Ramón Valdivia, Obispo auxiliar electo de Sevilla: “No ha habido nadie que me haya amado como Dios”
El próximo 27 de mayo, cuando sea ordenado obispo auxiliar de Sevilla, se convertirá a sus 48 años en el miembro más joven del episcopado español. Ramón Valdivia es un ursaonense orgulloso de sus raíces, cuya vida tomó un rumbo definitivo al ingresar en la Universidad de Sevilla. Debe parte de su trayectoria vocacional a los consejos y apoyo de don Juan del Río, entonces responsable de la Pastoral Universitaria, y reivindica la figura de Bartolomé de las Casas, con un legado de libertad y búsqueda de la verdad perfectamente aplicable a nuestro tiempo. En estas vísperas intensas se siente querido, pero con los pies en el suelo, consciente de la realidad que le toca afrontar.
Su discurso el día que el Papa le nombra obispo auxiliar de Sevilla fue una cadena de agradecimientos a sacerdotes que, de una forma u otra, lo han moldeado. ¿Conviene reivindicar el servicio que prestan los curas a la Iglesia y la sociedad?
Un sacerdote, desde que se levanta tiene en su mente su parroquia, en su corazón las personas que la integran… En el nivel social, si queremos empezar por lo más básico, acordándose en la Cáritas de las personas con mayores dificultades. En el nivel del anuncio del Evangelio, buscando a aquellas personas que no se han encontrado aún con Cristo y que pueden ser más felices si se encuentran con el Señor. En la atención a los fieles en sus dificultades, el nivel de la escucha que pueden hacer los sacerdotes creo que es importantísimo, y por lo menos en mi ministerio ha ocupado un tiempo muy grande. En el nivel del culto, acercando los misterios de Dios a los fieles. Todo eso, a lo mejor, la sociedad no lo puede percibir, pero en el fondo somos personas de servicio.
¿Viven los curas un clima adverso?
La mirada no es exclusivamente despectiva hacia los curas. Hemos visto en las noticias cómo también a los médicos se les agrede, cómo se tiene una visión negativa del servicio de los políticos, del papel de los profesores, etc. Creo que, en el fondo, a aquellos que sirven se les percibe con una exigencia mayor de la que pueden dar, porque somos humanos.
Entre los sacerdotes destacados por usted estaba don Juan del Río, con el que coincidió en su época universitaria ¿Qué recuerdo guarda de su paso por el SARUS?
Para mí fue fundamental. Mi vocación no la entendería sin mucha gente que aparece en ese agradecimiento. Fundamental fue don Juan del Río y aquella época del SARUS, también con don Javier Guajardo-Fajardo, don José Mazuelos. Pienso también en don Francisco Román o don juan Luis García, que aparecían por aquel despacho. Era una comunidad de estudiantes, liderados por don Juan, que nos ofrecía distintos perfiles de sacerdotes, con una misma vocación de descubrir la verdad juntos, de acompañarnos y sostenernos en el estudio, de orar juntos. A mi don Juan me dio las llaves de un despacho de la universidad, y me hizo responsable. Y creo que esa responsabilidad y esa confianza en un joven es un elemento fundamental.
También citó a don Giusanni ¿Qué le ha aportado Comunión y Liberación?
Me encuentro con el movimiento que él crea a partir de 1995. Percibo ahí una búsqueda de la verdad, una compañía humana que se acerca a las inquietudes de las personas, una amistad y búsqueda del Señor muy centrada en Jesucristo. También percibo un deseo misionero grande. Fueron factores que determinaron mi vocación y mi pertenencia a la Iglesia.
¿Le dice algo que vaya a ser el obispo más joven del episcopado español?
La juventud es una enfermedad que se pasa rápido. No tiene cura, se pasa y punto. Imagino que dentro de tres meses habrá más nombramientos y llegará alguien más joven.
Nació en Osuna, localidad que se está convirtiendo en cuna de obispos. Antes don José Mazuelos, ahora usted…
La vinculación con mi pueblo es esencial, he desarrollado toda mi infancia en Osuna. Cuando me preguntan de dónde soy, digo clarísimamente que soy de Osuna. Estoy agradecido a mi pueblo porque me ha dado mucho. El primer gesto sacramental es fundamental: el bautismo. Por eso mi Parroquia de Santo Domingo, por eso cité en su día a don Desiderio, que fue el cura que me bautizó. Hasta los 17 años estuve allí. Y eso es determinante.
Usted se ha convertido en una de las referencias científicas a la hora de hablar de Bartolomé de las Casas ¿Por qué este personaje?
