Martes de la tercera semana de Pascua
La oración colecta de la Eucaristía de hoy, en el corazón de la Pascua, tiempo eminentemente bautismal, evoca la fecha de nuestro bautismo, el día más importante de nuestra vida, aquella fecha magnífica que todos deberíamos conocer y celebrar más incluso que el día de nuestro nacimiento físico. En aquel día fuimos purificados del pecado original y lo que es más importante, fuimos consagrados a la Santísima Trinidad, que vino a morar en nuestros corazones. En aquel día memorable recibimos el don de la gracia santificante, el mayor tesoro que nos es dado poseer en esta vida, que es la vida divina en nosotros, que nos permite formar parte de la familia de Dios como hijos bien amados del Padre, hermanos del Hijo y ungidos por el Espíritu.
En aquel día fuimos incorporados al misterio pascual de Cristo muerto y resucitado, sacerdote, profeta y rey. Al mismo tiempo, al incorporarnos a Cristo, cabeza del cuerpo místico, quedamos incorporados a la Iglesia, la porción más valiosa de la humanidad, la iglesia de los mártires, de los confesores, de las vírgenes, la Iglesia de los héroes y los santos, que han dado la vida por Jesús y que nos estimulan con su ejemplo en nuestro caminar.
El recuerdo de nuestro bautismo en este tiempo pascual, tiempo eminentemente bautismal, hace brotar en nosotros un primer sentimiento: la gratitud al Señor que permitió que naciéramos en un país cristiano y en el seno de una familia cristiana, que en los primeros días de nuestra vida pidió para nosotros a la iglesia la gracia del bautismo y que nos inició en la fe. Una segunda actitud es el gozo. Hemos de recordar este día transcendental en nuestra vida con una profunda alegría interior.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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