Mª Dolores González Saborido: “Mi sordera me ha mostrado la Misericordia de Dios”
No es popular ni sale en los periódicos; no ha escrito libros o realizado algún proyecto. Su vida está escondida en Dios (Col., 3,3). Mª Dolores González Saborido nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) hace sesenta y cuatro años y entró en el Monasterio de Carmelitas Descalzas de Dos Hermanas (Sevilla) con apenas 23. Mujer fuerte, alegre, vital, ilusionada y servicial, es una más de las 550 religiosas contemplativas de nuestra Archidiócesis que, como cada una, tiene una historia personal, unos escollos que ha tenido que superar para conseguir realizar su llamada. Para Mª Dolores, supriora del Monasterio de Carmelitas Descalzas de Dos Hermanas, fue su sordera.
¿Cómo sintió su vocación?
Mi vocación nació cuando estaba en el seno de mi madre, antes de nacer estaba ya fijada por Dios. Pero para mí hubo un comienzo, el día de mi primera comunión. Fue un día maravilloso porque comenzó mi amistad con Jesús.
¿Cómo fue su pérdida de audición?
A penas me di cuenta. Lo heredé de mi padre. Cuando nací oía pero la sordera fue aumentando progresivamente. Mi padre comenzó a quedarse sordo de mayor y yo desde pequeña estuve muy pendiente de él, vocalizando las palabras para que me pudiera leer los labios y, sin darme cuenta, iba aprendiendo ese lenguaje de los labios, por eso no era consciente que también perdía oído porque estaba pendiente de los labios de todos. Con 13 o 14 años notaron que me pasaba algo; cuando mi madre me llamaba y yo no volvía la cabeza. Ya había perdido mucho y vivía con eso como una cosa normal. Mi enfermedad no tiene cura. Ahora, con el implante coclear, al quedarme algo de sensibilidad en el nervio auditivo que llega al cerebro puedo ser una sorda oyente. (El implante es un producto sanitario de alta tecnología que consiste en un transductor que transforma las señales acústicas en señales eléctricas que estimulan el nervio auditivo).
¿Por qué el Carmelo?
Mi llamada siempre ha sido SERVIR: a los ancianos, a los enfermos, a todos. Mi naturaleza es fuerte y de mucha actividad. Cuando se presentó el momento de entrar a un convento al cumplir mi mayoría de edad me encontré con rechazos que al principio no entendía. Mi sordera era un impedimento que dificultaba vivir mi vocación en la vida activa, trabajos a los que estaba habituada en mi vida laica. A pesar de mi actividad me atraía mucho la oración; antes de ir a algún sitio hacía oración porque sabía que para ayudar a los demás tenía que estar con el Señor. Sin embargo nunca se me ocurrió que mi vocación iba por ser monja de clausura. Cuando me encontré con esas negativas, muy duras para mi, en varios conventos, me puse en manos de mi confesor y le pedí que me buscara un sitio donde servir al Señor, sin importarme la Orden, porque Dios me llamaba. Entonces mi confesor habló con la Vicaría de Religiosos de Sevilla y me orientó al convento de Carmelitas Descalzas de Dos Hermanas. En tres meses estaba dentro; fui la primera novicia. A mi misma me sorprendió la rapidez y así pude confirmar que Dios me quería aquí, mi vida era seguirle a él y eso ha sido siempre lo que me ha dado perseverancia en mi vida religiosa.
¿Cómo fue la adaptación a este estilo de vida?
No fue fácil. Primero una vocación impensada, un clima de comunidad diferente. Yo sabía que pobres y enfermas no me iban a faltar para cuidar pero mi sicología tenía que organizar una vida distinta a la que me había imaginado. No es igual una vida de clausura que la vida en la calle, donde te mueves de un sitio a otro con esa energía que recibes de Dios y te hace recorrer el mundo entero. Entonces pensé en Santa Teresita que, sin salir, era patrona de las misiones; desde el amor y con el corazón podía ayudar a un misionero, a personas pobres y abandonadas en el mundo; porque la cosa no está en lo que hacemos sino en lo que Dios hace en nosotros. Yo le decía a Dios con el amor tan grande que traía: ¿cómo puedo estar así toda la vida sin poder dar todo esto que tengo?. Sin embargo eso era lo que Dios quería de mi, una capacidad de recibir de Él para que luego lo distribuyera en los demás. Lo nuestro es tener un corazón abierto.
¿Se ha sentido diferente?
