Pentecostés y el Espíritu Santo
En la revista diocesana Iglesia en Sevilla (Nº 281 de mayo de 2021), Álvaro Pereira nos recuerda que los cincuenta días de Pascua culminan en la gran fiesta de Pentecostés, que conmemora el don del Espíritu. En su comentario bíblico nos hace un amplio recorrido sobre la tercera persona de la Santísima Trinidad a lo largo de la Sagrada Escritura. Así, su comentario, va desde el Génesis («el espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas» Génesis, 2,7) hasta Pentecostés (Hechos, 2, 1-13), recordando además todos los momentos relatados en la Sagrada Escritura, donde el don de lo alto llega a los creyentes. Destaca también, en el comentario citado cuya lectura recomiendo, momentos relatados en los cuatro Evangelios con presencia del Espíritu Santo: cuando se posó sobre Jesús en el Bautismo (Mateo, 3, 16), cuando cubrió con su sombra a María en la Encarnación (Lucas, 1, 35), la predicación del Evangelio de Jesús impulsada por el Espíritu y en la última cena en el Cenáculo donde anunció la venida del Espíritu Santo Paráclito.
Me pregunto, como creyentes, ¿somos conscientes de la fuerza esperanzadora de la Trinidad? A veces, quizás muchas veces, hablamos con Dios, ¿cómo lo imaginamos cada uno? Tratar de seguir nuestra vida de acuerdo con el mensaje del Evangelio quizás nos lleve a visualizar a Jesús según alguna de las estupendas películas que relatan su vida, pasión, muerte y resurrección. Pero ¿pensamos en el soplo y luz del Espíritu Santo en todos los momentos donde lo necesitamos? La Santísima Trinidad cierra un círculo donde Dios nos envía la iluminación para nuestra vida. Padre, Hijo y Espíritu Santo constituyen la esencia de nuestra fe. Pero pidamos luz al Espíritu Santo, que iluminará el camino como ocurrió en los hechos trascendentales relatados en párrafos precedentes.
En las lecturas de la Solemnidad de Pentecostés (podemos leerlas en Iglesia en Sevilla, 281) vemos como la primera lectura (Hechos de los Apóstoles, 2, 1-11) muestra la venida del Espíritu Santo sobre los Apóstoles, un momento esencial para el inicio de la Iglesia, y se manifiesta que «se llenaron todos del Espíritu Santo». En el Evangelio (san Juan, 20, 19-23) podemos leer: Jesús repitió «Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado así también os envío yo«. Y dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo «Recibid el Espíritu Santo». La fiesta de Pentecostés, el domingo de Pentecostés, es una fiesta esencial que debemos meditar y reflexionar si somos conscientes del poder de la venida del Espíritu Santo a nuestra vida diaria para impulsarnos a construir un mundo mejor, al igual que fue la fuerza generatriz para María, Jesús y los Apóstoles. Pidamos la luz del Espíritu Santo, la tercera persona de la Santísima Trinidad, en nuestra vida diaria.
El Papa Francisco tiene palabras elocuentes acerca del Espíritu Santo: El Espíritu Santo lo hace todo, pero no se le ve. Se pueden ver sus efectos, pero se necesita un corazón abierto. Es humilde, Amor oculto, es Dios. Habla todos los días, en silencio, en medio de nuestro ruido. Necesitamos hacer silencio para escucharlo. Escucharlo en el silencio necesario, un silencio difícil en la vida atribulada y llena de incertidumbres que vivimos. Un silencio que es difícil pedir a los que no tienen lo imprescindible para vivir, a esas familias devastadas económica y socialmente por la sindemia de la COVID-19, pandemia para la mayoría, y su gestión. Se ha quedado mucha gente en el camino y hay que recuperarlas urgentemente. El Papa Francisco llama al Espíritu Santo el desconocido de nuestra fe, que obra todo de forma oculta: dona la alegría, la paz, el amor, nos hace vivir como resucitados, como hijos de Dios. Gracias a Él podemos considerarnos hermanos. Miremos el mundo y pensemos, ¿somos conscientes de que somos hermanos? Es lamentable lo que ocurre en la franja de Gaza ante la mirada impasible de la humanidad y la inacción de los que pueden mediar en este desatino para que cese. Siguen los migrantes estrellándose sobre muros de incomprensión y los países responsables jugando al análisis político de causalidades. Las personas sufren, ¿pueden los que tienen poder aliviar tal sufrimiento? ¿Somos consciente de que el Espíritu Santo nos hace hermanos? Quizás necesitemos más silencio personal, en esta sociedad con tanto ruido.
También nos dice el Papa: El Espíritu no es una cosa abstracta, es una Persona que nos cambia la vida: como les sucedió a los apóstoles. En la Homilía de Estambul de 2014 manifestó el Papa: Cuando rompemos el cerco de nuestro egoísmo, salimos de nosotros mismos y nos acercamos a los demás para encontrarlos, escucharlos, ayudarlos, es el Espíritu de Dios que nos ha impulsado. Cuando descubrimos en nosotros una extraña capacidad de perdonar, de amar a quien no nos quiere, es el Espíritu el que nos ha impregnado». Resulta hoy, donde lo distinto se rechaza, la discrepancia se silencia, lo diferente es denostado, importante la llamada del Papa a la unidad que impulsa el Espíritu Santo. Dice Francisco: El Espíritu Santo crea unidad en la diversidad.
Pensemos en la importancia trascendental que tiene la fiesta de Pentecostés y pidamos la luz del Espíritu Santo en nuestra vida y también su inspiración para todos los que tienen poder económico, financiero y político, de forma que el Espíritu Santo descienda sobre ellos, les impregne de la necesaria luz y, con ello, puedan contribuir al cambio imprescindible de la situación actual del mundo. Pidamos que el Espíritu Santo llene de luz a nuestros políticos a escala nacional, autonómica y municipal. Celebremos la fiesta de Pentecostés con fe, mucha esperanza y un gran amor.
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