Nunca más un país sin su gente…
«Prometo acatar esta Constitución y trabajar para cambiarla. Nunca más un país sin su gente y sin sus pueblos…»
Y resulta que las formas van a tener una razón de ser y un motivo, sí, señores. Siglos de liturgia de la Iglesia no pasan de balde, claro, ahora que esta sociedad se debate entre las informalidades y la mala educación. Lo civil tiene ese dilema en ab origen: cuando se somete todo al imperio democrático, al final lo democrático se acaba reduciendo al «mandato de la mayoría», sometiendo a la autoridad de las minorías y, finalmente, sojuzgando al improperio de las minorías más minoritarias, que realmente podría parecer una redundancia aliterada, pero en verdad no es más que la cabezonería de los que más gritan haciendo de Roma imperio con su griterío imberbe. El imperio de la imagen es superior a las miles de palabras que podamos decir al respecto, y de la constitución del Congreso de los Diputados de ayer tarde, se me quedan en la retina desde ese daguerrotipo de unas Cortes Constituyentes que parecieran casi decimonónicas, hasta la infografía pastiche y kitsch del algunas señorías con rastas y coletas de toda clase, con gestos y expresiones algunas soeces, evidencia de gente que ni siquiera sabe hablar o ponerse delante de otras personas con la debida prestancia, no ya por un decoro formalísimo, sino por respeto a tu interlocutor.
Vivimos una sociedad que ha hecho demolición y desestructuración de los símbolos y de las formas. Esta demolición de las formalidades es una consecuencia, muy probablemente, de otra generación anterior que enalteció en exceso las formalidades acabando por convertirlas en un dechado ora de hipocresías sociales, ora de falsas transparencias, provocando finalmente la reacción comprensible de quienes se han visto sometidos a tanta desfachatez, nunca mejor dicho por la etimología del sustantivo, pues la consecuencia ha sido una sociedad en la que se han caído algunas vergüenzas y han dejado ver la verdad desnuda de cada casa. Hasta ahí, toda esa podría ser una reacción buena, en aras de sustentar la vida sobre criterios de verdad: el problema es que en vez de tender hacia esa verdad, hemos transigido y tragado con quienes decían que la mala educación era un simple protocolo, no comprendiendo que en verdad la buena educación más que un protocolo es una expresión de respeto hacia el prójimo.
Llevada la demolición de las formas al terreno ciudadano, a la escala de lo público, al nivel de los actos sociales, el Poder se ve desprovisto a veces de sustentos para justificar ciertas formalidades y solemnidades, en el punto y hora que el imperio del maleducado se impone sobre la razón de la solemnidad. Cuando las rastas y el sarandonga se impone como expresión de acatamiento de la Constitución para ocupar un puesto en el Congreso, más que nada se está expresando una voluntad de revertir el sistema, antes que una mera expresión estética. Nuestra sociedad, huidiza del significado de los símbolos, huye también de esta lectura, ajena sin embargo a las consecuencias de un gesto, más por temor a darse de bruces con la realidad de haber metido en el Congreso a personas que las representan a veces, con la boca chica, muy a su pesar.
La Iglesia sabe de formas, símbolos y liturgias por sus siglos de Historia. Hemos llegado a la trascendencia del gesto no por capricho o exceso, sino por la convicción de que lo solemne requiere necesariamente de expresiones reflexionadas: cualquier liturgista puede explicar mejor que yo la razón de cada símbolo. El símbolo y la formalidad denotan autoridad, una autoridad en la Iglesia que no más viene de lo Alto, no de cualquier sitio. En el mundo civil esa autoridad viene de la Ley, se la da la Ley, la Ley proviene de las Cortes y las Cortes provienen del Pueblo Soberano, es decir, un país entero con su gente. Hacer de las Cortes un circo, con rastas y sarandongas, no es más que una forma de ir quebrando paulatinamente la autoridad y la Ley, convertir en una desfachatez precisamente esa autoridad que todos hemos depositado en la Cortes para que nos representen y gobiernen. De ahí a traspasar la autoridad a un poder ajeno al Pueblo Soberano hay un paso… Y ese paso nos lleva a Venezuela o a Irán, no lo olviden.
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