‘Porque estuve preso y me visitaste…’
La festividad de Nuestra Señora de la Merced, el 24 de septiembre, es el momento elegido por todos los que colaboran en el ámbito de la pastoral penitenciaria para compartir y celebrar juntos su pertenencia a este sector de la pastoral diocesana.
El patronazgo de instituciones penitenciarias se vive dentro y fuera de la cárcel, con sendas Eucaristías en la basílica de la Esperanza Macarena, el día 24 a las doce y cuarto de la mañana, y en los centros penitenciarios Sevilla I y Sevilla II, el sábado 26 a las diez de la mañana. Ese día se visualiza, como probablemente no se hace el resto del año, “la presencia amplia y eficaz de una familia cristiana con proyectos pastorales y de acción social”. La cita es del delegado diocesano de Pastoral Penitenciaria, el sacerdote trinitario Pedro Fernández Alejo, que acomete ahora una segunda etapa al frente de un sector pastoral que conoce bien.
En el término de la Archidiócesis de Sevilla hay cinco centros penitenciarios en el que cumplen condena aproximadamente 3.500 presos: Sevilla I en Mairena del Alcor, Sevilla II en Morón de la Frontera, el Psiquiátrico Penitenciario, el Centro de Inserción Social (CIS) con la Unidad de Madres, y el centro de mujeres de Alcalá de Guadaira. Este último cuenta también con unidad de madres, una experiencia pionera en toda España. Para la atención a los presos y funcionarios, la Delegación diocesana cuenta con siete sacerdotes –entre capellanes y sacerdotes que colaboran de forma más estrecha-, y unos 80 voluntarios. Según destaca Fernández Alejo, “todos tienen claro que su labor se encuadra en una realidad de misión, de evangelización”. En consonancia con la tarea que llevan a cabo, desde la Delegación se les prepara para ser “testigos y anunciadores del Evangelio”. No en vano, una parte destacada y poco conocida de su labor en el interior de los centros penitenciarios tiene un marcado carácter catequético, acompañando el itinerario de fe de los internos, y preparando la celebración de los sacramentos en los lugares acondicionados para ello dentro de la cárcel.
Actitudes de “revancha o rechazo”
El Año de la Misericordia va a tener incidencia en la programación pastoral. De hecho, en todos los centros penitenciarios se trabaja ya con el corolario del lema trinitario, ‘Misericordia y Redención’, “algo que necesariamente impregna nuestros actos, y que tenemos bien asumido quienes hemos optado por acompañar a estos hermanos en un trance por el que la sociedad y parte de la Iglesia pasan de largo”. El delegado diocesano es especialmente crítico con los que enfrentan la realidad penitenciaria con actitudes de “revancha o rechazo”. “De esta forma -añade- resulta muy complicado trabajar en aras de la reinserción social se los presos”. No en vano, la aceptación social y eclesial del interno que ha cumplido condena carcelaria es una de las prioridades de la delegación, y son varias las iniciativas activadas en este sentido en la Archidiócesis hispalense. Entre ellas la Fundación ProLibertas, las casas de acogida de los trinitarios, la Asociación Zaqueo o el centro de las religiosas adoratrices para mujeres. Pedro Fernández hace especial hincapié en este tema, “porque de nada sirve lo que se hace dentro de las cárceles si no conseguimos entre todos que estas personas se reinserten en la sociedad”. A su juicio, y con la larga experiencia que le avala en este campo, aquí reside el principal problema al que tiene que hacer frente: “No hay una sociedad que acoja y, en este contexto, ¿quién lo hace?… la Iglesia”, afirma.
Pero antes de hacer frente a este proceso de recuperación social de la persona –“que ha podido perder sus vínculos afectivos y familiares”, apunta- capellanes, sacerdotes y voluntarios llevan a cabo una tarea no menos relevante dentro de las prisiones, en los patios y módulos carcelarios, en contacto directo con los internos. En esos momentos se cultiva una relación de confianza con la persona, y se descubre la realidad de cada preso en todos los sentidos, algo que Pedro Fernández califica como “una experiencia muy evangélica, porque Cristo siempre viene al encuentro, de alguna manera lo que nosotros tratamos de hacer”. Naturalmente, para realizar este voluntariado se requiere una formación muy específica, algo que en lo que el delegado quiere hacer hincapié este curso pastoral. “Pensemos –subraya- que se trata de personas que trabajan en un entorno especial, con un cometido catequético en el que se forma en valores con claves de pensamiento cristiano, se organizan talleres de oración y espiritualidad, se celebran los sacramentos, etc. Hay que estar preparados”.
Acogida, ser escuchados y comprensión
La respuesta de los presos a las iniciativas de la pastoral y la predisposición de sus miembros es muy positiva, “porque les ofrecemos lo que ellos necesitan: acogida, ser escuchados y comprensión”. No resulta complicado de entender que una persona que ve pasar los días en el interior de un establecimiento de este tipo busque tarde o temprano alguien en quien confiar, en quien poder sincerarse. Y para eso están también los voluntarios y capellanes de prisiones, “sin olvidar –precisa Pedro Fernández- la colaboración que encontramos en los responsables y funcionarios de instituciones penitenciarias para hacer nuestro trabajo dentro de las cárceles”.
De cara al futuro hay que insistir en la formación de los agentes de pastoral y en la sensibilización de la Iglesia y la sociedad. Paro lo primero ya existen cursos de 25 horas con una temática adaptada a las circunstancias del trabajo dentro y fuera de la cárcel. En cuanto a lo segundo, el camino a recorrer es más largo, y parte de ese itinerario pasa porque los fieles seamos consecuentes con la fe que afirmamos profesar. ‘Porque estuve preso y me visitaste…’