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La visita del Papa a Ecuador, a través de los ojos de un obispo misionero

Su capacidad de comunicación, su humanidad de acogida, desbordaba por doquier. Su mensaje claro, directo, sencillo, y comprensible para todos, contundente afrontando los desafíos y problemáticas de la sociedad actual partiendo de la realidad concreta e iluminada por el Espíritu Santo y la palabra de Dios.

Sus discursos han quedado como semilla caída en la tierra de nuestros corazones con la esperanza que dará abundantes frutos que permanezcan.

Las multitudes se desplazaron de todos los lugares del país, del norte y del sur, del oriente y de la costa. Con tal de ver, o escuchar al Papa, cientos de kilómetros, días de grandes madrugadas, pasar calor y frío por ver pasar al Papa, la gente regresa cansada pero muy feliz, un sueño cumplido: vimos al Papa y qué bonito su mensaje.

Obispos y sacerdotes, religiosas y seminaristas, pudimos escucharlo en el santuario en el Quinche, educadores y estudiantes pudieron verle y oírle en la Universidad Católica. Representantes de la sociedad civil pudieron sentirle cercano con la problemática de la realidad de nuestro país en el templo de San Francisco.

El pueblo entero, jóvenes y adultos, niños y ancianos, formando un familia multitudinaria de más de un millón de personas en el parque del Bicentenario, el Papa les vio y ellos recibieron su bendición y su mensaje de vida.

Ahora, ¿qué nos toca hacer? Sin duda alguna que cultivar esa semilla sembrada, rumiar y profundizar su mensaje, y actuar, aplicarlo a nuestras realidades.

Los temas fuertes de que nos habló, tocan los puntos neurálgicos de la problemática que vivimos. Fueron: salvar la familia como María en las bodas de Caná, con esa esperanza de que el vino mejor esté por venir.

En el parque del Bicentenario resonó el grito urgente y apremiante como el de aquellos deseos de independencia en Ecuador, nuestro grito misionero de Pablo: “¡Ay de mí si no evangelizo! (I Cor 9,16). La evangelización puede ser vehículo de unidad de aspiraciones, ilusiones y hasta de ciertas utopías, el anhelo de unidad supone la dulce y confortadora alegría de evangelizar. La evangelización no es hacer proselitismos, eso es caricatura de evangelización, sino evangelizar es atraer con nuestro testimonio a los alejados, acercarse a aquellos que se sienten lejos de Dios y de la Iglesia… El señor no fuerza, simplemente toca o golpea suavemente nuestra puerta y espera. Terminaba diciendo: esa es nuestra revolución, evangelizar, porque nuestra fe siempre es revolucionaria y ese es nuestro grito.

La evangelización exige salir y evangelizar con alegría y con valentía. Todos debemos sentirnos misioneros a evangelizar. La educación, profesores y alumnos interpelados, Dios nos da una misión, cultivar y cuidar la vida, hay que salir del aula para buscar nuevas respuestas a los nuevos desafíos que la sociedad plantea a la humanidad, responder a dos preguntas: ¿para qué estamos y para qué nos necesita esta tierra?; y, ¿dónde está tu hermano?

La sociedad civil: nuestra sociedad gana cuando cada persona, grupo social se siente verdaderamente de casa. En el ámbito familiar las personas recibieron valores fundamentales, el amor, la fraternidad, el respeto mutuo que se traducen en valores sociales esenciales: la gratuidad, la solidaridad y la subsidiaridad. Todos sin exclusión debemos ser protagonistas imprescindibles en el dialogo social y no son espectadores.

A la vida consagrada y sacerdotal, de forma espontánea y cercana, con la mirada en los labios de María que pronuncia ‘hágase en mí según tu palabra, y haced lo que Él os diga’, recalcará que lo que somos y tenemos es pura gratuidad de Dios. No caigan en el alzhéimer espiritual, no se olviden de donde los sacaron, no renieguen de sus raíces. Todos los días renueven el sentimiento de que todo es gratis, la elección por parte de Dios que ninguno nos merecimos. Solo nos queda decir Gracias Señor por tanto amor”.

OMPress-Ecuador


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