Modificaciones en la Tercera edición del Misal Romano (XI). Liturgia de la Palabra (III)
Hoy terminamos con esta parte importante de la Misa que es la Liturgia de la Palabra hablando de la homilía, la profesión de fe y la oración universal.
Homilía
La homilía es parte de la Liturgia, y muy recomendada, pues es necesaria para alimentar la vida cristiana. Conviene que sea una explicación o de algún aspecto particular de las lecturas de la sagrada Escritura, o de otro texto del Ordinario o del Propio de la Misa del día, teniendo siempre presente el misterio que se celebra y las particulares necesidades de los oyentes.
Los domingos y fiestas de precepto ha de haber homilía, y no se puede omitir sin causa grave en ninguna de las Misas; los demás días se recomienda, sobre todo, en los días feriales de Adviento, Cuaresma y Tiempo Pascual, y también en otras fiestas y ocasiones en que el pueblo acude numeroso a la iglesia.
Tras la homilía es oportuno guardar un breve espacio de silencio.
Profesión de fe
El Símbolo o profesión de fe tiende a que todo el pueblo congregado responda a la palabra de Dios, que ha sido anunciada en las lecturas de la sagrada Escritura y expuesta por medio de la homilía, y, para que pronunciando la regla de la fe con la fórmula aprobada para el uso litúrgico, rememore los grandes misterios de la fe y los confiese antes de comenzar su celebración en la Eucaristía.
El Símbolo lo canta o lo recita el sacerdote juntamente con el pueblo, estando todos de pie. A las palabras: Y por obra del Espíritu Santo se encarnó de María, la Virgen, y se hizo hombre, o que fue concebido por obra y gracia del Espíritu Santo, nació de santa María Virgen, todos se inclinan profundamente para venerar los misterios de la Encarnación y Nacimiento del Hijo de Dios; en las solemnidades de la Anunciación y de la Natividad del Señor, se arrodillan.
Oración universal
En la oración universal u oración de los fieles, el pueblo, responde de alguna manera a la palabra de Dios acogida en la fe y ejerciendo su sacerdocio bautismal, ofrece a Dios sus peticiones por la salvación de todos.
Las series de intenciones, normalmente, serán las siguientes: a) Por las necesidades de la Iglesia; b) Por los que gobiernan las naciones y por la salvación del mundo; c) Por los que padecen por cualquier dificultad; d) Por la comunidad local. Sin embargo, en alguna celebración particular, el orden de las intenciones puede amoldarse mejor a la ocasión. Las intenciones que se proponen sean sobrias, formuladas con sabia libertad, en pocas palabras, y han de reflejar la oración de toda la comunidad.
El pueblo, permaneciendo de pie, expresa su súplica bien con la invocación común después de la proclamación de cada intención, o bien rezando en silencio.
Conviene que esta oración se haga normalmente, de modo que se eleven súplicas por la santa Iglesia, por los gobernantes, por los que sufren alguna necesidad y por todos los hombres y la salvación de todo el mundo.