicio de la justicia, el derecho y la paz. Por ello, no nos aleja del mundo y no es ajena al compromiso concreto del hombre contemporáneo. La fe ilumina todas las realidades humanas, el matrimonio, la vida de los jóvenes, las relaciones sociales, el medio ambiente, las formas de convivencia, la noción de bien común, el sufrimiento y la muerte
Concluye la encíclica con una plegaria a la Virgen, "icono perfecto" de la fe. A todos os encomiendo a ella y os invito a leerla y estudiarla. Ello nos ayudará a fortalecer nuestra fe; nos recordará que aquellos que creen nunca están solos y nos enseñará a mirar con los ojos de Jesús.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina Arzobispo de Sevilla