Misioneros frente al coronavirus
La Covid-19 está causando graves estragos en las sociedades del conocido como Primer Mundo. Pese a la solidez de nuestros sistemas sanitarios y la ingente cantidad de recursos preventivos con los que contamos, las víctimas se cuentan ya por cientos de miles.
Ante esta dramática situación, son muchas las oenegés y organizaciones que trabajan en el ámbito de la cooperación internacional las que han dado la voz de alarma, advirtiendo que la llegada del virus a los países empobrecidos puede dar lugar a una tragedia aún mayor.
Un ejemplo de ello son las Obras Misionales Pontificias que desde el inicio de la pandemia pusieron el foco de sus campañas en las tierras de misión y en cómo seguir ayudando a los misioneros. Así, el Papa abrió un Fondo de Emergencia internacional a través de la OMP para sostener el trabajo que la Iglesia misionera realiza frente a esta crisis mundial. Una labor titánica a la que podemos ponerle nombre y rostro gracias a la Delegación diocesana de Misiones.
Concretamente, a Fátima Blanca Rodríguez, religiosa de la Congregación de Esclavas del Divino Corazón, que lleva casi dos años como misionera en Ecuador; y al sacerdote sevillano Juan Fernández-Salvador, párroco en la diócesis de Huacho (Perú) desde hace trece años.
Sistemas sanitarios débiles y precariedad laboral
Estas son las dos principales dificultades para combatir la pandemia a las que se enfrentan los vecinos de estas tierras de misión.
En Quito (Ecuador), donde está destinada Fátima Blanca, “el sistema de salud no tiene la suficiente capacidad para detectar, someter a pruebas y aislar cada caso de contacto con la enfermedad covid-19”. Señala también que la situación es “muy compleja” porque “antes de esta crisis provocada por la pandemia, el país se encontraba en un verdadero aprieto económico: endeudado, dependiente del petróleo, sin fondos de reserva y con una gran precariedad laboral”. De este modo, destaca esta esclava del Divino Corazón, la mayoría de los vecinos de los barrios más humildes, dedicados principalmente a la venta ambulante o regentando pequeños comercios, “ya vivían justitos” antes del coronavirus. Ahora su situación es extrema: “Es muy difícil que la gente se encierre en sus casas, no tienen fácil hacer la cuarentena. Cuando salimos al reparto de víveres nos encontramos los barrios más humildes llenos de gente en las calles vendiendo cualquier cosa que puedan, porque si no trabajan no comen”. Al respecto, reconoce que, para ella, como religiosa, resulta “difícil la impotencia de estar como María al lado del crucificado; quizás se trate de mantener la esperanza de que Dios camina con nosotros”.
De igual forma opina Juan Fernández-Salvador, sacerdote desde hace dos décadas y que ha pasado más de la mitad de su ministerio en Perú, concretamente como párroco de La Sagrada Familia, en el barrio urbano-marginal de Hualmay, en la Diócesis de Huacho. Un lugar en el que la Iglesia “muestra un rostro muy puro y auténtico en el misionero encarnado en el pueblo, viviendo entre ellos y al servicio pleno de la Comunidad”.
Aunque el coronavirus llegó a Perú mucho después que a Europa y las condiciones de temperaturas, generalmente elevadas, está favoreciendo su poca propagación, este sacerdote sevillano indica que el principal problema para combatir la Covid-19 es la falta de medios sanitarios. “El Hospital Regional de Huacho tiene UCI con solo ocho camas. Normalmente derivan los casos a hospitales de Lima, la capital”.
Por otro lado, al igual que Fátima Blanca, Fernández-Salvador explica que “en mi pueblo son unas 30.000 almas y casi todos viven de una forma muy evangélica: al día. Muy pocos tienen mochila de reservas”, por eso la necesidad más apremiante en estos momentos es la alimentación.
Respuesta de la Iglesia
Ante estas necesidades tanto la congregación de las Esclavas del Divino Corazón, en Ecuador, dirigidas por Fátima Blanca, como la comunidad parroquial de Hualmay, con Juan Fernández-Salvador a la cabeza, han intensificado su atención a las familias más empobrecidas y han ampliado sus programas de ayudas a los necesitados.