No me consideraría una referencia. El origen de mi investigación sobre Bartolomé de las Casas está en don Antonio Enrique Pérez-Luño, que me dio clases de Filosofía del Derecho, y uno de los temas era el de los iusnaturalistas clásicos españoles. Él los recupera, y en torno a 1992 escribe un libro muy importante. Cuando tengo que hacer la tesis doctoral, quería unir las perspectivas filosófica y jurídica. Fui a hablar con él y me propuso estudiar a Bartolomé de las Casas. Allí encontré un filón, a pesar de que tenía mis dudas de que esa figura, que ya estaba suficientemente estudiada, pudiera dar más de sí. Pero sí, ha dado, y puede seguir dando más de sí.
¿Qué podemos tomar para la sociedad y la Iglesia de hoy del legado de De las Casas?
Hay que reivindicar la figura de De las Casas. Se ha tratado de mostrar que la cultura del Descubrimiento no es compatible hoy con nuestra cultura. Esto en España produce urticaria, produce problemas, y yo reivindico el legado que España ha hecho a la cultura de Hispanoamérica, sin duda alguna. Pero hoy, con un clima que no es nada crítico, vemos cómo Bartolomé de las Casas jugó un papel crítico, no solamente con las instituciones sociales y políticas de aquel momento, sino también intraeclesial. Es una figura libre. Y hoy, que nadie habla de la libertad porque se presupone, hablar de una persona que busca esa libertad y la verdad, me parece que es un valor. Bartolomé de las Casas es hiperbólico, exagerado como todos los sevillanos, pero apunta determinadas verdades. Y eso nos lleva a algo de lo que habla el papa Francisco: la cultura del encuentro. Si no hay un mestizaje, el papel de España habría sido muy distinto. Y sin la aportación de la Iglesia, los dominicos entre ellos, la presencia española habría sido muy distinta. Por ejemplo, en la forma de acercarse a los indígenas, que eran los más pobres. Eso hoy es reivindicado como lo más cercano de aquella imagen del conquistador. Hemos ofrecido una faceta evangelizadora, de defensa de los indígenas, etc. Pensemos que con el Black Lives Matter ninguna de las estatuas de Bartolomé de las Casas fue atacada.
¿Cómo encara el día de su ordenación episcopal? ¿Se está preparando para ello?
Rezo por las mañanas y me percibo super acompañado por mi diócesis y por las personas que me conocen y quieren. También por los que no me conocen. A mí hay gente que me para por la calle, que me felicita, que pide por mí… Yo me siento espiritualmente muy acompañado. Confío en Dios, no le digo que no esté asustado, pero tengo también el respaldo del señor arzobispo, la compañía de don Teodoro, y muchísima gente que sé que está rezando por mí ¿Qué más quiero?
¿Cómo es la relación entre los dos obispos auxiliares electos?
No somos desconocidos, pero tampoco hemos tenido una relación íntima. Es una relación de cariño, de escucha, y lo más importante ahora mismo es la unidad entre los tres.
¿Cuándo tomó conciencia de su pertenencia a la Iglesia y de lo que ello comportaba?
Como tal, quizás en la universidad. Lo que significa la Iglesia, la participación en ella, servir en la Iglesia… Eso lo aprendí de don Juan del Río. Antes he tenido experiencias en hermandades, pero no fue lo mismo.
¿Por qué quiso ser cura?
Pues porque vi a un cura contento.
¿Y qué papel jugó su familia en aquella decisión?
Tengo dos tías monjas que me hablan mucho de don Marcelo Spínola. Para mí, Spínola siempre ha sido una referencia, y cuando iba a visitarlas en su convento veía sus imágenes, me hablaban de él, etc. Lo he visto siempre como alguien muy cercano gracias a ellas. Aparte, mi familia aceptó mi decisión, al principio con dificultades porque querían que terminara Derecho, cosa que al final hice gracias, entre otras cosas, a don Juan del Río.
¿Cómo fue su paso por el Seminario?
Mi promoción es la que inaugura el nuevo seminario, y yo disfruté mucho con unos compañeros a los que quiero muchísimo. Empezamos doce, y terminamos doce pero distintos. Compañeros que, con muchísima humildad, están haciendo un trabajo maravilloso. Fue un curso muy variado. Y es que en el Seminario se genera un clima que no es exclusivamente intelectual.
Usted ha destacado que el seminario es mucho más que una residencia de estudiantes
Claro, es un lugar con una dimensión espiritual muy fuerte, donde uno se percibe hermano de otros que vienen de procedencias absolutamente distintas y con ideas distintas. La Iglesia es muy plural, y eso es una riqueza. Percibirse hermano de una persona con la que uno a priori no tendría ninguna compatibilidad me parece que es fruto de algo que va más allá de un interés humano.
¿Las últimas tandas de seminaristas difieren mucho de las aquellas a las que usted perteneció?
