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LA IGLESIA DE SEVILLA EN LA PRISIÓN

Como una ventana que se abre a la esperanza en medio de la adversidad y la zozobra. Y a veces hasta en medio de la injusticia. Como un candil que se enciende para que no todo sea oscuridad. Así perciben la fe cristiana, o más bien el encuentro con Jesucristo, los hombres y mujeres que se encuentran en prisión. Así al menos me lo transmiten no sólo los que realizan su maravillosa labor a través de la Delegación Diocesana de Pastoral Penitenciaria (capellanes, religiosas, laicos voluntarios), sino el testimonio directo de quien tengo la oportunidad de acompañar espiritualmente en esa etapa en la que la vida se adentra por un camino insospechado. En esos momentos la Iglesia se hace madre y compañera cercana, sin volver a juzgar lo que ya ha sido juzgado, aunque procurando que las condiciones de la redención que impone la sociedad no sean destructivas, lo que no es tarea fácil en aquellas circunstancias.

 

También dentro de la amarga experiencia de la prisión hay una especie de gradación. Nos podemos imaginar cuánto sufre el padre que tiene fuera a su familia y no puede ser partícipe de cómo crecen sus hijos. Pero, ¿qué puede sentir una madre que ingresa en prisión y tiene a su cargo niños pequeños? Para la familia es sensible la ausencia del padre, pero lo cierto es que la ausencia de una madre deja un hueco mayor en los hijos. Cuando una madre está en la cárcel, los niños (que no tienen culpa del error que cometan sus padres) son los damnificados. Afortunadamente, cada vez son más los centros penitenciarios que cuentan con una unidad de madres, es decir, módulos carcelarios en los que los niños pueden vivir con sus madres hasta determinada edad de una forma aceptablemente normal. En Sevilla, esta unidad de madres cuenta con la asistencia de un joven sacerdote, Santiago César González Alba, labor que compagina con sus tareas de vicario parroquial en El Viso del Alcor. Recientemente, en esta página web de la Archidiócesis hemos recibido noticia de la celebración del sacramento de la confirmación (y en un caso el bautismo) de algunas madres del centro, así como de la visita que estas madres realizaron al palacio arzobispal, siendo recibidas por el Arzobispo de Sevilla, D. Juan José Asenjo. Dos buenas noticias para mostrar la cercanía de la Iglesia de Sevilla con los presos, con las madres en este caso.

 

Cuando Jesús, en el evangelio de San Lucas (Lc 4, 16-21), leyendo el pasaje de Isaías en el que anuncia un año de gracia del Señor, alude expresamente a la liberación de los cautivos, a continuación hace su primer anuncio mesiánico dando cumplimiento y plenitud a lo que ha leído, diciendo: “Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. El Señor ha venido a dar la libertad al que está en prisión y la Iglesia cumple con esta tarea porque la Iglesia es ante todo sacramento de Cristo en medio del mundo. Y la realización concreta de la Iglesia en un lugar es la diócesis. En Sevilla, la Archidiócesis trabaja por esa liberación que no es posible sin una conversión del alma. No basta la recapacitación social si el corazón está herido por el error, el pecado o la desorientación. El anuncio de Cristo es una salvación integral, por eso no es raro que la liberación también pase por los sacramentos.

 

No podemos obviar que igualmente se trabaja por la libertad de los cautivos desde tantas cáritas parroquiales que ayudan a las familias de los presos, o procurando que en el retorno a la libertad sea verdadero, por ejemplo propiciando su participación en  programas contra la drogadicción.

 

La Iglesia de Sevilla está en la prisión, de manera callada pero admirable: los capellanes, los religiosos y mención aparte merecen los seglares voluntarios (en algunos casos, ellos también han pasado por la prisión y saben lo que hay). Todos proclamando un año jubilar que no se acaba, anunciando a Jesucristo. Llevar el amor de Dios, porque a partir de él surge la recuperación y la promoción de la persona. El Arzobispo resumía perfectamente la intención última de la labor de la Archidiócesis en las prisiones en una carta pastoral del pasado septiembre, con unas palabras en las que se dirigía directamente a los presos. Hablan por sí mismas.

 

“Queridos amigos: Dios os quiere. Esta es la primera seguridad  con que podéis contar y el manantial de la verdadera alegría. Fuera de la prisión hay muchas personas que tienen todo lo que se puede desear y no son felices. Por el contrario, se puede carecer de libertad y de dinero y vivir con  paz y alegría, si en nuestro corazón está el Señor. Este es el secreto de la auténtica alegría: que os dejéis amar por Dios y que Él ocupe el primer puesto en vuestra vida.”

 

Marcelino Manzano.

(Twitter: @Marce_Manzano)


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