LOS ABUELOS DE LA HERMANDAD
El censo de las hermandades no se agrupa por hermanos, sino por familias. Familias unidas no sólo por vínculos de sangre, sino por una devoción común que ha venido aglutinando las distintas generaciones durante décadas.
“En mi casa somos de la Hermandad de…, que es la de mi familia, y de la Hermandad de …, que es la de la familia de mi mujer”. Así dibujan muchos el mapa cofrade de su casa. Por eso la fiesta de la Sagrada Familia tiene un eco especial en el mundo de las hermandades.
En las familias cada miembro de la misma es aceptado no por lo que tiene, lo que vale, lo que aporta o lo que representa, sino por el mero hecho de existir, de ser una criatura especialmente creada y querida por Dios con la que compartimos lazos familiares. Lo mismo debe ocurrir en la Hermandad, esa familia en la que los hermanos se agrupan unidos por unos vínculos que van más allá de la fría relación jurídica, puesto que están animados por mismo amor Cristo y a su Madre, en sus distintas advocaciones. Amor correspondido por ellos.
Estos días en que se celebra la festividad de la Sagrada Familia, sería muy oportuno que la Hermandad, cada Hermandad, prestara especial atención a esa dimensión familiar que late en todas ellas y, entre otras cosas, dedicara un recuerdo a sus abuelos, los del último tramo, los que están más cerca de la Virgen y de su Hijo.
Si los abuelos cumplen un papel fundamental en las familias, como raíces que las sostienen y a las que proporcionan vida, también en las hermandades asumen una tarea decisiva. Me refiero a aquellos hermanos a los que años de fidelidad a su Hermandad los han colocado en los primeros números de la nómina. Su responsabilidad en la Hermandad es grande, tanto como la de los abuelos en las familias de sangre. Tienen más experiencia, es decir: han ido ponderando interiormente todos los acontecimientos de los que han sido protagonistas o espectadores, que ya van siendo muchos, y esa ponderación le ha dotado de una especial serenidad y sabiduría.
Esta experiencia reflexionada les ha llevado a adquirir visión global y, como consecuencia, mayor capacidad de análisis. Saben pasar a un segundo, o tercer plano, disfrutando con el lucimiento de sus nietos, o hijos, sin reclamar, ni pensar siquiera, en la parte que a él le corresponde en ese éxito. Siguen mirando hacia adelante, por eso se mantienen jóvenes, porque siguen teniendo proyectos; pero proyectos de crear espacios de libertad en los que los hermanos más jóvenes puedan instalarse y vivir como personas. Sus sueños ya no los tienen a ellos como protagonista.
Por eso son más libres, entendiendo la libertad no como la posibilidad de hacer lo que les de la gana, sino como capacidad para poder elegir lo mejor, lo que más le conviene a él y a los que le rodean. Por eso aman más, porque sólo desde la libertad se puede amar –elegir lo mejor-, amor que tiene su piedra de toque en la renuncia al propio yo, que necesariamente les lleva a “descentrarse”, a centrarse en los demás.
Abuelos en la familia, abuelos en la Hermandad, abuelos en la vida. Referentes permanentes, porque saben situarse en un segundo plano a contemplar activamente como comienza el atardecer de un día que es víspera gozosa de los que están por venir; pero esos ya los verá desde otra perspectiva
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