‘Navidad es Navidad’. Tribuna en Diario de Sevilla (24-12-2023)
El día 2 de diciembre a las 19 horas tuvo lugar el tradicional y espectacular encendido de las luces de Navidad en las calles y plazas de nuestra ciudad, que durará hasta el 6 de enero del nuevo año, algo que se va convirtiendo en tradición en muchos lugares. No faltaron titulares anunciando que había llegado la Navidad. Pero justamente el domingo día 3 comenzábamos el tiempo litúrgico de Adviento, tiempo de preparación a la Navidad, compuesto por las cuatro semanas que la preceden. La Sagrada Biblia nos recuerda que “todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo” (Eclesiastés 3, 1). Pero a poco que nos descuidemos, comienza el mes de diciembre y entramos en una vorágine hiperactiva y consumista muy propia de nuestra época. Pero no se han de quemar las etapas, hemos de vivir el Adviento intensamente y ese es el modo para celebrar con fruto espiritual el nacimiento del Señor en Navidad, el 25 de diciembre.
Hay días que cuando me dirijo a alguna parroquia de la ciudad o de la archidiócesis para diferentes celebraciones o eventos, atravesar la calle Alemanes, cruzar la avenida Constitución, etc., hasta llegar al paseo Colón, se convierte en una verdadera odisea. En varias ocasiones me ha venido a la memoria el libro de John Grisham Skipping Christmas (saltarse la Navidad), que fue llevado a la gran pantalla, y que en el fondo es como un cuento clásico para los tiempos modernos y una mirada divertida al ajetreo frenético que se ha apoderado de la sociedad cuando llega la hora de celebrar nuestra más entrañable tradición. Este libro plantea la posibilidad de prescindir en un momento dado de la “Navidad” en el sentido de los encuentros familiares obligados, las comidas de empresa ineludibles, los centros comerciales abarrotados o los regalos forzados y, en ocasiones, un tanto ridículos.
Eso es lo que Luther y Nora Krank piensan cuando deciden que, por una vez en la vida, se saltarán las actividades que su vecindario organiza cada año por estas fechas, de modo que su casa será la única que no tenga un Papá Noel en el tejado; y tampoco organizarán ninguna cena de Nochebuena, ni pondrán el típico abeto con adornos navideños en el salón. Incluso deciden que el 25 de diciembre se embarcarán en un crucero por el Caribe. Al final de la historia resulta que los planes se trastocan de tal manera que acaban celebrando la Navidad a la fuerza. El libro es una comedia cargada de tópicos norteamericanos con un final feliz; pero sobre todo es una crítica al consumismo desmedido de esta época nuestra.
La Navidad es una fiesta universal, es la fiesta de la vida. Todos tenemos la experiencia de lo que supone el nacimiento de un niño en el seno de una familia; es un acontecimiento que siempre trae alegría. La llegada de un nuevo miembro a la familia produce una auténtica revolución. En estas semanas he tenido la satisfacción de bendecir algunos bebés y contemplar la satisfacción de sus padres; casi mayor es la satisfacción en los abuelos primerizos. Es toda una experiencia. El pequeño neonato concita la atención, la solicitud y la ternura de todos, que se arremolinan en torno a la cuna y parece que el tiempo se detiene, entrando la familia en contemplación. Pues bien, la Navidad es el encuentro y la contemplación de un recién nacido que está reclinado en un pesebre, siendo el Rey de Reyes, el esperado de los siglos.
La contemplación de este Niño nos ensancha el corazón, eleva el espíritu, reaviva los sentimientos más nobles, nos saca del bucle narcisista y nos lleva al encuentro de los demás. Por eso no podemos olvidar a tantos niños cuyas vidas están perturbadas estos días por la guerra y la violencia, o llegan al mundo en situaciones de extrema pobreza; no olvidamos a todos aquellos que lejos de ser acogidos con ternura y alegría, son rechazados y no llegan a nacer, o los que no pueden sobrevivir por falta de medios. Sería muy triste que el significado más profundo de la Navidad, su contenido tan humano y tan divino, tan espiritual, quedara eclipsado por la fiebre consumista que nos impulsa a comprar y a gastar sin medida, a un intercambio de regalos sin sentido. Hemos de reavivar los valores más genuinos de la Navidad: el amor, la esperanza, la alegría, la solidaridad, la unidad, la paz, y acoger en el corazón la fuerza de la vida nueva que nos trae el nacimiento de Cristo. Así lo experimentamos los 200 peregrinos de Sevilla que el pasado 11 de julio visitamos la Basílica de la Natividad, y pudimos rezar con tranquilidad y celebrar la Santa Misa.
Procuremos concentrar las energías en lo más importante, apuntando a lo esencial, venciendo la superficialidad, superando el materialismo, sacudiéndonos el consumismo que nos contagia y poco a poco ahoga el espíritu, apaga la sed de trascendencia. Vivamos con intensidad y profundidad la Navidad. El espíritu de la Navidad no es un buenismo inconcreto y difuso, sino la consecuencia de un hecho que ha marcado definitivamente la historia humana, la encarnación y el nacimiento del Hijo de Dios: “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Jn 1, 14). Dios mismo ha venido a habitar entre nosotros. Un misterio inefable de fe y de amor. Hoy nos ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. ¡Santa y Feliz Navidad!
+ José Ángel Saiz Maneses, Arzobispo de Sevilla