LAICOS CRISTIANOS, SAL Y LUZ DEL MUNDO
En Pentecostés, la Iglesia, bajo el impulso del Espíritu Santo, inaugura la misión encomendada por su Señor de anunciar el Evangelio hasta los últimos confines de la tierra. A partir de entonces, los apóstoles, fortalecidos por la fuerza de lo alto, comienzan a predicar a Jesucristo en los cuatro puntos cardinales del mundo mediterráneo. Desde el día de Pentecostés hasta hoy han sido incontables los cristianos laicos, que habiendo escuchado el mandato misionero de Jesús, lo han anunciado a sus hermanos con la palabra y con la vida.
En España, la fiesta de Pentecostés es también el día del Apostolado Seglar y de la Acción Católica, en el que se nos recuerda que todos los cristianos, injertados en Cristo e incorporados a la Iglesia por el bautismo, estamos llamados al apostolado, a proclamar la buena noticia de la salvación de Dios; que Jesucristo vive y que Él es el único salvador de los hombres.
Cuando escribo estas líneas recuerdo con gozo mis años de aspirante de AC y doy gracias a Dios por tantos frutos sobrenaturales y apostólicos como esta institución añeja y venerable ha rendido a la Iglesia a lo largo de casi un siglo, entre los que cabe contar a los numerosos santos, beatos y mártires, cuya santidad ha sido reconocida oficialmente por la Iglesia. Recuerdo también con afecto mis encuentros en estos años con los pequeños grupos de la AC de Sevilla, que merecen una especial gratitud porque incluso en tiempos de inclemencia, después de la gran crisis de los años setenta, siguieron en la brecha custodiando el fuego sagrado y las buenas esencias de su obra.
La AC General de Adultos nunca desapareció en nuestra Archidiócesis. Viene trabajando con ilusión y responsabilidad y trata de crecer y extenderse en las parroquias. Por desgracia, no contamos con la rama de jóvenes ni de niños. Permanece un pequeño grupo de la JOC y un grupo consistente de la HOAC, que tratan de ser fieles a Jesucristo, a la Iglesia y al mundo obrero, al que pretenden evangelizar. Sería deseable su crecimiento y expansión, pues es mucho el bien que pueden hacer en el anuncio de Jesucristo al mundo del trabajo. Hace unos años se ha incorporado a la AC Frater, la Fraternidad Cristiana de personas con discapacidad, que tratan de vivir una verdadera fraternidad evangélica promoviendo el desarrollo integral de estos cristianos y su incorporación plena a la sociedad y la Iglesia con un espíritu evangelizador y apostólico.
Todos cuentan con el apoyo explícito del Arzobispo y de su Obispo auxiliar. Lo digo con toda el entusiasmo de que soy capaz, al mismo tiempo que pido al Señor que crezca el número de sacerdotes convencidos de que la AC es un camino muy válido para articular la pastoral parroquial y la evangelización, pues la parroquia es su verdadera patria. Este dato es muy importante, pues no deja de ser cierto que si la AC es inviable sin los laicos, también lo es sin los sacerdotes.
Sé que no faltan quienes opinan que la AC está pasada de moda. Muy distinta es la convicción del Papa Francisco, que fue también niño de AC y que tanto ha apoyado a la AC argentina, a la que recibió en el Vaticano el pasado 20 de marzo, tres días después de la inauguración de su ministerio. Este fue también el convencimiento del Papa Benedicto XVI, como revelan sus discursos y mensajes. Idéntica era también la convicción de Juan Pablo II, que en septiembre del año 2004 hacía memoria "del don precioso que ha sido, desde su nacimiento, la Acción Católica". "En ella -añadía- generaciones de fieles han madurado la propia vocación a lo largo de un camino de formación cristiana que les ha llevado a la plena conciencia de la propia corresponsabilidad en la construcción de la Iglesia, estimulando el impulso apostólico en todos los ambientes de la vida". Hablaba entonces el Papa de la necesidad que tiene la Iglesia de la AC y pedía relanzarla con la "humilde y valiente decisión de recomenzar desde Cristo". Concluía con estas palabras: "Hoy me urge repetir una vez más: ¡la Iglesia tiene necesidad de la Acción Católica!", a la que daba tres consignas que son el camino inexcusable para recrear también la AC en nuestra Archidiócesis: contemplación, comunión y misión, que equivale a la triada que profesaba la AC de nuestros años jóvenes: piedad, estudio y acción.
Quiero adivinar en lontananza un futuro fecundo para la AC en Sevilla. Por ello, viene a mi memoria el texto de Isaías cuando anuncia al pueblo el final del destierro: “Mirad que hago algo nuevo; ya está brotando, ¿no lo notáis?” (Is 43,19).
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina, Arzobispo de Sevilla