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La Virgen del Rosario, de Murillo

Celebramos el pasado domingo la fiesta de la Virgen del Rosario, una de las devociones marianas más importantes de nuestra ciudad, que en tiempos de Murillo adquirió un importante protagonismo debido sobre todo a la religiosidad derivada de episodios dramáticos como la peste de 1649, que son vividos como un castigo divino, por lo que se hace necesaria la conversión a Dios por medio de prácticas devocionales como el rezo del rosario que difundirán los dominicos. De este modo los distintos encargos de la Virgen del Rosario que Murillo pinta surgen con el propósito de divulgar su rezo.

El propio Murillo fue devoto de esta advocación, ya que sabemos que el 7 de febrero de 1644 es recibido como hermano en la Cofradía del Rosario del Convento de San Pablo.

Murillo realizó varias versiones de esta iconografía mariana, como las que se exponen en el Museo del Prado, en el Museo de Castres o la del Palazzo Pitti de Florencia, que pudo ser realizada para el Convento Casa Grande del Carmen de Sevilla, que estaba situado en la actual calle Baños. Sin embargo, otros autores identifican la que Murillo pinta para este convento con la que se encontraba en Texas, hoy de propiedad particular. Ambas pinturas son muy semejantes.

Se sabe que La Virgen del Rosario que encargaron los carmelitas de Sevilla fue pintada probablemente entre 1650-1655 y se encontraba en la sacristía de este gran convento que albergaba, además, dos cuadros de Velázquez, la Inmaculada y el San Juan en la isla de Patmos, hoy ambos en la National Gallery de Londres, así como otro Murillo, un Ecce Homo que estaba en un altar lateral de la Capilla Mayor.

El cuadro representa a la Virgen, vestida con amplios ropajes, sentada y sosteniendo en su regazo al Niño Jesús, que se sitúa sobre un lienzo blanco. Ambas figuras se recortan rotundas en un fondo neutro sólo roto por la luz dorada que emana de las cabezas de la Madre y del Hijo. Los dos aparecen con la mirada dirigida al espectador, consiguiendo así que se establezca una relación de confianza, protección y cercanía con éste, ya que la finalidad principal de esta obra es su contemplación mientras se reza el rosario. Precisamente el centro de la composición la ocupa el rosario que sostienen Jesús y María, como entregándoselo al fiel que los contempla e invitarlo al rezo de esta oración.

De la pintura destacan el tratamiento de las telas, especialmente los detalles de la sábana sobre la que se sienta el Niño, el contraste de los colores rojo, azul y dorado de las ropas de la Virgen, así como la belleza de ambos rostros.

La contemplación de esta bella imagen de la Virgen con su Hijo nos recuerda las palabras del Papa Francisco que nos dice que en el rosario nos dirigimos a María para que Ella nos lleve siempre más cerca de Jesús, para conocerlo y amarlo cada vez más.

Antonio Rodríguez Babío

Delegado diocesano de Patrimonio Cultural


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