Este domingo celebramos el bautismo del Señor, una fiesta de un calado profundo para nuestra espiritualidad. Creo que viene bien algunas veces profundizar sobre el sentido de los sacramentos que hemos recibido, y especialmente de aquellos que sólo se reciben una vez. como es el caso del bautismo.
Aún tenemos en nuestras pupilas el recuerdo entrañable de Dios encarnado, hecho niño por nosotros. Este Niño, al que visitaron humildemente los pastores; al que reverenciaron los magos para abrir su historia y su nombre a todos los pueblos de la tierra, inicia con su bautismo personal aquello para lo que ha nacido: ha venido para estar junto a nosotros, para enseñarnos el camino de la vida y del amor de Dios, y sobre todo, para dignificar nuestra existencia, divinizarla y darle otro color.
El Bautismo del Señor es el punto de salida de una tarea que nos invita a plantearnos varios interrogantes. ¿Es nuestra fe operativa, profunda, convencida, creativa y activa? ¿No la tenemos demasiado dormida y arrinconada por vicisitudes o por vergüenza a exhibirla? ¿Por qué tanta bravura para hablar de lo superfluo, de aquello que pasa, y tanto miramiento o timidez para expresar aquello que decimos creer y sentir?
Por otra parte el Bautismo del Señor nos abre, nuevamente, el cielo. Escuchamos, una vez más, que somos hijos preferidos por parte de Dios, que nos ama pero, que hemos de intentar practicar aquello que Jesús nos dice. Y que, su misión, es nuestra misión. Que su locura, ha de ser nuestra locura. Que su fin, ha de ser nuestro fin. Que su camino, ha de ser el nuestro.
El Bautismo del Señor es descubrir el sentido de nuestro propio bautismo. No se construye una casa para nunca habitarla. Ni, tampoco, se descorcha una botella de buen vino para desperdiciar su contenido. Ni, mucho menos, compramos un artículo de belleza para nunca lucirlo.
Fijaos lo que decía el Papa Francisco sobre el Bautismo, me parece precioso:
El Bautismo es, en un cierto sentido, la tarjeta de identidad del cristiano, su acta de nacimiento. El acta de nacimiento a la Iglesia. Todos vosotros sabéis qué día nacisteis ¿verdad, no? Celebráis el cumpleaños, todos, todos nosotros celebramos el cumpleaños. Os haré una pregunta que ya os hice en otra ocasión ¿Quién de vosotros se acuerda de la fecha en que fue bautizado? Levantad la mano ¿quién de vosotros? Son pocos, ¡eh! ¡No muchos! Y no les pregunto a los obispos para no pasar vergüenza… ¡Son pocos! Hagamos una cosa, hoy, cuando volváis a casa, preguntad en que día fuisteis bautizados, investigadlo. Este será vuestro segundo cumpleaños. El primero es el cumpleaños a la vida y este será el cumpleaños para la Iglesia. El día del nacimiento en la Iglesia ¿Lo haréis? (-¡Sí!) es un deber ¡eh! para hacer en casa. Buscad el día en el que os bautizásteis. Y darle gracias al Señor porque nos ha abierto la puerta de la Iglesia, el día en el que fuimos bautizados. ¡Hagámoslo hoy!
Al mismo tiempo, al Bautismo está ligada nuestra fe en la remisión de los pecados. El Sacramento de la Penitencia o Confesión es, de hecho, como un segundo “bautismo”, que recuerda siempre el primero para consolidarlo y renovarlo. En este sentido, el día de n
uestro Bautismo es el punto de partida de un camino, de un camino bellísimo, de un camino hacia Dios, que dura toda la vida, un camino de conversión y que se sostiene continuamente por el Sacramento de la Penitencia. Pensad esto: cuando nosotros vamos a confesarnos de nuestras debilidades, pecados, vamos a pedirle perdón a Jesús pero también a renovar este bautismo con este perdón. ¡Estos es bello! ¡Es como celebrar, en cada confesión, el día de nuestro bautismo. Así la confesión no es una sentada en un sala de tortura. Es una fiesta, ¡una fiesta para celebrar el día del Bautismo! ¡La Confesión es para los bautizados! ¡Para tener limpia la vestidura blanca de nuestra dignidad cristiana!
Creo que merece la pena profundizar en nuestro bautismo, os invito a que busquéis, si es posible, alguna fotografía de vuestro bautismo y os preguntéis qué habéis hecho con la vida de aquel niño y cómo estáis viviendo el maravilloso don del bautismo… y por supuesto preguntemos cuándo nos bautizamos.
No tengáis miedo.
Adrián Sanabria.
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