Los laicos en la Iglesia de hoy
La Iglesia hoy sigue teniendo la misma misión que el Señor nos encomendó: “Id por todo el mundo y proclamad el Evangelio” (Marcos. 16)
Esa misión es un llamamiento a todos los bautizados y que nos interpela en nuestros días de manera perentoria.
En el Anuario pontificio de la Santa Sede, puede leerse que, para 2017, en número de católicos en el mundo, asciende a 1.285 millones de creyentes, en tanto que los sacerdotes y obispos eran unos 450.000 y los religiosos y religiosas sumaban a 720.000.
Siendo ello así, con las actualizaciones que se deseen, debemos concluir que ninguno de los grupos considerados, sacerdotes, por una parte y religiosos de otra, alcanzan una representatividad que llegue siquiera al 1% de los fieles, por lo que la necesidad de que los laicos adquieran un compromiso activo con su ámbito eclesial de convivencia, resulta imprescindible y básicamente en la vida parroquial.
Los anteriores datos no son sino una muy grosera aproximación acerca de la importancia del laicado en la Iglesia actual, siquiera sea bajo una mirada estrictamente cuantitativa.
Bajo otra perspectiva, ésta más honda, hemos de considerar que Cristo, el Señor, siendo un Ser profundamente religioso, de la misma Naturaleza del Padre, por Quien todo fue hecho, decimos en el Credo, su religiosidad no está ligada al Templo ni a la jerarquía sacerdotal del Sanedrín.
Si se apura el razonamiento, habría que concluir que el Evangelio es una narrativa del desencuentro del Señor con una religiosidad alejada del Reino de Dios y cuya denuncia, en definitiva, habría de llevar a Cristo a su Pasión y Cruz por la enemiga de una minoría elitista que veía peligrar su estatus frente al pueblo de Israel y frente a los poderosos invasores romanos.
…Caifás, que era sumo sacerdote aquel año, les dijo: “Vosotros no entendéis ni palabra; no comprendéis que os conviene que uno muera por el pueblo, y que no perezca la nación entera.” (Juan cap. 11)
La vida de Jesús no se circunscribió a una religiosidad ritual y formalista, muy querida por los fariseos de todos los tiempos, sino que se sacrificó en favor de los enfermos, los hambrientos, los lisiados, los pecadores y, en definitiva, por los que el mundo considera fracasados, no queridos o despreciados; ahí están Mateo, un publicano, la mujer adúltera, la viuda de Naín, la samaritana, Zaqueo o el hijo pródigo.
Por lo anterior hemos de concluir que no solo los presbíteros y religiosos han de cumplir un proceso formativo, pastoral y catequético, sino que al mismo estamos llamados los laicos de modo urgente, pues el amor que ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado, no hace distinciones entre laicos y religiosos, mujeres y hombres, sino que nos convoca a todos a la misión de cualquier cristiano: Anunciar el Reino de Dios y su justicia, proclamad al mundo la salvación y el amor de Cristo, el Señor, igual en todo a nosotros, excepto en el pecado.
Entiendo que el Congreso de laicos “Pueblo de Dios en salida”, ha sido un llamamiento a la conversión, a la formación, a la misión antes señalada, en el ámbito familiar, social, cultural, político y social, en una comunión eclesial renovada cada día.
Enrique González Pol
Miembro del Consejo de Pastoral Diocesano – Vicaria Sevilla I
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