‘Les explicó las Escrituras’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
El Evangelio de este domingo III de Pascua nos narra el encuentro de Jesús con los discípulos de Emaús en la misma tarde del domingo de resurrección: Nos narra también, el diálogo por el camino, la cena eucarística a la llegada a Emaús y la misteriosa desaparición del Señor, que llena de nostalgia a sus acompañantes que se preguntan: «¿Acaso no ardía nuestro corazón mientras hablaba con nosotros, en el camino, cuando nos explicaba la Escritura?». De ella quiero hablaros en este domingo. La Sagrada Escritura nos dijo el Concilio Vaticano II debe ser la fuente primera de nuestra oración y meditación y la inspiradora de la existencia cristiana.
No faltan quienes se acercan a ella por mera curiosidad intelectual, o por un mero interés científico o erudito, por ser un texto antiguo, lleno de sabiduría religiosa, de valores morales y de poesía. Fue el primer libro impreso por Gutenberg luego de la invención de la imprenta en 1450, el más veces impreso en los últimos quinientos años, el más leído y el que ha ejercido mayor influencia en la cultura occidental.
Hay otro modo de acercarse a la Biblia, el de las personas convencidas de que ella contiene la Palabra viva de Dios para nosotros, por ser un conjunto de libros inspirados, escrito por sus autores respectivos, pero con la intervención directa de Dios. En realidad son libros humanísimos, y a la vez, divinos, que nos hablan y nos revelan el sentido de la vida y de la muerte.
Nos revelan, sobre todo, el amor de Dios. San Agustín escribió que si todas las Biblias del mundo desaparecieran y quedara sólo una copia, y de ella sólo fuera legible una página, y de esta página una sola línea, si esta línea es la de la primera carta de san Juan donde está escrito: «Dios es amor», toda la Biblia se habría salvado, porque esas tres palabras son su mejor resumen. Así se explica que haya personas sencillas, sin apenas cultura, que encuentran en la Biblia, sobre todo en el Nuevo Testamento, respuestas verdaderas, consuelo, fortaleza, luz, vida y esperanza.
Aprenden también a conocer y a amar a Jesucristo. Sólo se ama aquello que bien se conoce. Sólo amaremos de verdad a Jesús y nos entusiasmaremos en su seguimiento e imitación, si nos dejamos fascinar por su vida, si de verdad le conocemos a través de la lectura asidua del Evangelio. «Desconocer la Escritura es desconocer a Cristo» nos dice san Jerónimo, pues en él se encuentra «la ciencia suprema de Cristo», nos dice san Pablo (Fil. 3,8). San Jerónimo nos dice además que la lectura de la Palabra de Dios debe hacerse en un clima de piedad, de unción religiosa y de oración, en un clima de escucha de quien nos habla a través de su Palabra y que espera nuestra respuesta en un diálogo cálido y amoroso.
La lectura del Evangelio debe hacerse también desde una actitud de conversión, de humildad y de pobreza, dispuestos a confrontar el mensaje luminoso de Jesús con nuestra propia vida, con sus deficiencias, miserias y cobardías, dispuestos a dejar que el testimonio y la luz de Jesús penetren en aquellos espacios de nuestro corazón que no le pertenecen, que no han sido salvados por su gracia, porque están llenos de apegos, ataduras y sentimientos contrarios al Evangelio. «La Palabra de Dios es viva y eficaz, más penetrante que espada de doble filo» nos dice el autor de la carta a los Hebreos (4,12). Ella «puede edificar y dar la herencia a todos los que han sido santificados», nos dice san Pablo en el libro de los Hechos (20,32); «ella nos enseña, nos convence, nos dirige a la justicia y nos lleva a la perfección», (2 Tim 3,16-17). Pero su eficacia está condicionada a que nos dejemos modelar y transformar por ella. Sólo desde la actitud de conversión, la lectura diaria del Evangelio nos ayudará a encontrar el auténtico eje de nuestra vida que es el Señor, nuestro único centro y fuente de plenitud humana y de gozo espiritual.
No quiero terminar mi carta semanal sin señalar un detalle: Jesús se ha quedado entre nosotros por varios caminos: la Iglesia, sacramento de Jesucristo y madre nuestra, los hermanos, con los que Él se identifica, la Eucaristía y su Palabra. En estas dos últimas está presente, en la Eucaristía como alimento, y en la Palabra como luz y verdad. La Palabra tiene alguna ventaja sobre la Eucaristía: a la comunión no se pueden acercar más que los que ya creen y están en estado de gracia; a la Palabra de Dios, en cambio, se pueden acercar todos, creyentes y no creyentes, practicantes y no practicantes, casados y divorciados. Es más, para llegar a ser creyentes, el medio más normal es precisamente escuchar la Palabra de Dios.
Para unos y otros, todos hijos muy amados de Dios, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla