«Peregrinar a Compostela», carta pastoral (11-04-10)

«Peregrinar a Compostela», carta pastoral (11-04-10)

 

Queridos hermanos y hermanas:

El pasado 31 de diciembre, el Arzobispo de Santiago abría la Puerta Santa de la catedral compostelana, inaugurando así el Año Santo Jacobeo, al que todos estamos convocados. Es una oportunidad de gracia que Dios nos regala poder peregrinar a la tumba del Apóstol.

El ser humano es peregrino. Su vida es camino que avanza hacia la meta que es Dios. La revelación bíblica subraya esta faceta consustancial al cristianismo. Peregrino fue Abraham, nuestro padre en la fe, que creyó, «esperando contra toda esperanza «; peregrino fue el Pueblo de Israel hasta llegar a la tierra prometida; y peregrina en la fe fue la Virgen María. El mismo Jesucristo peregrina desde el seno del Padre hasta nosotros y, a través de su Misterio Pascual, emprende el camino de regreso al Padre. Su ministerio público estuvo jalonado por sus peregrinaciones a Jerusalén, con motivo de las grandes fiestas judías. Mientras la Iglesia camina al encuentro de su Señor, la peregrinación es un momento privilegiado para el encuentro con Cristo. El sentido religioso del pueblo cristiano ha encontrado en las peregrinaciones una de las expresiones privilegiadas de piedad, muy ligada a la vida sacramental de la Iglesia, que es también pueblo peregrinante.

Los condicionamientos de la vida actual favorecen más las actitudes de instalación que de itinerancia. El interés desmedido por las realidades materiales, el olvido de los bienes espirituales, el afán por lo efímero e inmediato, el debilitamiento de la esperanza en las promesas de Dios, el desinterés por las grandes preguntas sobre el sentido de la vida, el afán de confort y comodidad y el rechazo de todo lo que suponga esfuerzo, hacen más necesaria y urgente que nunca la peregrinación, sobre todo si se realiza con sacrificio.

El fin primero de toda peregrinación es la búsqueda de Dios. El hombre y, mucho más el cristiano, consciente de su condición de criatura, lacerado por el dolor o insatisfecho por la finitud de los bienes materiales que no le dan la felicidad, busca consciente o inconscientemente la plenitud, el eje que dé sentido a su vida. Si Dios sale cada día a nuestro encuentro en su Hijo Jesucristo para curarnos, perdonarnos, acompañarnos, hacernos crecer e iluminar nuestro camino, en pocas ocasiones esa cercanía es más palpable que en la peregrinación, en la que abandonamos las seguridades y apoyos de la vida ordinaria y, a través de la oración y la penitencia, nos hacemos más receptivos a la gracia de Dios que nos visita y nos llama a la conversión.

El camino, lugar de encuentro con Dios, es también para el peregrino ocasión de reencuentro consigo mismo. Qué duda cabe que las circunstancias que rodean la peregrinación, la convivencia, el cansancio, las privaciones, las situaciones no previstas… pueden contribuir a humanizarnos, a encontrarnos con lo mejor de nosotros mismos, a crecer en cercanía, perdón, fraternidad y servicio a nuestros hermanos y a redescubrir el sentido y la alegría de la vida que Dios nos ofrece como don y como tarea, don que hemos de agradecer cada día, y tarea a realizar en nuestra existencia cotidiana.

La peregrinación ha de ser además ocasión de evangelización en su decurso y también después, a la vuelta a los quehaceres ordinarios. La contemplación de la belleza de la creación y de las obras admirables salidas de las manos del hombre son un motivo poderoso para alabar y glorificar a Dios. Al mismo tiempo, la consideración de la obra invisible que Dios ha ido haciendo en el peregrino a lo largo del camino, la admiración de su misericordia y su perdón en el sacramento de la penitencia y el redescubrimiento del Señor como plenitud de la propia vida deben constituir un impulso poderoso para anunciarlo con sencillez, convicción y valentía.

Lo más peculiar de la peregrinación a Compostela es el encuentro con nuestras raíces apostólicas. Nuestra fe está asentada en este cimiento levantado sobre la roca que es Cristo. La Iglesia que creemos y a la que amamos es apostólica. Los Apóstoles, entre ellos Santiago, fueron los testigos oculares de la vida del Señor. Ellos oyeron su doctrina y nos la han transmitido. Ellos fueron los primeros en experimentar la vida fecunda que brota de su sangre redentora, vida que llega a nosotros a través de los sacramentos. Es la sucesión apostólica, uno de cuyos hitos es el sepulcro de Compostela, la que nos garantiza que el agua viva que nos sana y purifica en los sacramentos es la misma que mana del costado abierto del Señor.

Termino mi carta invitándoos a peregrinar a Compostela, bien particularmente, en familia o en grupo, bien participando en la peregrinación diocesana que tendrá lugar en los primeros días de julio, en la que participaré personalmente. Que el Señor, por intercesión del Apóstol Santiago, os conceda en el camino todas gracias que yo os deseo. Que la Virgen de los Reyes os acompañe.

Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.

+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla


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