Metaverso. Necesidad del otro.
Hace tiempo que la ficción, aquello que la imaginación y destreza de escritores como Julio Verne fabularon, ha pasado a formar parte de la vida real. La domótica y la robótica se han ido apoderando de acciones reservadas a los humanos. Llevamos décadas viendo cómo las tecnologías, la industria en general que trabaja en el desarrollo de autómatas inteligentes, tras la que existe una potente ingeniería, ha crecido de forma vertiginosa y sin darnos tiempo a pestañear. Por ello, de algún modo, nos hemos habituado a esperar cualquier cosa. Las redes sociales omnipresentes en la sociedad, el acceso al mundo digital, sin el cual ya es difícil realizar numerosas gestiones, van dando paso a otras novedades, como la que desde hace poco está conquistando su espacio: el metaverso, concepto acuñado en 1992 por el escritor Neal Stephenson.
Esta realidad virtual, paralela al mundo físico, se presenta con gran atractivo. La mente del creador no descansa. Y no puede dejarse escapar la gallina de los huevos de oro. Y es que el ser humano se cansa enseguida de lo que tiene a la mano, de lo que conoce, y busca nuevas experiencias casi de forma constante, especialmente si se es joven, aunque hoy día este deseo de escape es extensivo a cualquier edad. Es una inquietud que se manifiesta en la infancia. Aún sin reemplazarlas, redes sociales de peso han ido viendo cómo surgían nuevas que invadían su campo de acción. Otras cayeron ya en el olvido.
Pero, ¿qué es lo que no se pierde, qué es lo común a todas ellas? La necesidad de relacionarse con los demás. Porque el metaverso pone el acento en el mundo de relaciones, a través de un entorno cuajado de fantasía, forjado de forma apetecible para explorar nuevos mundos. Se entra en un espacio de entretenimiento, en el que posibilidades de hacerse con nuevas amistades, compartir juegos, realizar viajes, entrenar, asistir a espectáculos, aprender en prestigiosas universidades, establecer negocios, contemplar paisajes… (se habla de la creación de puestos de trabajo, de una herramienta útil para la educación), aparecen envueltas en cierto halo misterioso y escenarios propios de un film futurista. Todo ello atrae la atención, y el tiempo, de quien se adentra en él.
Resulta difícil imaginar cómo se puede bailar, correr, boxear, etc. sin moverse del sofá. La fascinación por lo desconocido convertida, como tantas cosas, en negocio. De hecho, se pone al alcance de los usuarios la posibilidad de invertir en metaverso, por tanto, de poseer acciones que ya figuran en el campo financiero mundial. Esta nueva oferta, que según algunos dicen se propone “cambiar el mundo”, está en el punto de mira de los sociólogos y de otros especialistas. Y será difícil sustraerse a ella, aunque solo sea por curiosidad o por razones mercantilistas. Numerosas empresas de marketing, entre otras, tienen el metaverso entre sus objetivos. Una empresa conocida permite adquirir un “trozo de zapatilla” virtual. Y se venden terrenos de igual forma. La locura se va desatando.
Ahora bien, ¿será capaz de alimentar la búsqueda del otro que nunca abandona al ser humano? ¿O es otra creación para tratar de llenar vacíos existenciales aparte de lo ya descrito? Antropológicamente estamos abiertos a los demás. Así hemos sido creados. Nos necesitamos unos a otros. El metaverso no es más que un producto vendido para fines concretos en los que siempre ha de estar presente el ser humano. Habrá que ver cómo logra potenciar relaciones o estrechar vínculos. Cuando los “avatares”, versión digital de la persona, que interactúan en este ciberespacio, se desconectan, la metáfora construida artificialmente desaparece, y se vuelve a entrar bruscamente en esa realidad en la que vivimos todos con sus exigencias, responsabilidades, preocupaciones y dificultades, amasadas también de gozos y alegrías, y de la que no podemos estar escapando, amén de que no nos va a solventar lo que depende de cada cual. Este espacio tridimensional del metaverso permite la huida, lo cual es significativo ya que en la vida real no siempre es posible hacerlo ante situaciones incómodas que se presentan.
Las redes sociales son comodines, ventanas que bien utilizadas continúan sirviendo para lograr objetivos loables, aunque también hayan sido hasta ahora instrumentos dañinos en manos de algunos. No caben otras expectativas existenciales. No se desciende del mundo virtual para enjugar las lágrimas de nadie y dentro tampoco. Ninguna de las redes, aunque lo pretendiese, que por supuesto no se lo proponen, podrá colmar los anhelos que laten en lo más hondo del ser.
Buscar un mundo “sin limitaciones” dentro de una confluencia entre el físico y el digital, no es más que una forma de evasión que sigue efectuándose mediante la navegación por Internet, ahora con unas gafas, sumergiéndose en ese océano que a veces parece sin fin. Todo ello siempre tiene el peligro de crear dependencia y de frustrar expectativas que puedan forjarse. Así pues, simplemente hay que valorarlas en su justa medida. Si nos retienen, si extraen de nosotros o nos han suscitado emociones o pasiones que no reportan ningún bien, habrá que dosificar presencias, y hasta dejarlas fuera de juego. Se puede vivir sin estar atado a ellas, aunque lo haga difícil el devenir de una sociedad que puede marginar a quien no las utilice.
Habrá que ver qué da se sí esta nueva empresa en la que se ha embarcado Mark Zuckerberg, cuál es el uso que se le da, y qué expectativas ofrece más allá de las que ahora muestra. Desde luego, por ahora se crean puestos de trabajo relacionados con ella. Pero, en cualquier caso, lo que nos desarrolla y perfecciona eso es lo que realmente interesa.
Isabel Orellana Vilches
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