Martes de la IX semana del Tiempo Ordinario
El pasado sábado hablaba de la santidad del rey san Fernando, seglar y padre de familia. Vuelvo sobre este tema. Sucede que cuando se habla de la santidad, no pocos fieles se asustan. Piensan que este ideal exige un género de vida extraordinario y sobrehumano. La santidad, sin embargo, no es patrimonio exclusivo de los genios del espíritu. Es patrimonio y obligación de todos los bautizados, también de los laicos, cualesquiera que sean las circunstancias de su vida, aún las más comunes y ordinarias, y cualquiera que sea también su edad o condición. La santidad es la única vocación del hombre. No hay otra vocación, ni tenemos otra tarea mejor que realizar en la tierra: todo para ser santos…, todo para glorificar al Padre, y al Hijo, y al Espíritu.
A lo largo de la historia de la Iglesia, han sido muchos los cristianos laicos que, como san Fernando, han vivido este ideal como padres y madres de familia, en el trabajo del hogar, en el trabajo agrícola o artesano, en la industria o el trabajo intelectual. En realidad, la santidad no consiste en hacer cosas raras o extravagantes. La santidad consiste en el cumplimiento del deber, en recibir y acoger la voluntad de Dios y hacer de nuestra vida una respuesta amorosa al plan de Dios sobre nosotros.
La figura eximia de San Fernando nos invita a caminar por las sendas de la santidad, a caminar desde Cristo, a centrar nuestra vida en el Señor; a conocerle, amarle e imitarle; a vivir la comunión plena con Él; a reforzar nuestra vida de oración, el cumplimiento de los deberes familiares y profesionales, la fraternidad, el servicio a nuestros hermanos y el compromiso apostólico.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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