Por un lado, las religiosas están “haciendo de puente entre personas generosas que quieren echar una mano y las personas en estado de vulnerabilidad que lo necesitan. Así ayudamos con la provisión de víveres a familias de la Unidad Educativa que dirigimos y a vecinos cuya carencia nos consta. Con ayudas locales (personas ecuatorianas que nos donan, el banco de alimentos, un par de donaciones de una cooperativa) y el apoyo de la Fundación Spínola Solidaria (que canaliza otras donaciones), estamos haciendo llegar un kit de alimento semanal a 107 familias. Pusimos el tope en 100 –añade-, porque no da para más, pero es muy difícil cerrar; cada día siguen llamando a la puerta y más que van a llamar como esto se prolongue”.
Por su parte, la parroquia del misionero sevillano está proveyendo de canastas de alimentos básicos a las familias más vulnerables, “con recursos provenientes de bienhechores (muchos sevillanos) y recurriendo a donaciones de empresas de la zona”. Asimismo, afirma Fernández-Salvador, los Ayuntamientos también están repartiendo alimentos y el Estado está ofreciendo unas entregas de efectivo, “siempre insuficientes”, puntualiza. En total, apunta, “más de 3.000 familias han recibido canastas y pollos para su supervivencia y seguimos repartiendo cada día entre las más necesitadas, gracias a Cáritas parroquial y a una red de agentes pastorales distribuidos por el barrio. Esto no soluciona el problema –lamenta-, pero ayuda a paliarlo”. En esta línea, solicita colaboración a través de la Fundación Padre Juan Salvador, realizando donaciones a la cuenta de Caja Rural del Sur ES-40-3187-0810-972784569127.
No solo de pan vive el hombre
Además de esta labor asistencial, este misionero pone el acento en acompañar espiritualmente a su feligresía: “Mantenemos la fe en el Señor Jesús desde un presente lleno de plenitud en el Espíritu y la esperanza en un futuro más justo y humano”.
Mientras las religiosas en Ecuador responden a su carisma educativo manteniendo las clases on-line y con la atención pastoral a las familias de la institución a través de los medios tecnológicos, deseando que “descubran en nuestro apoyo y presencia el apoyo y presencia de Dios, que se preocupa por su pueblo”.
La suya no es una respuesta aislada, sino que toda la Iglesia Católica en Ecuador se está volcando con los afectados por la Covid-19. Según Fátima Blanca, “desde el principio los obispos han tenido una actitud de colaborar con el gobierno en las medidas que se han ido tomando. Por otro lado, desde Cáritas y numerosos grupos o movimientos religiosos se está haciendo una gran labor de asistencia con reparto de víveres, atención a migrantes y personas de la calle. Finalmente, las universidades católicas se han ofrecido para fabricar distintos tipos de dispositivos de protección, y ahora están siendo el apoyo del Gobierno para la producción de pruebas para detectar los anticuerpos”.
Ayudar a la Iglesia misionera
Estos son solo dos ejemplos de los innumerables testimonios de misioneros y misioneras católicos que entregan sus vidas, día a día, por los más necesitados. Especialmente en tiempos de crisis. Y lo hacen gracias a las oraciones y a la colaboración económica constante de miles de cristianos por todo el mundo.
En el caso de Juan Fernández-Salvador, además, se debe al “apoyo incondicional y la generosidad” del Arzobispo hispalense, monseñor Asenjo, y del delegado diocesano de Misiones, Eduardo Martín Clemens; así como de “tantas parroquias, voluntarios, familiares y amigos que vienen colaborando solidariamente con los hermanos más humildes del Perú”.
En palabras de Fátima Blanca, estos son momentos para “encontrar a Jesús crucificado en quienes carecen de lo necesario, en los niños y niñas que sufren violencia en su hogar, en quienes tienen familiares enfermos, en quienes han perdido a un ser querido, etc. Pero siempre está la esperanza desde el convencimiento profundo de que la última palabra la tiene la Vida, de que todo es para bien”, porque tampoco faltan signos de “la presencia de Dios Vivo en tantos gestos de solidaridad que han surgido de todas partes, en el rostro agradecido de quien se beneficia de alguna donación, en la creatividad de tantas personas por hacer la vida más agradable…Me gustaría creer que de esta pandemia vamos a salir mejores, yo creo que en parte sí, seguro, porque se ha puesto en movimiento la debilidad y la ayuda, la inseguridad y la solidaridad, porque se ha puesto en evidencia qué es importante y qué es accesorio…”, concluye.