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LO BUENO DE QUE LLUEVA EN SEMANA SANTA

Que conste que yo soy uno de los “damnificados” por esa lluvia que ha impedido en muchos casos, trastocado en otros, la normalidad de la estación de penitencia de una cofradía. Entra en el cuerpo, sin saber cómo, una sensación de fastidio que es achacable, pienso, a que llevamos metido en los genes hispalenses una necesidad de participación, de no exclusión, en esa gran celebración que es la Semana Santa de Sevilla en las calles. Y son muchos los que encontramos beneficio espiritual (de la manera que sea) y material (el empleo que se crea) cuando las cofradías salen. La Archidiócesis de Sevilla tiene en ellas, indudablemente, una de sus principales señas de identidad.

 

Dicho lo cual, sí que ha habido Semana Santa plena en Sevilla. ¿Pudimos celebrar la entrada de Jesús en Jerusalén con nuestros ramos de olivos bendecidos? ¿Y el precioso Jueves Santo, con la adoración a Cristo en los monumentos eucarísticos? ¿O el Viernes Santo, o la Vigilia Pascual, o al menos, el Domingo de Pascua? Gracias a Dios, sí. No nos ha faltado el auxilio de su gracia por los sacramentos en los días más importantes del año litúrgico, el Triduo Pascual. Pero, qué caramba, la lluvia nos ha fastidiado a unos cuantos, no lo vamos a negar.

 

Pero en todo esto quiero encontrar un efecto beneficioso: el retorno a la esencia, a la razón de ser, de una hermandad de penitencia, que es la penitencia, no la estación de penitencia. No es un mero tópico buscando consuelo bajo los paraguas lo de que la hermandad vive los 365 días del año. Es que eso es la hermandad. Su fin es la conversión de la vida según las Bienaventuranzas, el aumento de la fe, la salvación de sus miembros a través de la evangelización ad intra y ad extra y la caridad. Todo ello se manifiesta tradicionalmente en la forma de vestir el hábito penitencial nazareno y mostrar un fragmento de la pasión del Señor en la calle, pero ese no es su fin primordial. De hecho, el recorrido previo a la erección de una hermandad de penitencia pasa por la formación, el culto y la caridad, no por un examen de cómo serán sus pasos, sus enseres o el estilo musical. Esto siempre se supedita a aquello.

 

La llamada vida interna precede y sostiene a la estación de penitencia, aunque los focos de los medios de comunicación se centren en ese día de la Semana Santa que la hermandad de echa a la calle, y esto puede llevar a la sensación de que si no salimos, la hermandad ha tirado un año por la borda, no se ha hecho nada, la lluvia lo ha echado todo a perder. Nada más lejos de la realidad. Claro que nos falta algo si no salimos, pero la lluvia devuelve nuestra atención sobre las otras realidades espirituales sin las cuales nada es posible.

 

¿Corre peligro la Semana Santa si durante tres años consecutivos no sale una hermandad? ¿Disminuirá la devoción a mi Señor en su Presentación al Pueblo porque durante tres años no ha congregado por la Calzada, por Cuesta del Rosario, por la Alfalfa, la muchedumbre que congrega? Si estamos haciendo las cosas bien, no debiera ser así. Su mirada de misericordia, su rostro dulce que bien personifica aquel padre bueno de la parábola del perdón al hijo que se fue, está siempre en su altar. Y a sus pies, su presencia real en el Sagrario. Allí también, allí primero, debemos llevar a nuestros hijos y nietos a verle. Por supuesto, también los llevaremos cada Martes Santo para que conozcan el evangelio de la salvación vehiculado en la estética y en la emoción (que son puertas del corazón que deben abrirse para que entre Dios) de la cofradía. Pero todo empieza y continúa en la fe silenciosa e íntima del templo y de ese otro templo que el hogar de la familia. Ahí empieza la Semana Santa. Y ahí permanece, por más que llueva.

 

Marcelino Manzano.

(Twitter: @Marce_Manzano)


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