Los migrantes en la construcción de la Iglesia local
La ciudad de Túnez ha acogido la reunión de la comisión de obispos de las Dos Orillas del Mediterráneo Occidental, en la que han participado representantes de las diócesis del norte de África (CERNA) y de las conferencias episcopales de España –con monseñor Ciriaco Benavente, presidente de la Comisión Episcopal de Migraciones, al frente-, Portugal, Francia, Italia y Malta. El tema de este encuentro ha sido la participación de los migrantes en la construcción de la Iglesia local, y ha contado con la participación de un miembro de la Delegación diocesana de Migraciones, el sacerdote jesuita Josep Buades.
Según informa el propio Buades, “lo más interesante de una visión regional como la que da el Mediterráneo Occidental es integrar los elementos comunes de fondo con una gran diversidad. Las Iglesias del Norte de África integran pequeñas comunidades cristianas de orígenes cada vez más diverso, con creciente peso africano subsahariano, por universitarios, profesionales y migrantes en tránsito. El panorama en las diócesis de la orilla europea es muy diverso según casos: desde la grandísima multiculturalidad de la diócesis de Evry, en los suburbios al sudeste de París, hasta diócesis en las que la población extranjera o de origen extranjero es mucho más reducida. Pero los retos son similares: acompañar el itinerario migratorio, calibrar integración de una sola Iglesia con respeto a las diferencias que remiten a la experiencia de Pentecostés (rito, lengua, expresión cultural de la fe, acento espiritual…)”. Otra cuestión abordada ha sido cómo pronuncia la Iglesia una palabra pública, cómo incide en las sociedades en las que vive: sobre migraciones, sí, pero sobre todo tipo de cuestiones sociales, culturales, éticas, etc.
Teniendo reciente el viaje apostólico del Papa de Roma al Papa de Alejandría, junto con el Patriarca Ecuménico de Constantinopla, hubo tiempo para valorar el significado de los gestos, logros, retos, dificultades.
Los participantes en este encuentro, celebrado en el barrio tunecino de Cartago, hicieron memoria de los santos obispos Cipriano y Agustín, y, especialmente, de las mártires Perpetua y Felicidad. Uno de los momentos más densos fue el descenso a los sótanos del anfiteatro, donde estuvieron presas las mártires hasta ser entregadas a las fieras y los verdugos; haciendo memoria de la peregrinación, al mismo lugar, de San Juan Pablo II. Otro momento denso fue la concelebración solemne en la catedral de Túnez, con una congregación reducida en número y rica en catolicidad, con fieles de cuatro continentes, y una espléndida coral africana.
“Personalmente, un viaje como este es un privilegio. Es cierto que haber participado en las delegaciones de migraciones de las diócesis de Orihuela-Alicante, Valencia y Sevilla; y de estar en el Servicio Jesuita a Migrantes (la asociación Claver en Sevilla) con especial dedicación a la Frontera Sur, ayuda a transmitir una visión más amplia que la diocesana. Pero esa visión amplia estaría vacía sin la vida compartida en cada Iglesia local. También es bonito vivir en el día a día las instancias de comunión entre nuestros Pastores, su cuidado de la Iglesia universal. Y –concluye- ayuda a renovar el conocimiento de los obispos del Magreb, algo que llevo muy dentro del corazón”.