Me esforcé al máximo para poder conseguir rezar a dos coros con todas. Para mí la liturgia es muy importante, yo quería rezar y participar como ellas. Ahí es donde más tuve que trabajar. Cuando sobresalía mi voz me avisaban para que fuera más despacio y así, mirando por el lado, por la respiración y los labios de las hermanas, seguía sus movimientos y rezaba al compás de ellas. Ahora lo hago también cuando se me acaban las pilas. El esfuerzo fue grande pero conseguí llevar el mismo ritmo. Todo lo hice con mucha ilusión, esfuerzo y cansancio que dieron resultados. He sido 30 años sorda total hasta que me pusieron el implante y eso ha sido un descanso. Sólo he dejado de asistir a los ensayos de los cantos. Yo siempre he estado donde estaba la comunidad.
Y las monjas ¿cómo se adaptaron?
Normalmente, en todas partes, el sordo molesta mucho porque levanta la voz -yo puedo comprenderlo ahora-. Ellas me avisaban y yo bajaba la voz. Los comienzos fueron duros porque somos sensibles y no estamos preparados. Poco a poco el sordo se va educando y comprendiendo que también hay que tener caridad con las personas que le rodean. Estoy agradecida a la comunidad que me acogió por su paciencia. Ellas comprobaron que mis esfuerzos respondían a la vocación que tenía.
¿Cómo se ve ahora?
Tenemos dos caminos: la desgracia o la dicha. La vida religiosa es exigente pero al mismo tiempo ayuda a salir de nosotros mismos y de nuestras sensibilidades. No podemos vernos víctimas por tener esta incapacidad, eso nos empobrecería. Hay que tomarlo como algo natural, un fallo físico que hay que superar y seguir adelante. El Señor me ha regalado un grupo de amigos. Ellos pertenecen a la Pastoral del Sordo de Sevilla y vienen a verme todos los años. Para mí ha sido muy bueno ver a tantos hermanos sordos con los que comparto la fe y la alegría en Jesús y ahora somos una familia que me hace feliz.
¿Ha encontrado algo positivo por ser sorda?
Todo lo que ha rodeado mi vida. Primero cómo me ha conducido la misericordia de Dios. He aprendido a valorar cómo los demás sentidos han ayudado a la falta del que tengo. MI vista, mi sensibilidad son exquisitas. El apreciar y saber utilizar estos recursos es para dar gracias a Dios. Hasta he tenido que trabajar para guardar recogimiento por la privacidad de las hermanas. El silencio es lo que más me ha llenado en mi vida. Para llegar a un silencio interior tenemos que guardar un silencio físico que a muchos les cuesta y mi sordera me ha ayudado mucho a la interioridad.
¿Qué le ha costado más en la vida religiosa?
No poder cantar la Liturgia. La liturgia siempre ha sido un pilar en mi vida religiosa, porque nos une a la oración de todo el mundo. Cantar es expresar lo que estamos recitando y yo no puedo, sólo canto por dentro. Eso sí, en navidad toco la pandereta como nadie, cuando veo cómo tocan la guitarra, sigo el ritmo.
¿Qué le ha dado mayor satisfacción?
El Amor de Dios, no hay nada que me pueda satisfacer más. Llevo 41 años caminando por el desierto sin embargo no me ha faltado ni el pan ni el agua para el camino; ha sido una trayectoria fuerte de trabajo y superación. Y voy creciendo y entendiendo Ahora estoy en una edad que fácilmente veo cosas profundas como ver lo que Dios ha ido haciendo en mí, lo que ha ido obrando y dibujando en mi; Estos años han sido de búsqueda y cuando me he ido encontrando con El ha sido una experiencia muy positiva. Ahora mi vida se centra en que El me cuida y todo lo que tengo es suyo. Es un vacio de uno mismo y un lleno de Dios.
¿A qué se dedica en el Monasterio?
He trabajado en la plastificación, en el obrador, la enfermería, en la sacristía y en los últimos 27 años he sido cocinera, porque era la manera más bonita de servir a mis hermanas. Mi vocación de Servir no se ha perdido, ha ido por otro camino; el Señor me quería aquí. Desde aquí cuido a mis hermanas mayores y ayudo a todas. Y llevo unos 15 años de supriora, la persona de confianza de la priora, para apoyar y aportar positivamente.
¿Siente que se han realizado sus proyectos al seguir la llamada?
No es mi proyecto es el proyecto de Dios en mi vida. Ese proyecto se está cumpliendo y con su gracia creo que se cumplirá hasta el momento final, porque El es mi vida.
Desde su experiencia, ¿qué aconsejaría a los de fuera?
Que no tengan miedo al amor de Dios, que se dejen amar por Dios. Temen lo que les pueda pedir. ¡No, va a ser mejor! Si van a ser madres, con Dios va a ser mejor, si van a desarrollar un trabajo, va a ser mejor. ¡Disfruten con Dios! ¡Déjense amar por Dios!.