Los agentes de Pastoral de la Salud promueven la cultura de la ternura y de la compasión
La grandeza de la humanidad está determinada esencialmente por su relación con el sufrimiento y con el que sufre. “El dolor es un lugar de aprendizaje, uno de esos puntos en los que el hombre está en cierto modo «destinado» a superarse a sí mismo, y de una manera misteriosa está llamado a hacerlo”. Son palabras del papa San Juan Pablo II en su carta apostólica Salvifici Doloris, sobre el sentido cristiano del sufrimiento humano.
En la Archidiócesis de Sevilla, poco menos de mil agentes de la Pastoral de la Salud dedican parte de su tiempo a visitar, acompañar y consolar a las personas que sufren dolencias físicas y espirituales.
Daniel Soto (Sevilla, 1980), es uno de los llamados a practicar la “projimidad” con los más vulnerables. Él tiene la dicha de compaginar su profesión de enfermero con su vocación cristiana. “Durante años llevé pegada la oración de san Francisco de Asís en el reverso de mi tarjeta profesional identificativa como recordatorio de mi doble vocación: ‘Oh Señor, haz que yo no busque tanto ser consolado, sino consolar, ser comprendido, sino comprender y ser amado, sino amar’.
Soto pertenece a la Parroquia Concepción Inmaculada de Nervión, está casado con Ana Piedra desde hace 15 años, ambos padres de seis hijos “en espera del séptimo”. Señala que “la desesperanza es la gran epidemia de este siglo. Solo hay que ver el aumento de las enfermedades mentales como la depresión, el incremento del suicidio en los jóvenes occidentales y el aislamiento social que viven muchas personas”, por tanto, “devolver la esperanza pasa por el reconocimiento de la dignidad de cada individuo y acompañarlos para que no se sientan solos y olvidados”, afirma.
Considera que “para que alguien que está mal, vuelva a estar bien, otro tiene que poner de su esfuerzo y de su amor desinteresado”. Al menos esta ha sido su experiencia de lo que Jesús ha ido obrando en él. “Me restaura, me dignifica y vuelta a empezar. Cuidar de los enfermos me acerca a Dios. En ellos se puede ver el rostro amoroso de Jesús”.
De esta entrega incondicional y desinteresada también tiene algo que decir Eladia Guerra (Badajoz, 1956), viuda y madre de diez hijos. Pertenece al Camino Neocatecumenal y es feligresa de la Parroquia Nuestra Señora de los Ángeles y Santa Ángela de la Cruz, de Sevilla Este. Tras la enfermedad de su marido y la visita de agentes de la Pastoral de la Salud para administrarle el sacramento de la reconciliación y llevarle la comunión, Eladia descubrió la importancia del acompañamiento en los momentos de fragilidad humana fruto de la enfermedad.
“De esto hace ya diez años y pienso que es una misión a la que la Iglesia me sigue llamando”. Eladia, cuando visita a los enfermos, ve en ellos a “Cristo sufriente, y les anuncio que Dios está también presente en su situación; de vejez, de enfermedad, de soledad… Y que Él los ama, los acompaña, no es indiferente a su sufrimiento. A los enfermos procuro transmitirles siempre que esta vida es pasajera, que nuestra esperanza está en la vida eterna, y que en tanto en cuanto aceptemos nuestra situación de cada día, podemos empezar a disfrutar ya de esta vida eterna”.
Afirma que “es una experiencia en la que no solo das de tu tiempo, sino que también recibes mucho bien de las personas a las que visitas. Ellos te cuentan sus experiencias de vida y verdaderamente son muy enriquecedoras. No siento que sea una pérdida de tiempo, sino un servicio a los demás en nombre de Jesucristo”.
María Álvarez (Sevilla, 1992), pertenece a la Pastoral de la Salud en la Parroquia Inmaculada Concepción y se dedica profesionalmente a la enfermería desde el 2016. Actualmente trabaja en Atención Primaria del Servicio Andaluz de Salud, en un centro de un pueblo de Sevilla.
“Hay una frase que me encanta de una famosa enfermera teorizadora, Virginia Henderson, que creo que describe perfectamente la fusión de ambas vocaciones: Si puedes curar, cura. Si no puedes curar, alivia. Si no puedes aliviar, consuela. Y si no puedes consolar, acompaña. En aquellas situaciones donde hay tal sufrimiento que ni consuelo podemos ofrecer, siempre nos quedará algo: simplemente acompañar, escuchar, estar ahí y como cristianos, tener presente a esas personas en nuestras oraciones para que Dios sea el que les consuele”, apunta Álvarez.
Disfrutar del amor de Dios con los enfermos
Hoy día se habla mucho de los “influencers” y de cómo impactar en el mundo. Sin embargo, “la Pastoral de la Salud está alejada de la pompa y los focos grandilocuentes, ocurre en la intimidad de un salón o al pie de una cama y, sin embargo, tiene una resonancia asombrosa y de gran trascendencia para el enfermo y el agente de pastoral. ¡Eso sí que es una verdadera influencia!”, expresa Daniel Soto. “En el Evangelio sobre el Buen Samaritano, Jesús termina diciendo: ‘Haz tú lo mismo’. Esto es lo que aporta la Pastoral de la Salud, “poder participar y disfrutar del amor de Dios con los enfermos”, agrega.
«Dar esperanza en la tristeza» es el lema de la Jornada del Enfermo elegido para este año y el fruto del encuentro con los más frágiles es siempre enriquecedor: “Acompañar al que sufre es enormemente valorado por los enfermos, probablemente porque les devuelve la humanidad que parece que el sufrimiento y la enfermedad les quitan. Esto es frecuente, por ejemplo, con los enfermos terminales o los abandonados socialmente. Siempre se puede acompañar y cuidar al que sufre, para devolverle su condición humana y de hijo de Dios”, coinciden Soto y Guerra.
En definitiva, los voluntarios de la Pastoral de la Salud consideran que estar en contacto con el sufrimiento, la enfermedad y la muerte también los ha ayudado a trivializar las pequeñas dificultades ordinarias a las que a veces se les da excesiva importancia. “¡Nos ayuda a tener una vida más auténtica!”. Para ellos ha sido un privilegio acompañar a tantos enfermos y sus familias, aliviar al que sufre, o presenciar la fe con la que se prepara un ser humano “para una muerte santa. Cada uno de estos testimonios nos ha ayudado a confirmar la esperanza de la resurrección. Por tanto, es un privilegio que las personas, en su máximo momento de vulnerabilidad, nos abran una puerta a su vida y su intimidad, en ocasiones hasta el punto de poder formar parte de la biografía o historia personal”.