Archidiócesis de Sevilla

Van pasando los días de la novena a la Virgen de los Reyes. Sin importar el calor o las ausencias propias de estas fechas, cada día se congregan cientos de fieles en la Catedral, que van creciendo en el pasar de las jornadas, y que serán miles cuando el 15 de agosto su rostro apacible, su sonrisa serena, se asomen a la plaza que lleva su nombre. Qué hermosa tradición recuperada en las parroquias y hermandades de tantos pueblos peregrinando en la madrugada para llegar poco antes del alba y encontrar un sitio para ver a la patrona. O volver a Sevilla, esté donde se esté pasando el verano, aunque haya que madrugar mucho y hacer kilómetros, para retornar unas horas a la ciudad. Unas horas que en realidad duran esos minutos que tarda la Virgen en pasar, que siempre va presurosa, como teniendo prisa pero no queriendo que se note. Ningún paso en Sevilla anda como el de la Virgen de los Reyes, porque avanza con la cadencia firme de los misterios que van siempre de frente, pero sin alargar mucho el paso, para que la vuelta por las gradas bajas no dure ni más ni menos. Y la cadencia es alegre como en los palios, pero con una leve mecida que solo parecen notar las borlas del palio. Todo es medida, pureza, delicadeza. Todo es Sevilla.

¿Qué tiene la devoción a la Virgen de los Reyes, siendo tan numerosas las advocaciones a las que amamos, tantos nombres de María que llevamos en el corazón, prendidos en los titulares de las hermandades a la que pertenecemos?

Me parece que todo se resume en una palabra: Madre. Mas que patrona, la Virgen de los Reyes es verdaderamente sentida como Madre de Sevilla y su Archidiócesis. Su imagen compendia todas las representaciones marianas, tantísimas, de nuestra tierra. La devoción plural no es competencia, sino diversidad de visiones de la misma mujer, María de Nazaret. Pero el sentimiento de la fe del pueblo de Dios, tan profundamente teológico, sabe compendiar esta diversidad en la imagen concreta que se venera en la casa madre que es la Catedral. Aquí se pone de manifiesto esta verdad que algunos se empeñan en poner en duda: ya sabemos que son imágenes distintas, iconos materiales, son madera, claro que sí. Pero iconos que nos llevan al único rostro verdadero de la Madre de Dios. En la piedad popular, el alma sabe trascender a lo visible. Un sentido espiritual que da plenitud al ser humano y que conviene recordar. Esto no solo es teología, sino antropología muy elaborada. Y se hace rezando.

Mucho antes que la constitución Lumen Gentium del Concilio Vaticano II, la devoción a la Virgen de los Reyes ha mostrado la unión entre la Virgen Madre y la Iglesia Madre: congregados como un solo rebaño bajo el sucesor de los apóstoles, el Arzobispo de Sevilla, como hijos de la Iglesia; congregados como una sola familia bajo la Stma. Virgen María, como hijos suyos confiados a Ella por Cristo en la Cruz. Congregados en torno a la que es Madre de Dios y madre nuestra. Como los apóstoles en el Cenáculo.

Esta maternidad, en realidad no doble sino única, se hace visible, sobre todo, en la mañana del 15 de agosto. Pero también en los besamanos multitudinarios (¡colas a pleno sol en estas fechas!), en la novena y la octava, en las sabatinas durante el año, en la Capilla Real siempre habitada por los fieles, etc. Creo que La devoción a la Virgen de los Reyes nos construye como Iglesia, como comunidad creyente y, en definitiva, como apóstoles, al hacernos sentir más cercanos a la comunión y la misión de la Iglesia Hispalense.

La Virgen de los Reyes, madre, faro y sostén de Sevilla y su Archidiócesis. Porque cada vez que la miramos, por su rostro apacible, por su sonrisa serena, Ella nos dice: “No tengas miedo. ¿Acaso no estoy yo contigo, que soy tu Madre…?”

Foto: Rechi.