La fe en tiempos del Coronavirus
La epidemia que actualmente sufrimos me ha recordado un testimonio conmovedor del año 253 d. C. acerca de cómo los primeros cristianos afrontaron una gran plaga de peste que diezmó la ciudad de Alejandría. Así cuenta Dionisio, el obispo de aquella ciudad: «La mayoría de nuestros hermanos, por exceso de amor y de afecto fraterno, olvidándose de sí mismos y unidos unos con otros, despreocupados de los peligros, visitaban a los enfermos, les atendían en todas sus necesidades, los cuidaban en Cristo y hasta morían contentísimos con ellos… los mejores de nuestros hermanos partieron de la vida de este modo, presbíteros —algunos—, diáconos y laicos, todos muy alabados, ya que este género de muerte, por la mucha piedad y fe robusta que entraña, en nada parece ser inferior al martirio… En cambio, entre los paganos fue al contrario: incluso apartaban a los que empezaban a enfermar y rehuían hasta a los más queridos, y arrojaban a moribundos a las calles y cadáveres insepultos a la basura, intentando evitar el contagio y la compañía de la muerte, pero no importaba lo que hicieran: no pudieron escapar» (en san Eusebio de Cesarea, Historia Eclesiástica, VII, 22.7-10; BAC 612, 470-471).
No traigo a colación esta noticia para invitar a actitudes privadas de sentido común o a decisiones incívicas y desobedientes, que no respetan las normas de nuestras autoridades. Los primeros cristianos se significaron precisamente por ser buenos ciudadanos incluso cuando el Imperio los perseguía. En estos tiempos turbulentos, los creyentes debemos ser testigos de responsabilidad, minimizando las oportunidades de ser causa de contagio para nuestros vecinos.
Sin embargo, el relato de Dionisio de Alejandría nos da un plus de sentido a lo que está pasando. Junto a la epidemia del coronavirus se está extendiendo otra epidemia invisible que destroza las almas, además de los cuerpos: la angustia y el sinsentido. Nuestros hermanos de la primera hora del Cristianismo alejandrino nos enseñan que la fe en Cristo resucitado debe ser más valerosa que el miedo que se extiende en nuestra sociedad y que el amor por nuestros prójimos, especialmente por los más débiles y vulnerables, debe ser más fuerte que ciertas actitudes pusilánimes, expresión de un posible individualismo insolidario. En esto debemos sentirnos muy agradecidos a los profesionales de la salud que cuidan de nosotros, a pesar de su lógica turbación. A ellos debemos tributarles nuestro reconocimiento y dedicarles nuestra oración ferviente para que sigan realizando el servicio más noble de la condición humana: cuidar de los otros.
Aunque lógicamente necesitamos estar informados, percibo en muchos cierta tendencia a la “infoxicación” (intoxicación de información), a visitar compulsivamente páginas de internet y consumir sin control noticias, lo que más que ayudarnos, potencia el miedo de muchos. Frente a ello, la cuaresma nos propone orar más, dedicar largos ratos a la contemplación pausada del misterio de la pasión del Señor y a la súplica ferviente por nuestros hermanos, especialmente por los que están enfermos y por los que se dedican a cuidarlos.
En fin, se dice que muchos paganos se bautizaron en Alejandría tras aquella epidemia, contemplando emocionados tantos actos gratuitos de amor por parte de sus vecinos cristianos. Ojalá que también en los tiempos del coronavirus la fe de los cristianos de la Archidiócesis de Sevilla resplandezca por la belleza de nuestra confianza en el Señor de la vida.
Álvaro Pereira