Archidiócesis de Sevilla

Continuamos y concluimos hoy el tema iniciado en el artículo anterior: la aparición, en los primeros siglos del cristianismo, de los patriarcados, expresión más elevada de la configuración identitaria y de la organización jerárquica de las Iglesias (entendido este término en el sentido de porciones del Pueblo de Dios encomendadas, cada una, al cuidado pastoral de un obispo en cooperación con su presbiterio) de un determinado territorio vinculadas por la común pertenencia a una misma tradición eclesial.

En el artículo anterior dijimos cuáles fueron los cinco primeros patriarcados: Antioquía (en la actual Turquía), Alejandría (en Egipto) – ambos existentes ya a comienzos del siglo IV – , Constantinopla (también en la actual Turquía) – se configuraría como tal a lo largo de la segunda mitad del siglo IV – , Roma y Jerusalén. Por lo que respecta a las Iglesias orientales son determinantes sólo los tres primeros – Roma es un patriarcado, el único, de Occidente y a Jerusalén, aunque en Oriente, se le reconoce la dignidad de patriarcado (en el Concilio de Nicea, año 325) en razón de su significación como lugar donde nació y desde donde se propagó el cristianismo – .

En el segundo artículo dedicado al “substrato histórico-cultural de las Iglesia orientales”, identificamos las cinco grandes áreas geográfico-culturales en la parte oriental del Imperio romano en las que se desarrollarían las cinco tradiciones eclesiales orientales, en el seno de las cuales, a su vez, se constituirían las distintas Iglesias orientales. Los patriarcados de Antioquía, Alejandría y Constantinopla se corresponderán con tres de esas áreas, pero ¿qué ocurrió con las otras dos: las provincias de Mesopotamia y Asiria y la Armenia? Ya dijimos en aquella ocasión que se trataba de dos provincias cuya frontera con el Reino de los Partos oscilaba, lo que ocasionaba que unas veces fueran subalternas de ése y otras del Imperio romano; hecho éste que iba a incidir en la evolución y desarrollo de la Iglesia en las mismas.

Armenia era un pequeño reino que desempeñaba la función de “almohadilla” entre el Imperio romano y el Reino de los Partos. La Iglesia que se desarrolla allí es una Iglesia “nacional”. Aunque su organización jerárquica será más simple que la de los patriarcados mencionados más arriba, se puede equiparar a ellos. El “primado” (= el obispo con más autoridad en esa Iglesia), sin embargo, no se llamará “patriarca”, sino “catolicós” – y si un patriarca está a la cabeza de un patriarcado, la realidad eclesial bajo cuya autoridad última hay un catolicós se llamará “catolicosado” –. El catolicosado de Armenia se configura como tal hacia la mitad del siglo IV. Su sede original será la ciudad de Astisat (lugar actualmente cerca de la ciudad de Yücepete, en el este de Turquía).

Por lo que respecta al territorio de Mesopotamia y Asiria, la Iglesia que se desarrolla en él acabará quedando toda ella dentro de los límites del Imperio persa y, por consiguiente, aislada del resto de la cristiandad, que se localizaba en el Imperio romano. Desde el siglo IV la sede episcopal de referencia será la de la ciudad de Seleucia. Un sínodo de los obispos de esa Iglesia celebrado allí en el año 410 confirmará oficialmente al obispo de esa ciudad como autoridad suprema (también en este caso será denominado “catolicós”), aunque dependiente del patriarcado de Antioquía. Sin embargo, otro sínodo celebrado en el 424 desvinculará a esta Iglesia de Antioquía y establecerá la plena autocefalía (= propia “cabeza”, autoridad en sí misma) del catolicós de Seleucia, lo que configurará a esta Iglesia como otro catolicosado. Al nombre de la sede, Seleucia, se añadirá el de Ctesifonte, entonces capital del Imperio persa sasánida (Seleucia y Ctesifonte eran dos ciudades separadas por el río Tigris; sus ruinas se localizan en la actual Salman Pak, a unos 30 kms al sudeste de Bagdad, en Irak).

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