Louis Gautier Mamboundou, sacerdote gabonés: “Cuando fomentamos las vocaciones nativas, participamos en la obra de Dios”
El padre Louis Gautier (1983, Muila, Gabón) lleva un año y medio en España, concretamente en la diócesis de Córdoba, donde actualmente sirve como vicario parroquial. Asimismo, está vinculado a la Archidiócesis hispalense a través de la Facultad de Teología San Isidoro, en la que está ampliando su formación teológica.
Con motivo del domingo del Buen Pastor (el próximo 8 de mayo), fecha en la que la Iglesia celebra la Jornada de oración por las vocaciones nativas, el padre Mamboundou cuenta su testimonio.
¿Cómo surge su vocación?
La llamada de Dios es un misterio. Eso significa que cuando Dios nos llama no se capta claramente, pero en mi caso, sí tuve una especie de sensación espiritual en mi corazón. Una sensación que no es verdaderamente material o física, sino que supera nuestro conocimiento y razonamiento.
En mi proceso vocacional el Señor puso a algunas personas delante de mí para guiarme: Por un lado, a las monjas del Rosario, de mi parroquia (San José), y por otro al párroco, el padre Feliciano.
Este sacerdote amaba mucho a los jóvenes, se acercaba a nosotros sin hacer diferencia -como un buen africano- y tenía un corazón muy grande. Era un hombre muy riguroso, pero siempre nos abría las puertas de su casa y de una posible vocación al presbiterado.
Fue él quien me animó a participar en el Grupo de las vocaciones, un espacio diocesano que acompaña a los jóvenes que tienen esta llamada en su corazón y que me ayudó mucho, porque teníamos reuniones para reflexionar y actividades en torno a la vocación.
Recuerdo, además, cómo el día del Buen Pastor el padre Feliciano nos presentó delante de todos los feligreses. Entonces dijo: “Mirad, estos niños son humanos, están discerniendo sobre su vocación y algún día pueden entrar en el Seminario. Estos jóvenes no son extraterrestres, son humanos, es decir, que cualquier hombre que escucha la llamada de Dios puede ser sacerdote”.
Esto me hizo pensar que el sacerdote no es de un grupo de élite, sino que todos podemos ser llamados.
Igualmente, durante mi proceso de discernimiento me paraba delante de la cruz del Señor y sentía como algo me hablaba, como si una persona me dijese “¿por qué este hombre está clavado en la cruz?”. Yo, personalmente, sacaba una conclusión: la única cosa que hizo fue entregarse por los hombres. Si Él hizo este sacrificio, yo puedo hacerlo también.
¿Cómo afrontó su familia su vocación al sacerdocio?
Mi familia es católica, pero no practicante. Mi padre, de hecho, tiene dos mujeres. Sin embargo, en cuanto a mi vocación, no les sorprendió mucho, ya que en aquella época entendían y veían que yo me comportaba como un futuro sacerdote. Pero eso no significa que estuvieran contentos, porque les hubiera gustado que hiciera una carrera que diera mejor posición y dinero a la familia.
Con el tiempo, no obstante, se han alegrado, porque han visto que el sacerdote es una persona importante en la sociedad y me ven feliz.
En relación a las vocaciones en su país, ¿se vive un otoño vocacional como en Europa o hay más predisposición de los jóvenes a darle su sí valiente al Señor?
Me gustaría empezar contextualizando la realidad religiosa de mi país. Gabón está en África central y, en general, somos un país religioso, de mayoría cristiana, pero de distintas confesiones. También hay religiones tradicionales africanas.
Antaño fuimos una colonia francesa. Cuando los europeos vinieron a África, nos trajeron la religión católica, pero en aquella época hubo una especie de distancia entre la cultura africana y la europea. Poco a poco, con el tiempo, se empezaron a ver sacerdotes africanos. Esto favoreció las relaciones entre el presbiterado y el pueblo, que se sentía alejado de los sacerdotes europeos. Este ambiente de cercanía era favorable para que surgieran nuevas vocaciones, ya que el sacerdote nativo conocía la lengua, las tradiciones, nuestra forma de ser y celebrar –que es más alegre y participativa-, las costumbres, etc. Todo esto forma parte de la inculturación de la fe, es decir, hay que transmitir el Evangelio, pero teniendo en cuenta la cultura de cada país.
Gracias a esta cercanía, los jóvenes han ido entendiendo que todo es posible, que todos podemos ser sacerdotes. De hecho, se construyó un Seminario en el país para formar a los seminaristas y que no tuvieran que emigrar. En este sentido, ha habido un cambio muy grande en pocos años.
¿Cómo es la formación de un sacerdote en las tierras de misión?
Yo ingresé en el Seminario de San Agustín de Gabón en 2003 e hice ocho años de formación: un año de propedéutica, tres de Filosofía y cuatro de Teología.
Recuerdo que era un lugar muy distinto del ambiente de mi familia: había horarios y normas. Los primeros días no fueron fáciles, pero me resultaba también interesante esta forma de vivir y de hablar. Tuve la suerte de compartir con otros jóvenes de diversas regiones de Gabón y eso fue muy enriquecedor. Me motivaba que todos viviéramos con la misma vocación de seguir a Cristo.
¿Por qué cree que es importante que la Iglesia siga celebrando la Jornada por las vocaciones nativas?
La Jornada Mundial de las vocaciones nativas es una oportunidad para desarrollar las obras que sostienen las misiones, y esta obra es muy grande, por ello, debemos ser generosos.
Igualmente, tenemos que tener en cuenta que cuando hacemos obras para fomentar las vocaciones, no las hacemos por nosotros mismos, sino que estamos honrando al Señor que es el dueño de la Vida. No es solo una necesidad material o una exigencia para cuidar a nuestros hermanos pobres, sino que es algo espiritual, de fe, es decir, estamos participando en la obra de Dios.