`Luchamos contra la pobreza. ¿te apuntas?´ (8-2-2015)
Los datos son tristemente elocuentes: todavía hoy, a pesar de la globalización, un tercio de la humanidad padece hambre o está mal alimentada; una quinta parte de la población mundial sobrevive con menos de un dólar al día; y 1.200 niños mueren cada hora como consecuencia del hambre. Quiere esto decir que en nuestro mundo todo está globalizado menos la solidaridad.
Este estado de cosas interpela a la conciencia de los gobernantes de todo el mundo, llamados a globalizar eficazmente la solidaridad con los pueblos del hemisferio sur. Como afirmara Benedicto XVI en un célebre discurso a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Vaticano en enero de 2010, «sobre la base de datos estadísticos disponibles, se puede afirmar que menos de la mitad de las ingentes sumas destinadas globalmente al armamento sería más que suficiente para sacar de manera estable de la indigencia al inmenso ejército de pobres».
Hay fundamento, pues, para afirmar que un nuevo orden mundial podría eliminar en poco tiempo la lacra del hambre. El papa Francisco ha lanzado la campaña «Una sola familia, alimentos para todos», y pretende que se consiga antes del año 2025. Sin embargo, no está en nuestras manos esta decisión que podría cambiar el rumbo del mundo, haciéndolo más humano y fraterno, de acuerdo con los planes de Dios. Tal decisión es patrimonio de quienes tienen en sus manos el destino de los pueblos, que no parecen especialmente predispuestos a adoptar resoluciones tan radicales. Esta constatación, sin embargo, no debe inhibirnos y mucho menos conducirnos al escepticismo. Está a nuestro alcance colaborar en la construcción de la «nueva civilización del amor» en el ambiente y circunstancias en que la Providencia de Dios nos ha situado. Depende de nuestra libertad responsable que, ayudada por la gracia, es la que verdaderamente permite soñar con un mundo mejor. Una cosa es clara, la eliminación del hambre en el mundo no será posible sin la implicación y el compromiso de todos. A ello nos invita el lema de la Campaña de este año: “Luchamos contra la pobreza, ¿te apuntas?”.
Manos Unidas, «organismo oficial de la Iglesia en España para la ayuda, promoción y desarrollo del Tercer Mundo», cumple ya 56 años de historia y tiene entre nosotros una misión verdaderamente profética. Nos recuerda que los pobres existen y que servirles pertenece a la entraña más genuina del Evangelio. Manos Unidas, «experta en humanidad», como obra que es de la Iglesia, y experta también en la aplicación escrupulosa de los fondos que recibe para proyectos de desarrollo, espolea un año más nuestra solidaridad, virtud que nos obliga al compromiso firme y perseverante por el bien común, es decir, el bien de todos los hombres, hijos de Dios y hermanos nuestros. La solidaridad, como nos dijera Juan Pablo II, «es la entrega por el bien del prójimo, que está dispuesta a «perderse» en sentido evangélico, por el otro en lugar de explotarlo, y a «servirlo» en lugar de oprimirlo para el propio provecho» (SRS 38).
El amor fraterno es el corazón del mensaje de Jesús. A lo largo de su vida, «Él manifestó su amor para con los pobres y los enfermos, para con los pequeños y los pecadores. Él nunca permaneció indiferente ante el sufrimiento humano; su vida y su palabra son para nosotros la prueba de su amor» (Plegaria eucarística Vc). Por ello, la fuente de nuestra entrega a los pobres es el amor del Señor, que nos ha amado hasta el extremo, hasta dar la vida por nosotros (Jn 15,13). En la Eucaristía participamos de ese amor, que nos hace capaces de mirar con compasión, con los ojos de Jesús, al Tercer Mundo, compartiendo nuestros bienes con nuestros hermanos. Lo exige nuestra común condición de hijos de Dios y el destino universal de los bienes creados.
Ruego a los sacerdotes que colaboren con todo interés en la Campaña contra el Hambre de este año. Les agradezco de antemano el empeño que van a poner en la homilía y en la realización de la colecta. Agradezco también el tiempo, el trabajo y la disponibilidad de los directivos y voluntarios de Manos Unidas de toda la Archidiócesis y el desprendimiento de sus socios. Invito a los consagrados y a los fieles todos a la generosidad con nuestros hermanos más pobres, con la seguridad de que no quedará sin recompensa.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla