Monseñor Asenjo y monseñor Gómez participan en la beatificación de Madre Riquelme
El Arzobispo de Sevilla, monseñor Asenjo, y el Obispo auxiliar, monseñor Gómez Sierra, participaron el pasado sábado, 9 de noviembre, en la beatificación de la Madre Riquelme, fundadora de las Misioneras del Santísimo Sacramento y María Inmaculada, que tuvo lugar en la Catedral de Granada, presidida por monseñor Angelo Beciu, Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos.
También acudieron el Arzobispo emérito de Sevilla, cardenal monseñor Carlos Amigo, y los obispos de Málaga, monseñor Jesús Catalá; de Jaén, monseñor Amadeo Rodríguez; de Córdoba, monseñor Demetrio Fernández; de Guadix, monseñor Francisco Jesús Orozco; de Almería, monseñor Alfonso González Montes; y de Coria Cáceres, monseñor Francisco Cerro, entre otros
Durante la homilía, monseñor Becciu destacó de la nueva beata “la pasión eucarística, vivida personalmente con constancia y transmitida a sus hermanas. Su vida se presenta como un camino gradual de profundización y de maduración, guiado por la perspectiva eucarística como fuente de una caridad con una clara proyección eclesial y misionera. Nos encontramos frente a una religiosa mística y, al mismo tiempo, de gran espíritu apostólico, que vivió en la contemplación continua de Cristo, su esposo, y en la oración incesante por la salvación de las almas. De este gran amor por Jesús Eucaristía y por la Santísima Virgen brotaba ese espíritu misionero que la llevó a fundar las Misioneras del Santísimo Sacramento y de María Inmaculada para la adoración perpetua y el apostolado comprometido en favor de la educación de la juventud. Y así, Granada se convirtió en el corazón de la misión de un grupo de mujeres intrépidas que adoraban al Santísimo Sacramento día y noche para pedir la gracia de poder educar a las niñas más pobres y poder ir por el mundo para anunciar el Evangelio”.
Por su parte, monseñor Javier Martínez, Arzobispo de Granada, se refirió a la Madre Riquelme como “una mujer con una cultura superior a la que razonablemente se podía esperar en una mujer de su tiempo. Pero cuando uno ve su vida en perspectiva se da cuenta de que los puntos centrales de ella apuntan a ciertas claves que ya eran decisivas en aquel primer ocaso de la edad moderna de la segunda mitad del siglo diecinueve y los comienzos del siglo veinte. La devoción a la Inmaculada y el amor al Santísimo Sacramento —un “cachito de cielo en la tierra”, como le gustaba decir—, eran respuestas agudas a algunos problemas acuciantes de la modernidad”.
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