LAS BODAS DE ORO DE UNOS CURAS DE SEVILLA
Se acerca la festividad de San Juan de Ávila, recientemente proclamado Doctor de la Iglesia Universal por Benedicto XVI. El fue el “Apóstol de Andalucía” y es el patrón del clero secular español, o sea, el patrón de los curas españoles. ¿Por qué? Realmente su grandeza espiritual es un filón por descubrir para los fieles en general, no así para los sacerdotes que nos asomamos a sus escritos, tan llenos de riqueza, tan directos y tan actuales, que leerlos es tener la sensación de beber en una fuente de agua fresca cuando tienes mucha sed. San Juan de Ávila y Sevilla están íntimamente relacionados, pues fue precisamente el Arzobispo de Sevilla Alonso Manrique quien en 1527 le hizo desistir de embarcarse como misionero en alguno de los galeones que partían desde el Arenal del Guadalquivir, para que su misión fuera en estas tierras. Entonces también había necesidad de nueva evangelización y San Juan de Ávila el modelo del evangelizador que necesitamos, predicando incansablemente a Jesucristo (muchedumbres iban a oírle), llevando una vida pobre con el amor a la Eucaristía y a la Virgen como centro, pero también impulsor de la evangelización de la cultura, fundando universidades como la de Baeza. Verdadero misionero de los pueblos, también determinante para la renovación y reforma del clero, lo que evidentemente redundó en la renovación y reforma de la Iglesia (también fueron decisivas sus aportaciones al Concilio de Trento).
Y desde hace algunos años, en nuestra Archidiócesis la fiesta de San Juan de Ávila es ocasión para realizar un pequeño pero emotivo homenaje a los sacerdotes que cumplen sus bodas de plata y de oro. Celebrar 25 y 50 años de fidelidad a Jesucristo en el ministerio presbiteral bien merece un reconocimiento, pero sobre todo bien merece una oración de gratitud al Señor, y también de petición de que estos sacerdotes sigan cumpliendo años de fidelidad.
Quiero referirme, sobre todo, a mis hermanos sacerdotes que celebran sus bodas de oro. En tiempos de provisionalidad, prisa y miedo al compromiso, nos traen un gozoso mensaje: merece la pena confiar en el Señor, que es siempre fiel a sus promesas. Y ellos han sido fieles a esta Archidiócesis, a esta Iglesia de Sevilla que los consagró para Dios.
El regalo que se les entrega es una pequeña imagen en metal plateado de nuestra patrona, la Virgen de los Reyes. La de las manos gastadas de los besos de sus devotos durante siglos. Y pienso en esas manos gastadas de los sacerdotes mayores, gastadas en la consagración diaria del santo sacrificio de la Misa, por el que el pueblo de Dios se alimenta y obtiene prendas de vida enterna. Gastadas en el servicio de los pobres, gastadas en la madera del confesionario, donde tanto consuelo y fortaleza de parte de Cristo han dado, escuchando y perdonando los pecados… Gastadas, pero siempre jóvenes.
Al día siguiente de la fiesta de San Juan de Ávila, la Virgen de los Reyes saldrá de nuevo para que la luz de Sevilla admire su sonrisa, su hermosa y gótica sonrisa que San Fernando tanto veneró. Y el Señor la vestirá de sol de mayo, y pondrá la luna diurna sobre sus pies, y la coronará con doce estrellas porque es claro espejo de la santa Iglesia. No habrá nardos para su paso, como en agosto, pero precediendo su augusta procesión de Tercia (por Ella reinan los reyes) habrá un ramillete de vidas célibes, esto es, fieles, entregadas durante tantos años, que han sido y seguirán siendo, desde el servicio de la Eucaristía, la Palabra y la Caridad, sacerdotes de Jesucristo, misioneros de la sonrisa del Señor.
Pero he querido que la foto que ilustra este texto sea de la imagen de la Virgen a la que estos sacerdotes tanto rezaron y quisieron en sus años de seminario, cuando se forjaron como siervos de Jesucristo. La bellísima Virgen del Buen Aire, la que sigue estando en San Telmo pero todos los que pasamos por el viejo palacio llevamos en el corazón. Como el Niño se apoya amorosamente en su Madre para insuflar el aire que hincha las velas de la nave de la Iglesia, así también nosotros nos apoyamos en su misercordioso amor de Madre. Que Ntra. Sra. del Buen Aire siga protegiendo la singladura de la Archidiócesis de Sevilla.
PD: Dedico estas palabras, especialmente, a D. José Marín Cruz, benemérito sacerdote, en la actualidad canónigo salmista de la Santa Iglesia Catedral, que predicó en mi primera misa siendo párroco de San Benito Abad y al que tanto admiro y aprecio. En tus bodas de oro, ¡felicidades, Pepe!
Marcelino Manzano.
(Twitter: @Marce_Manzano)