Si esta pregunta se la hace a un sociólogo le diría que evidentemente. Pero creo que la persona no es tan distinta. Siempre hay alguien que tiene un corazón tocado por una llamada a la que quiere responder. En el fondo hay un proceso de libertad, de lucha indiscutible y de disponibilidad. Son elementos espirituales que no son simplemente materiales. Otros hablan de generaciones más light, pero recuerdo a mis mayores decir que nuestra vocación era más light que la suya. Siempre los jóvenes van a ser distintos que sus mayores, pero esto sí se trata de algo sociológico más que espiritual.
Usted ha tenido experiencia parroquial ¿Eso marca?
No desmerezco otras experiencias, ni muchísimo menos, pero vivir la parroquia genera una vinculación muy cercana de servicio. El párroco está en la primera fila de las relaciones humanas, y tiene que atender muchos factores que le exigen de alguna manera la atención de los demás. Le pongo un ejemplo: abro la parroquia y me encuentro con la persona que pregunta por la lamparita apagada del sagrario, luego estoy con quien me pide una partida de bautismo, después con el voluntario de Cáritas que está atendiendo las circunstancias de una persona en dificultades, la llamada de una hermandad que necesita unos cultos, el movimiento que precisa unas horas extras para atender a sus fieles… Es una vocación de disponibilidad inmediata. La parroquia no se puede delegar en una agenda.
¿A qué ámbito de la pastoral dedica más atención? ¿Alguna preferencia?
Atender a las personas es lo que más me gusta. Y la escucha de las personas también.
En una entrevista dijo que uno de los enemigos del seminarista era “la imaginación”…
Eso es un tema peculiar. El problema es que el seminarista puede imaginar cómo es su futuro, o cómo seria él de cura, la parroquia perfecta, etc. Pero esto se aplica también al que se va a casar. El problema de la imaginación es que proyectamos nuestros deseos, y lo más importante es la atención a la realidad concreta, lo que tenemos, lo que somos, el instante. La proyección nos lleva a pensar de alguna manera en un control nuestro. Luego se te tuerce el día y se fastidia todo. Si hice esa aseveración es porque hay que educar a la persona a vivir la realidad, en las relaciones sociales, familiares, con las cosas que nos suceden. Porque, además, el Señor no está en la imaginación, está en la realidad. Para eso ha resucitado, no para que yo lo encajone en una idea, sino para que Él se muestre vivo donde a Él le da la gana, y como a Él le da la gana. La iniciativa la tiene Él, no la tengo yo.
Estuvo en Roma entre 2004 y 2008 ¿Tanto le impactaron los últimos días de san Juan Pablo II?
Es que fue muy fuerte, era un mensaje muy potente y muy válido. Ver a una persona enfermísima dando la vida, a mí me estaba diciendo muchas cosas ¡Como podía estar yo quejándome! Aquello, además, fue seguido de la elección de Benedicto XVI, que fue muy importante en mi etapa de formación espiritual y teológica. Fue un aldabonazo para decir ‘Ramón, hay que pringarse’.
Usted es canónigo ¿Cómo explicaría la labor que se lleva a cabo desde el Cabildo? ¿Quizás se trata de una institución desconocida en Sevilla?
Es una institución que no es reconocida ni apreciada como se debe, no se la considera como un servicio. Y sin embargo he aprendido allí una cosa. Ha sido un momento excepcional para tomar conciencia de mi diócesis, porque estoy en la casa madre, la Catedral, el lugar de la enseñanza del obispo. Aparte, por las mañanas me suelo encontrar con una veintena de sacerdotes que están rezando juntos. Y esto es un pulmón espiritual para la diócesis. No son tantas las catedrales de España en las que diariamente una veintena de curas se ponen a rezar. La diócesis de Sevilla no tiene monasterios masculinos, es verdad, pero sí una Catedral con una veintena de sacerdotes que se unen para rezar y alabar a Dios. No podemos dar sólo la imagen de una Iglesia eficiente, efectista o sociológicamente relevante. Hay que valorar el pulmón espiritual que supone que unos sacerdotes se unan para alabar a Dios.
¿En este entorno social y cultural, qué lleva a un joven a dar el paso de querer ser cura?
Parto de mi experiencia. Lo que Dios ha hecho en mi corazón es darme cuenta de que no ha habido nadie que me haya amado como Dios. Cuando Él entra en el corazón de una persona y le muestra su amor y predilección… Hay una primera llamada del Señor, sin esa no hay vocación. El centro es que Dios te está llamando y te muestra su amor, uno se siente preferido por un amor preferencial del Señor. Esa es la base, ayer, hoy y creo que siempre.
¿Usted se imaginó así cuando ingresó en el Seminario? ¿Es el cura que quería ser?
No, no. Porque la Iglesia ha querido que yo fuera otro tipo de cura del que imaginaba. No, yo soy otro.