Archidiócesis de Sevilla

En este miércoles de la tercera semana de Cuaresma, en las peculiares circunstancias que estamos viviendo, el Señor nos llama a la conversión del corazón, a rasgar los corazones y no las vestiduras. No se trata de un cambio de atuendo o de una transformación cosmética y externa, sino de penetrar en las entretelas del corazón, en lo más recóndito de nuestro mundo interior, con el bisturí de la sinceridad y de la verdad, para descubrir nuestras miserias, claudicaciones e infidelidades, nuestra tibieza y nuestra resistencia sorda a la gracia de Dios, es decir, la triste realidad del pecado en nosotros, que probablemente no es fruto de la maldad, pero sí de la cobardía y la debilidad.

Para realizar esta tarea, insoslayable en la Cuaresma, que, si ha de ser completa, conlleva también una cirugía profunda de los apegos que nos esclavizan y separan de Dios, decíamos ayer que es imprescindible el desierto, la soledad y el silencio, como Jesús que se retira al Monte de la Cuarentena para estar a solas con el Padre. Actitud fundamental en la Cuaresma es también la oración más larga y serena, que tonifica, refresca y rejuvenece nuestra vida, y que nos ayuda a ahondar en el espíritu de conversión. En la oración confrontamos nuestro tono espiritual débil y vacilante con el plan de Dios sobre nosotros y sentimos la necesidad de volver a Dios. En la coyuntura tristísima que estamos viviendo pedimos al Señor que toque nuestros corazones, que los haga capaces de compadecerse del sufrimiento de nuestros hermanos, y responsables, como nos pide el sentido común, para vencer entre todos la epidemia.

El papa san Juan Pablo II nos dejó escrito que los cristianos somos lo que rezamos. Un cristiano que no reza será siempre un cristiano tibio, superficial y sólo aparente. Por eso, en la oración colecta de la Eucaristía de hoy pedimos al Señor que perseveremos unidos en la oración y que ponga su mano y nos libre del flagelo terrible del coronavirus.

+ Juan José Asenjo Pelegrina

Arzobispo de Sevilla