Archidiócesis de Sevilla

El sentido de lo sagrado no es fácil de desarrollar ni de inculcar, reconozcámoslo. Esa sensibilidad que podemos tener quienes hemos vivido en un entorno cristiano, quienes hemos sido educados en un sentido de la liturgia o de nuestra relación con Dios, es una sensibilidad que hoy en día está en triste decadencia, maltraída por una educación en la que todo lo que tiene que ver con Dios se aparta, se menosprecia o se maltrata, mientras sin embargo se potencian tendencias hacia puras supersticiones, una religiosidad light que expurga lo que puramente interesa, o esa manía que tienen algunos de apartar de lo público cualquier tipo de manifestación religiosa. Claro que las manifestaciones religiosas que se quieren apartar, al menos en nuestro entorno cultural, casi siempre son las que tienen que ver con la Iglesia Católica. El último informe del Observatorio para la Libertad Religiosa y de Conciencia, relativo a los ataques a la Libertad Religiosa en España durante el pasado año 2014, recoge hasta 91 ataques a los creyentes, resultando que de esos 91, sólo 3 son contra creyentes de otras religiones (2 contra la religión musulmana y uno contra la judía), mientras que por tanto se debe concluir que el 96,7% de los ataques producidos durante el pasado año han sido contra nuestra religión católica, excluyendo de esos ataques a otras confesiones del entorno del Evangelio.

En lo que se refiere a Sevilla, los ataques sufridos en 2014 han consistido en dos fundamentalmente: prendimiento de fuego en la puerta de la Iglesia de Santa Marina (5 de enero de 2014) y aparición de pintadas a favor del aborto en otras iglesias del barrio; y la solicitud abrupta de una diputada autonómica realizada a la consejería de Educación de la Junta de Andalucía para que se garantice la «aconfesionalidad institucional» (27 de octubre de 2014), malentendiendo la misma aconfesionalidad del Estado como el laicismo agresivo que venimos sufriendo en España en los últimos años. No obstante, en verdad el problema es de mentalidades y actitudes hacia lo religioso, actitud que queda muy evidente precisamente en este último caso referido de la diputada autonómica: la misma administración autonómica, por ejemplo, persigue la libertad religiosa de los padres que quieren que sus hijos reciban una educación religiosa, en torno al 85,9% de los mismos, utilizando el horario asignable a las clases de religión como arma arrojadiza en su batalla descarada y lamentable con el gobierno central a costa de la implantación de la reciente LOMCE. En otro orden de cosas, sería bueno profundizar en cómo la administración autonómica utiliza las pretensiones de los ciudadanos para alimentar sus batallas ideológicas con el gobierno central, aunque ello no es objeto de este artículo.

Tenemos la falsa creencia que en España vivimos un país de libertades plenas claramente defendidas. Esta falsa creencia hace omitir ciertos comportamientos que solo cuando llegan a graves daños o producen cierto escándalo público, parece que tienen relevancia social o provocan cierta reacción en la sociedad. Ante hechos como los ataques proferidos por miembros de FEMEN, o la persecución encubierta puesta en marcha por la propia administración autonómica en materia educativa, patrimonial o simplemente ideológica, la sociedad casi ni reacciona. En otros casos, estos ataques tienen que ver con el sentido de lo sagrado, un sentido que en nuestra sociedad sufre gravemente ante la decadencia de lo simbólico en beneficio de un puro sentido estético de las cosas. Hay, además, cierta cobardía por parte de quienes realizan este tipo de ataques, cuando en la mayoría de los casos se realizan bien con nocturnidad, bien desde una secreta impunidad, bien desde una posición de superioridad, ya sea ésta superioridad física (como en las agresiones de FEMEN) o desde una posición de superioridad autoritaria (como las agresiones que realizan las administraciones públicas). Siento además reconocer que muchas veces desde la Justicia este tipo de comportamientos no están suficientemente perseguidos, bien sea porque la ley no protege suficientemente la libertad de creer, bien porque incluso por parte de la judicatura, la religiosa es una libertad considerada de segundo o tercer grado: en la mayoría de los casos en que se opone nuestra libertad de creer, y de defender el derecho a creer libremente, los jueces no suelen tener en consideración precisamente ese sentido de lo sagrado que hablábamos al principio.