‘Que todos sean uno para que el mundo crea’, carta pastoral del Arzobispo de Sevilla
Queridos hermanos y hermanas:
A partir del día 18 de enero, los católicos de todo el mundo y también nuestros hermanos de las demás iglesias y comunidades eclesiales cristianas, celebraremos la Semana de Oraciones por la Unidad, que clausuraremos el día 25, fiesta de la conversión de san Pablo. En estos días volvemos con mayor intensidad sobre el drama de nuestras rupturas y divisiones, algo que está en contradicción con la positiva voluntad de Cristo, que en la víspera de su Pasión, pide al Padre que su Iglesia sea una para que el mundo crea (Jn 17,21).
Los ecumenistas sitúan la fecha emblemática del nacimiento del movimiento ecuménico en el año 1910, coincidiendo con el primer Congreso Mundial de Misiones Protestantes, celebrado en Edimburgo, con el fin de compartir experiencias y ayudarse mutuamente en el campo de la evangelización. En esta asamblea, el Espíritu Santo sorprendió a los reunidos en la voz de un joven indio, que participaba como observador, que quiso hacer patente su dolor y su escándalo ante el cristianismo dividido. Estas fueron sus palabras ya históricas: «Vosotros nos habéis mandado misioneros que nos han dado a conocer a Jesucristo, por lo que os estamos muy agradecidos. Pero al mismo tiempo nos habéis traído vuestras distinciones y divisiones: unos nos predicáis el metodismo, otros el luteranismo, el congregacionismo o el episcopalismo. Os pedimos que prediquéis a Jesucristo y dejéis que Él suscite en nuestros pueblos, por la acción de su Espíritu, la Iglesia conforme al genio de nuestra raza, que será la Iglesia de Cristo en Japón, la lglesia de Cristo en China, la Iglesia de Cristo en la India, libre de todos los ismos con que vosotros etiquetáis la predicación del Evangelio entre nosotros”.
El P. Villain, gran ecumenista católico, afirma que estas palabras contundentes causaron una gran conmoción entre los reunidos, pues todos cayeron en la cuenta de que, como afirma san Pablo, las divisiones de los cristianos hacen ineficaz la cruz de Cristo, son un escándalo y un grave obstáculo para el para el anuncio del Evangelio, pues el mundo sólo creerá en nosotros los cristianos en la medida en que nos vea unidos. En aquel momento, afirma el P. Villain, había nacido el Movimiento Ecuménico.
Unos años antes un estudioso de las religiones, el bengalí Mozoamdar (1840-1905), había escrito esta frase verdaderamente interpeladora: “Insistís en que me haga cristiano, pero ¿cuál de las innumerables formas de cristianismo debo aceptar? Seré toda la vida un hombre de Cristo, pero nunca un cristiano». De entonces a hoy, el progreso del ecumenismo ha sido evidente. A él se ha sumado con entusiasmo la Iglesia Católica, especialmente a raíz del Concilio Vaticano II. Las palabras del Señor, «Padre, que todos sean uno» , están más cerca de hacerse realidad hoy que en 1910. Sin pecar de ingenuidad, hemos de reconocer que ya no es posible la marcha atrás, aunque pueda haber retrocesos, desganas y fracasos puntuales. El camino hacia la plena unidad visible está entremezclado de optimismo y pesimismo, primaveras e inviernos, luces y sombras, siendo éstas el reverso de un movimiento ya imparable.
El futuro del ecumenismo depende, en gran medida, de una firme y sólida espiritualidad ecuménica, que dé eficacia, fecundidad y estabilidad a los esfuerzos que en el terreno doctrinal, en la cooperación común y el testimonio vienen realizando las distintas iglesias y comunidades eclesiales. Sin ella no será posible lograr la restauración de la unidad.
Los cristianos, que navegan hacia el puerto de la plena comunión visible, han de hacerlo convertidos, santos y orantes. Son tres exigencias de la espiritualidad cristiana y, por lo mismo, también, de la espiritualidad ecuménica, porque «la conversión del corazón y santidad de vida, junto con las oraciones públicas y privadas por la unidad de los cristianos, deben considerarse como el alma de todo el movimiento ecuménico y pueden llamarse con razón ecumenismo espiritual» (UR 8).
La oración precedió, acompaña y deberá acompañar al Movimiento Ecuménico hacia el hogar común, porque la plena unidad es un misterio de tal envergadura que sólo de rodillas pueden los cristianos acercarse a él. La oración por la unidad no es compromiso exclusivo de los expertos en ecumenismo o de aquellos cristianos especialmente sensibilizados por este sector pastoral. Es compromiso de todo cristiano y de cada comunidad.
Todos hemos de incluir en nuestra oración diaria, personal y comunitaria en nuestras parroquias y comunidades, la causa de la unidad, que debe ser también la destinataria de nuestras mortificaciones y sacrificios. La plena comunión visible es un don, una gracia de Dios, que llegará cuando Él quiera. A nosotros nos corresponde pedir que se adelante ese momento soñado, pidiéndola a Dios con la misma insistencia y fervor con que Cristo la pidió al Padre en la noche de Jueves Santo.
Para todos, también para los hermanos cristianos de otras confesiones, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla