(AUDIO y TEXTO) ‘No tengáis miedo, hombres de poca fe’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
Pocos relatos del Evangelio son tan dramáticos y al mismo tiempo tan consoladores, como el fragmento que escucharemos en la Eucaristía de este domingo. En él se nos narra cómo el Señor después de pasar el día entero predicando a orillas del lago de Tiberiades, marcha en la barca acompañado de los Apóstoles a la otra orilla del lago. Es el atardecer y la oscuridad comienza a hacerse presente sobre Galilea.
Jesús, cansado de una dura jornada de trabajo apostólico, duerme recostado en la popa de la embarcación. De repente, como sucede a veces en este lago cerrado por las montañas en tres de sus lados, se levanta el viento, se encrespan las olas, que se abalanzan sobre la barca, y ésta comienza a llenarse de agua. El miedo se apodera de los Apóstoles a pesar de ser pescadores y, por lo tanto, hombres avezados a los peligros del mar. El naufragio les parecía inminente. Por ello, despiertan a Jesús con una pregunta que al mismo tiempo es una petición: «Señor ¿no te importa que nos hundamos?». El Evangelio nos dice que Jesús se puso en pie, increpó al mar, el viento cesó y retornó la calma al lago mientras Jesús reprochaba a los Apóstoles su falta de fe.
En la vida cristiana, se dan a veces situaciones muy parecidas a las que nos narra el Evangelio de este domingo. Todos tenemos alguna experiencia en nuestra vida de momentos, a veces largas temporadas, e incluso años, en que parece que el Señor se ha olvidado de nosotros, se ha dormido en la popa de nuestra barca. Son esos momentos en los que la tiniebla nos rodea, en los que el dolor físico y la enfermedad nos visitan; son esos momentos en los que el sufrimiento moral, como consecuencia de problemas profesionales, dificultades económicas, problemas familiares, la muerte de un ser querido o nuestras propias limitaciones psicológicas, nos hacen sentir la ausencia de Dios, el silencio de Dios, como si el Señor nos hubiera dejado de su mano y la barca de nuestra vida estuviera a punto de ser devorada por las olas.
La Palabra de Dios de este domingo es para todos nosotros una llamada a la esperanza y a la confianza en Jesús. Los Apóstoles tienen miedo ante la tempestad porque todavía no reconocen al Señor como Hijo de Dios. Lo ven como un hombre dotado de un gran atractivo personal, capaz incluso de obrar prodigios, pero no reconocen todavía su divinidad. Y es necesario el milagro para que, admirados, se digan unos a otros: «¿Quién es éste? Hasta el viento y el mar le obedecen.»
El Señor nos invita en este domingo a avivar nuestra fe en Él, en las circunstancias favorables y en las circunstancias desfavorables: en los momentos en los que la barca de nuestra vida surca el mar plácidamente mecida por vientos suaves, y en los momentos de tormenta en los que es zarandeada y sacudida por el sufrimiento y el dolor. También entonces, y, sobre todo entonces, el Señor nos sigue queriendo, nos sigue amando, se preocupa de nosotros y sigue velando sobre nosotros con su providencia amorosa.
La Palabra de Dios nos invita en este domingo a confiar en el Señor. Él no permitirá nunca que seamos probados por encima de nuestras fuerzas. Él no es el autor del mal, pero permite que el mal nos visite para nuestro bien, para nuestra purificación, para que pongamos nuestro corazón sólo en Él y no en los ídolos, para que crezcamos en vida interior. Él nunca nos abandona, pues incluso en el momento más negativo de nuestra existencia, considerado de tejas para abajo, en el momento de nuestra muerte, nos está esperando para acogernos, para abrazarnos, para regalarnos la felicidad plena.
Éste ha sido siempre el convencimiento de los santos y el pensamiento que ha espoleado su fidelidad. Santo Tomás Moro, canciller de Inglaterra, seglar y padre de familia, cuya fiesta litúrgica celebrábamos el pasado viernes, estando prisionero en la Torre de Londres, en vísperas de ser ajusticiado por negarse a aprobar el divorcio del rey Enrique VIII, escribía a su hija Margarita esta hermosa frase, que todos nosotros deberíamos repetir en los momentos de prueba: «… de lo que estoy más cierto en este instante en el que se me anuncia mi muerte, es que Dios nunca me va a abandonar. Por ello, me pongo totalmente en sus manos con absoluta esperanza y confianza en Él».
Este ha sido el estilo de los mártires y de los santos. Éste debe ser el estilo del verdadero cristiano ante la vida y ante la muerte y ésta debe ser también nuestra actitud de cristianos ante el tiempo y el momento histórico que nos ha tocado vivir. Hoy como ayer a los apóstoles, el Señor nos dice “No tengáis miedo, hombres de poca fe».
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla