Miércoles después de la ascensión
Los tiempos que tocó vivir a san Isidoro no fueron fáciles. Es grande la inestabilidad política del reino visigótico. Pervive además el arrianismo, a pesar de la conversión al catolicismo del rey Recaredo y de su reino en el III Concilio de Toledo (año 589), presidido por san Leandro. A ello se une la escasa formación del clero. Todos esos problemas fueron afrontados por san Isidoro. Combatió el arrianismo que negaba la divinidad de Cristo. Se preocupó por la formación del clero fomentando la creación de escuelas episcopales y redactando los tres libros de las Sentencias, un auténtico manual de doctrina para el clero, donde afirma que la vida sin doctrina se hace inútil y la doctrina sin vida se vuelve arrogante.
San Isidoro fue el hombre más sabio de su tiempo: historiador, humanista y canonista. Su gran mérito fue transmitir a las generaciones posteriores el saber de la antigüedad. Aquí radica su gran perspicacia. Es consciente de que está terminando una época y que es preciso que no se pierda el saber de la época clásica grecolatina. Aquí radica la transcendencia de su figura y de su producción literaria, estando a la altura de autores tan importantes como san Juan Crisóstomo o san Agustín.
San Isidoro fue, sobre todo, un creyente, un hombre de oración y un pastor de santidad eximia. De él hablan muy elogiosamente san Braulio, obispo de Zaragoza y amigo suyo, y san Ildefonso de Toledo. Fue canonizado en 1598. En 1722 fue declarado doctor de la Iglesia por Inocencio XIII, de tal modo que san Isidoro pertenece al pequeño grupo de cristianos escogidos que son al mismo tiempo Padre de la Iglesia y Doctor de la Iglesia.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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