Archidiócesis de Sevilla

La Iglesia rendirá el 18 de noviembre un tributo de justicia y veneración a veinte personas que dieron la vida por razón de su fe. Serán beatificados en la Catedral de Sevilla, en el curso de una ceremonia que presidirá el cardenal Marcelo Semeraro, prefecto del Dicasterio para las Causas de los Santos. Los sucesos que ponen en común a los futuros beatos están fechados en el verano de 1936, al comienzo de la última contienda civil española, en unos tiempos que han pasado a la historia como referencia atroz de hasta qué punto puede llegar la sinrazón humana. Las semanas que nos separan de este acontecimiento ofreceremos en Iglesia en Sevilla semblanzas de unos hombres y mujeres que murieron perdonando a sus verdugos, y cuyas vidas nos acercan a la santidad del día a día, a los “santos de la puerta de al lado”, usando la terminología instaurada por el papa Francisco.

Cazalla de la Sierra es una de las localidades sevillanas en las que la Guerra Civil dejó una huella más cruel. El 5 de agosto de 1936, buena parte de los encarcelados tras el golpe militar del 18 de julio fueron acribillados a balazos y con bombas en el patio central del recinto, resultando muertos más de medio centenar, cuyos restos fueron sepultados en el antiguo cementerio parroquial, contiguo al presidio. Entre los asesinados se encontraban el párroco, un seminarista y varios laicos a los que les unía una identidad católica inquebrantable. Fueron apresados y encarcelados sin más motivación que la estrecha colaboración con su parroquia, con la Iglesia. En esta relación de laicos se encontraban Mariano López-Cepero, su hermano Gabriel, Manuel Palacios (padre del seminarista) y Cristóbal Pérez.

Todos ellos debieron suponer la suerte que correrían cuando el párroco, Antonio Jesús Díaz, fue detenido el mismo día de la sublevación militar. Además, esa jornada se desató en el pueblo una vorágine destructora de todo lo que recordaba a la presencia religiosa.

Mariano López-Cepero (Cazalla de la Sierra, 1883) también compartió reclusión con dos de sus hijos. Como relató el coadjutor de Cazalla, testigo y superviviente de aquel cautiverio, durante esos diecisiete días no exentos de vejaciones era habitual escuchar de sus labios “frases de filial confianza en la Santísima Virgen”; era “hombre de sólida fe, y de profundas convicciones religiosas, aceptaba las mayores torturas y sufrimientos como voluntad del Altísimo y bajo su constante sonrisa”. Gabriel López-Cepero (Sevilla, 1880) tuvo igualmente la desgarradora experiencia de compartir el martirio rodeado de familiares, y esperaba el anunciado final sin dejar de ofrecer un testimonio encomiable de fidelidad al Evangelio. El lugar del cautiverio de estos dos futuros beatos se denominó ‘la sacristía’, porque allí se rezaba diariamente el Rosario.

Cristóbal Pérez (Alájar, Huelva, 1887), farmacéutico de Cazalla, cuyo delito consistía en creer en Dios y profesar la fe sin el menor complejo, improvisó un botiquín en una cárcel atestada de personas. Este es el encargo que envió por carta a su esposa a modo de despedida: “Que me encomiendes mucho al Señor (…) Reza por todos nosotros y quiera el Señor que esta sangre vertida sea para la salvación de la patria”.

Manuel Palacios (Aracena, Huelva, 1877) fue asesinado junto a su hijo seminarista que había buscado a su padre en este trance; otro de sus hijos, también encarcelado, sufrió tales heridas entonces que murió al poco. Fiel colaborador de su parroquia en medio de la adversidad, como los anteriores, durante su cautiverio mantuvo una actitud religiosa vivida en comunidad, como la de un visionario que anticipaba la patria celestial a la que aspiraba. Dejó encargado a su viuda que no denunciara a nadie ni tomara represalias si le ocurría algo. El suyo es el testimonio de tantos hombres y mujeres que entregaron sus vidas, sin merma de su fundamento cristiano, en unas circunstancias especialmente cruentas.