‘Llamados a evangelizar’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
En el Evangelio de este domingo XIV del tiempo ordinario, nos narra san Lucas el envío de los setenta y dos discípulos a anunciar el Evangelio mediada la vida pública del Señor. Algún comentarista ha querido ver en la misión de estos discípulos, distintos de los apóstoles, una invitación al compromiso apostólico de los cristianos laicos, también llamados al apostolado. En nuestro caso es ésta una exigencia del bautismo y de la confirmación, en la que recibimos el don del Espíritu que nos capacita para anunciar a Jesucristo a nuestro mundo con obras y palabras. En primer lugar, con nuestro testimonio, con nuestro buen ejemplo en la familia, con nuestra vida intachable, con nuestra rectitud moral en la vida profesional y en el cumplimiento de nuestras obligaciones cívicas, con nuestro testimonio de cercanía y compromiso con nuestros hermanos, especialmente los más pobres.
Pero, como los setenta y dos discípulos hemos de anunciar a Jesucristo también con la palabra. No nos debe dar miedo ni vergüenza hablar del Señor a nuestros hermanos, mostrándoles a Jesucristo como Salvador único, único camino para el hombre y única esperanza para el mundo, aprovechando todos los ambientes y circunstancias en que se entreteje nuestra vida: la familia, el trabajo, la profesión y las relaciones sociales. En todas las circunstancias hemos ser testigos del Señor resucitado, mostrando y entregando a nuestros hermanos nuestro mejor tesoro, el tesoro de nuestra fe y de nuestra esperanza en Jesucristo, único salvador.
El dinamismo apostólico es el mejor termómetro de la vitalidad de una parroquia o de una Hermandad. El afán por anunciar a Jesucristo es además el mejor camino para vivir una vida cristiana vigorosa y fecunda, pues como nos decía el papa san Pablo VI en la Exhortación Apostólica «Evangelii Nuntiandi»: «la fe se robustece dándola». Con ello nos quería decir que, si la fe no es misionera, si no se transmite y se comparte, corre el riesgo de fosilizarse y de asfixiarse.
Pero para evangelizar, es preciso estar evangelizado. Es necesario que el apóstol esté convertido, que reconozca a Jesucristo como su único Señor y que aspire seriamente a la santidad. Debe sentirlo vivo y cercano, cultivar su amistad, crecer en su intimidad, sentir la experiencia de Dios en la escucha de su Palabra, en la oración y en la recepción frecuente de los sacramentos, especialmente de la penitencia y de la eucaristía. La experiencia de Dios nunca disimulada, traducida en actitudes de esperanza y confianza en Jesucristo, Señor de la Historia, necesita de la formación y de la profundización en los misterios de nuestra fe.
Necesita también del complemento de la vida fraterna. El apóstol seglar no es una isla, un solitario, sino un solidario, un hermano; sabe trabajar en equipo, busca la comunión y la comunicación con todos, sobre todo con sus hermanos cristianos, con los sacerdotes, con la parroquia, con el obispo y con todos lo que buscamos el Reino de Dios. No es indiferente a ninguna necesidad y dolor y vive con los ojos bien abiertos a las necesidades de los más pobres.
En esta hora de la Iglesia en España es más necesario que nunca robustecer la presencia de los católicos en la vida pública. El Señor en el Evangelio nos pide a los cristianos que seamos luz y sal. Nos pide además que no escondamos la luz debajo del celemín, sino que la pongamos sobre el candelero para que alumbre a todos los de casa. En los países de Occidente, y también en España, va creciendo la tendencia a considerar la vida religiosa como un asunto privado, que afecta únicamente a la vida individual y a la propia intimidad y que no tiene por qué traslucirse en las actuaciones públicas de los cristianos. Es lo que se ha dado en llamar la religiosidad vergonzante Esta concepción es un señuelo de la cultura secularizada, que querría ver desterrado el nombre de Dios de la vida pública.
Queridos hermanos y hermanas: no escondáis la luz debajo del celemín. La Iglesia necesita hoy más que nunca hombres y mujeres confesantes; hombres y mujeres de una fe honda y de una vida espiritual profunda, que lleven su compromiso cristiano al mundo de la cultura y del arte, al mundo universitario, al mundo de los partidos y de la acción política, al mundo de la economía, al mundo del trabajo y de la acción sindical, al mundo del ocio y de los MCS para orientar estas realidades temporales según el corazón de Dios. Sólo así la Iglesia podrá ser en este mundo, como rezamos en el prefacio de la fiesta de Cristo Rey el “reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”, anticipo en este mundo del Reino de los cielos.
Para cuantos lean esta carta y para todos los diocesanos, mi saludo y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla