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LOS 18…

    Está resultando un caso cuando menos sorprendente, bien es cierto, todo sea dicho, que no son pocas las veces ya que se ven en las redes sociales comportamientos o situaciones de estas características. Mucho me temo que las redes a veces dejan de ser tales, convirtiéndose en marañas asociales en las que gente inestable, desequilibrada o sencillamente enferma de envidia, campa por sus respetos aprovechando la mar revuelta para perpetrar comportamientos ora delictivos incluso, ora al menos inhumanos, siempre desde luego irreflexivos. En torno a esto, esta semana se ha producido un caso digno de estudio psicosocial: en el festival de San Remo, una familia italiana, los Anania, fueron invitados al palco para dar su testimonio. La curiosidad, que no creemos que ello debiera ser objeto de mayor comentario, es que esta familia está formada por 18 miembros, padres Aurelio y Rita, y 16 hijos que van desde los 20 años de la hija mayor, Marta, hasta los escasos 19 meses de la hija más pequeña, Paola. En pocos minutos tras su aparición en el teatro Ariston de San Remo, las redes sociales se llenaron de comentarios despectivos, insultos y calificativos de todo orden: sólo tienen que irse a Twitter y comprobar el hashtag #Anania, para ver comentarios de no pocos maledicentes. Peor aún cuando el padre de familia, Aurelio Anania, afirmó que “un ser humano puede crear algo tan grande sólo con la ayuda del Espíritu Santo”.

    Pensarán ustedes que quizás se trata de una situación esporádica o particular. Obviamente, no es común encontrarse ya hoy en día con una familia de 18 miembros. No obstante, ello no quita que debamos considerar que lejos de algo criticable, debiéramos sensibilizarnos sobre la heroicidad que hoy en día supone mantener y educar una familia, en un entorno donde la familia por sí misma está amenazada por circunstancias sociales de distinta naturaleza. Precisamente ayer mismo, me comentaban un caso que sucede aquí en Sevilla capital, donde una matrimonio con tres hijos pequeños, uno de ellos de 8 meses, está sufriendo las críticas e incluso las denuncias de sus convecinos del edificio en el que viven, sólo motivadas por el supuesto ruido que hacen los niños, el menor como digo de 8 meses y la mayor de tres años. La situación para esta familia se está convirtiendo en insoportable, debido a vecinos que le insultan en los pasillos del edificio sólo porque dicen que los niños lloran demasiado alto o hacen mucho ruido durante el día. Los críos pasan parte del día en la guardería, por cierto. La realidad diaria está resultando insostenible e incomprensible para el joven matrimonio, ante la actitud asocial y desconsiderada de sus convecinos, alguno de los cuales ya ha protestado, al parecer, a la administradora de la comunidad de vecinos por el supuesto ruido de los menores, y hay quien amenaza al matrimonio con una denuncia. Resulta cuando menos incomprensible que podamos encontrar hoy en día vecinos tan absurdamente asociales, que antepongan su exclusivo interés al sinvivir de esta pobre familia que tiene que soportarles hasta insultos en el rellano de su hogar.

    La familia está amenazada. Gravemente amenazada. No se trata ya de que se pretenda modificar el concepto en sí de lo que se considera familia o no, lo que quizás se trate más de una cuestión jurídica que social, sino que en el fondo nuestra sociedad ha venido sufriendo a lo largo de las últimas tres décadas un deterioro progresivo de valores que sustentaban la familia misma. Al envite asesino del aborto utilizado como técnica inhumanamente anticonceptiva, hay que sumarle las políticas orientadas a educar en una sexualidad puramente hedonista, la devaluación misma del sacrificio que supone estar al servicio de la educación de los hijos o del cuidado y la atención a nuestros mayores, o el sentido acomodaticio de muchos que consideran que un buen promedio de hijos puede ser una determinada cifra… En suma, nos enfrentamos si cabe a lo que Alejandro Macarrón ha denominado muy acertadamente un "suicidio demográfico": una situación grave de pérdida de sustento a la familia, suponiendo ello otra serie de efectos de tal calado para nuestra sociedad que difícilmente vamos a conseguir recuperarnos de otra serie de dificultades sociales y económicas, si previamente no volvemos a dar fortaleza ética y social a las familias, verdadera columna vertebral de todo.

    Las propuestas de los expertos son numerosas en este sentido. Van desde invertir más en educación (una de las grandes asignaturas pendientes de la sociedad española), hasta la revisión de los horarios laborales, pasando por revisar la fiscalidad que afecta a la familia y una reducción impositiva que se hace tanto más urgente, en esta situación de crisis que no cesa y vivimos en nuestro país. No obstante, siendo cierto que en el fondo urge entramar una serie de beneficios mejor definidos y claros para las familias, en razón del esfuerzo social que realizan, que bien repercute en nuestra sociedad incluso de cara al futuro (la política familiar es algo estructural, aunque a nuestros representantes ello no les preocupe en demasía porque son votos quizás futuros), la preocupación central debería ser la de volver a dotar a la sociedad de una serie de valores que refuercen y acrecienten la importancia de la familia, sensibilizarnos sobre la tragedia que supone la inexistencia de verdaderas familias en las cuales se eduque, forme, sustente y se viva cotidianamente en favor de la misma sociedad, en la que revierte a largo plazo el mismo entramado familiar.

    En el marco de esta sensibilización, les invito pues a participar este fin de semana en la VIII Jornadas Católicos y Vida Pública, organizadas por la Asociación Católica de Propagandistas, la Universidad San Pablo CEU y la Archidiócesis de Sevilla a través de su Delegación diocesana de Apostolado Seglar. Desarrolladas desde hace ya ocho años, se trata de unas jornadas en las que se vienen tratando tradicionalmente una serie de problemas y materias que afectan no sólo a la Iglesia, sino a toda la sociedad. Unas jornadas estupendas para tomar una perspectiva de la gravedad de los problemas que afectan a las familias cristianas, a la vez que alumbrar posibilidades de esperanza y mejora para todos. En fin, les invito a mirar la cuestión con una perspectiva esperanzadora, pues en verdad no cabe mejor alternativa.
 

 


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