Opción por los pequeños
Los niños, los más vulnerables
Esa contemplación de los niños y de su fragilidad suscita en los mayores una especial cercanía y complicidad. Cualquier noticia que denuncia su sufrimiento y exclusión es causa de dolor y de compromiso por subsanar estas situaciones. Niños abandonados, sometidos a trabajos físicos más allá de sus capacidades y de sus derechos, víctimas de comercio o de la droga…; realidades que parecen no tener remedio, porque la frecuencia y diversidad de estos atropellos se multiplica, a pesar de las denuncias y alarmas sociales.
Tal es la repercusión que esta indefensión tiene en la sociedad que en 1924 se hizo pública la Declaración de los Derechos del Niño de Ginebra, y hace exactamente 70 años nació UNICEF. También en España se ha aprobado una Ley de la Infancia. Pero se vuelve a constatar la fractura entre la legislación y el egoísmo de algunos sectores de la sociedad. Basta asomarse a los medios de comunicación para comprobar que, pese a estas cautelas legislativas y tantas declaraciones de condena, la infancia sigue siendo víctima de la violencia doméstica, el tráfico de órganos, el trabajo inapropiado, el abuso sexual o la eliminación de los concebidos no nacidos.
De nuevo es necesario asomarse al Evangelio y descubrir que, para Jesús, los niños son más que seres dignos de respeto y protección, objeto de atención personal, educativa y social. Hay un plus que brota de la novedad del Evangelio: los niños pasan a ser protagonistas de su propio destino. En la mentalidad judía, pertenecían a la categoría de los “sin dignidad”.
Pero Jesús realiza un cambio jerárquico, colocando en el centro del anuncio a las categorías marginadas. Así, el niño aparece en el punto de partida y de llegada del Reino.
Dar y recibir, siguiendo a Jesús
Muy a menudo, este Reino que Jesús describe en las parábolas se compara a algo muy pequeño que llegará a ser muy grande: la semilla de mostaza, el grano de trigo, la pizca de levadura… Jesús mismo quiso vivir la experiencia de la infancia, pasando treinta años en la sencillez y el ocultamiento. Su ejemplo ha sido secundado por la Iglesia. Clara manifestación de esta opción es la Obra que nació en 1843, cuando el obispo de Nancy (Francia), Mons. Forbin-Janson, descubrió en los niños de su diócesis el medio más eficaz para cooperar en la evangelización de los más pequeños. Ahora son más de 130 los países donde los niños, por una parte, reciben de Infancia Misionera las ayudas necesarias para evitar tantas situaciones dramáticas; pero, además, ellos mismos asumen el compromiso de ayudar a otros niños, convirtiéndose, efectivamente, en protagonistas de una bonita historia de solidaridad.
Los frutos no se hacen esperar, porque en el carisma fundacional se contempla el don de la reciprocidad. No hay unos, ricos, que dan y otros, pobres, que reciben. Todos, los de aquí y los de allá, dan de lo que tienen. Y, en muchos casos, más de lo que tienen, porque implican a los mayores en este ejercicio de donación. También reciben, y mucho. Porque el niño de Infancia Misionera recibe ante todo la oportunidad de salir de sí mismo e iniciar el recorrido de la fe, con sus educadores, catequistas y padres.
El itinerario se inicia el primer domingo de Adviento. Ellos tienen la oportunidad de descubrir cómo resuena la voz de Jesús, que cada domingo les dice al oído: “Sígueme”. Esta primera etapa culmina saliendo a las calles como “sembradores de estrellas”. A la vez, van preparando la “hucha del compartir”. Pasada la Navidad, se inicia la recta final, hasta la gran celebración del 22 de enero, cuando los pequeños presentan en la eucaristía las huchas repletas para los niños que más lo necesitan y, a cambio, reciben la mirada de complicidad de Jesús, que les anima a seguir subiendo por la escala del “Sígueme”, como muestra el cartel de la Jornada.
Anastasio Gil
Director de OMP en España
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