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PRIMERAS COMUNIONES

Con el tiempo de Pascua han llegado o están llegando las celebraciones de las primeras comuniones a nuestras parroquias y colegios. Unas celebraciones que en los párrocos nos provoca una doble sensación contradictoria.

 

Por una parte, para un sacerdote resulta muy emocionante entregar a un niño el tesoro más grande que un ser humano puede dar a otro, en nombre de la Iglesia que ha sido la designada para su custodia: el cuerpo de Jesucristo Vivo y Resucitado. Conmueve pensar que en esas almas tan jóvenes, llenas de vida, se estrena la augusta presencia del Santísimo Sacramento. El Señor entra por primera vez en el templo que se preparó en el niño desde el día de su bautismo. Supone entregarle un sacramento (el segundo dentro del gran sacramento de la Iniciación Cristiana junto con bautismo y confirmación), que será su alimento hasta la vida eterna, presencia real del Todopoderoso y fuente de gracia en la lucha contra el pecado. Insisto: conmueve pensar en la responsabilidad que tenemos los sacerdotes al dar la primera comunión porque, de alguna manera, estás otorgando la prenda de la salvación de su alma. Y detrás está el trabajo pastoral de toda la parroquia, empezando por los padres y la familia e interviniendo los catequistas, la escuela y el propio párroco como primer catequista de la comunidad. Es un regalo del Señor vivir ese día con los niños que se han preparado bien, que rezan piadosamente y se han confesado por primera vez experimentado la misericordia del Señor en un Padre bueno que les ha perdonado por puro amor.

 

Por otro lado nos topamos con situaciones menos ideales que nos ocasionan desazón cuando no verdadera frustración. Te encuentras con padres que desisten totalmente de ejercer cualquier tipo de educación cristiana de sus hijos, cuando no la torpedean sistemáticamente. Y aquí con lo de padres me refiero en muchísimos casos a los varones, que ven la religión fuera algo exclusivamente femenino y se desentienden completamente. Cierto es que las situaciones laborales, con horarios leoninos, tampoco ayuda demasiado a ejercer la responsabilidad que se adquirió en los compromisos del bautismo del niño. En este sentido desde aquí doy mi apoyo a que se erija en algún rincón destacado de Sevilla un monumento a las abuelas, que son las que en esta época están ejerciendo realmente el papel de educadora cristiana, enseñando a rezar a sus nietos, hablándoles de Dios, llevándolos a la catequesis y  en tantos casos pasando con ellos la mayor parte del día, lo que incluye vestirles, llevarles al colegio y darles de almorzar, de merendar… en definitiva, casi educarles en su integridad. Monumento a las abuelas ya. Paralelamente, la propia celebración litúrgica es fuente de esa misma contradicción de la que hablo, pues queremos preparar el sacramento como algo hermoso y significativo, pero caemos en detalles superfluos que generan discusiones por los adornos, los fotógrafos o dónde tienen que sentarse los padres. La actual crisis ha propiciado que no se hagan tantos dispendios como antes, pero la cuestión sigue ahí.

 

Ante todo esto, es un sentir generalizado en nuestra Archidiócesis desde hace tiempo que la recepción de la Eucaristía, como sacramento fuente y culmen de los demás sacramentos y de toda la vida de la Iglesia, necesita una renovación que es difícil de afrontar en tanto y en cuanto supone cambiar hacia un proceso catecumenal y continuado de crecimiento en la fe en Jesucristo y, por qué no, exigir más compromiso a los padres y a los propios niños, pues la fe ha de conducir a la conversión. Estamos en contexto misionero, en la Nueva Evangelización, y lógicamente esto tiene que empezar a notarse. En ello estamos y, si Dios quiere, pronto verá la luz el nuevo Directorio para la Iniciación Cristiana que aunará criterios para situar la primera comunión en su auténtico contexto junto al bautismo y la confirmación, armonizándolo todo en el proceso de adhesión a Jesucristo y madurar la fe, de tal manera que no esté desconectada de la existencia concreta de cada uno.

 

Mientras tanto, que no decaiga el esfuerzo por que las primeras comuniones ofrezcan todo lo mejor para hacer posible el encuentro entre el Señor y tantos niños y niñas (aunque en Sevilla capital ha disminuido el número, no ha sucedido tanto en los pueblos de la Archidiócesis). Ya sabéis que Él mismo lo dijo: “Dejad que los niños se acerquen a mí. No se lo impidáis” (Mc 10, 13).

 

Marcelino Manzano.

(Twitter: @Marce_Manzano)


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