Reportaje sobre el Ordo Virginum: Vírgenes consagradas, la forma más antigua de consagración

Reportaje sobre el Ordo Virginum: Vírgenes consagradas, la forma más antigua de consagración

El pasado 31 de mayo se celebraban los cincuenta años de la restauración del antiguo Ordo Virginum, por deseo de Pablo VI, lo que supuso el renacer de un carisma de la vida consagrada femenina que en la Archidiócesis hispalense se concreta en una decena de mujeres. Esta vocación singular, diferente y distinguible de toda otra forma de vida consagrada ha sido especialmente potenciada desde el Concilio Vaticano II, si bien, se trata de la forma más antigua de consagración, apareciendo ya algunos ejemplos de ello en los Hechos de los Apóstoles.

Se trata de una vocación que nace en una diócesis, desvinculada de una congregación religiosa en particular y cuya misión es servir precisamente a la pastoral diocesana. Asimismo, esta Orden no cuentan con fundadoras o superioras entre sus consagradas, sino que depende directamente del diocesano del lugar. De este modo, corresponde al Obispo admitir a la aspirante a su vocación y celebrar su Consagración. Y una vez consagrada debe también velar por la atención pastoral de estas mujeres. Las vírgenes consagradas tampoco viven en comunidad, sino que pueden hacerlo solas, con sus familias o en otras condiciones favorables a su vocación. Pese a esto, sí mantienen una estrecha relación entre ellas celebrando reuniones mensuales de formación, retiros espirituales en los tiempos litúrgicos fuertes o convivencias y encuentros nacionales. Por otro lado, estas mujeres se sustentan con el fruto de sus trabajos, ya que siguen ejerciendo sus profesiones una vez consagradas.

¿Cómo se diferencia entonces esta vocación de cualquier otra mujer soltera que viva intensamente su fe y servicio a la Iglesia?

Esposas de Cristo

“Las vírgenes consagradas en el Orden de las Vírgenes somos laicas que hemos recibido del Señor una llamada especial en la Iglesia, a vivir la esponsalidad con Él en medio de la sociedad, en nuestra diócesis y unidas a la Iglesia Universal”, explica Pilar Ríos, virgen consagrada. Señala también que “el Orden de las Vírgenes no es un carisma único e igual para todas, no es un movimiento, ni una congregación, es como su palabra indica un orden, una categoría de fieles en la Iglesia”, por tanto, “cada una según sus circunstancias, su carisma, tiene su regla trabajada con su director espiritual y aprobado por su obispo”.

Fue precisamente Pilar quien dio a conocer este carisma a María Gallego, también virgen consagrada. Esta joven de Burguillos reconoce que siempre había sentido inquietudes vocacionales pero que no se sentía llamada a vivirlas dentro de un convento. “Me decía a mí misma que si hubiese algo en lo que yo pudiese vestir a mi manera y seguir con mi trabajo, no me importaría”, recuerda. En 2012 se entusiasmó al conocer que “el carisma que tantas veces soñé existía”.

Ambas iniciaron un proceso de discernimiento hasta su consagración el 8 de febrero de 2014, día de Santa Bakhita, en la Capilla Real de la Catedral.  Desde ese día “mi vida cambió radicalmente y para mejor”, se felicita María, mientras que Pilar confiesa que “cuando empecé este camino, no conocía a ninguna Virgen, nunca había oído hablar de esta vocación. Ahora te das cuenta de todo el material que hay para profundizar desde las raíces y cómo desde Roma se están preocupando para que estemos bien formadas”. Ejemplo de ello es la publicación hace un par de años de la instrucción ‘Ecclesiae Sponsae Imago’ aprobada por el papa Francisco, que renovaba el Ordo Virginum.

Tres pilares

Como consiliario de las vírgenes presentes en Sevilla, y desde una perspectiva más formal, el sacerdote Andrés Ybarra indica que estas mujeres viven su misión en la Iglesia desde tres pilares: “El primero es la esponsalidad, es decir, la vivencia de ser esposa de Cristo. La mujer, después de la llamada que ha recibido por parte del Señor, no entiende su vida sino desde ese ser una sola carne con Él. Eso se traduce en una vida de oración íntima, profunda y sosegada, donde es capaz de gustar al esposo y convertirse así en evangelizadora”. En esta línea María comenta que su día a día “está centrado en el Señor y lo primero que hago, nada más levantarme, es tener mi hora de oración”. Admite que se trata de su “momento preferido del día, ya que no hay nada de ruido y es cuando realmente estamos solos Él y yo”. Asimismo, añade Pilar, en esta vocación “es clave la Misa diaria, el rezo de la Liturgia de las Horas, tener nuestro rato de encuentro personal con el Señor…”, porque “sin oración no hay trabajo fecundo y, como nos recuerda el Papa, todo seguimiento de Cristo ha de ser contemplativo”.

Otro aspecto fundamental de este carisma, según Ybarra, es la virginidad. No en vano, las candidatas a esta Orden no deben haber contraído nunca nupcias, ni vivido pública y manifiestamente en contra de la castidad. Al respecto, el consiliario aclara que las consagradas “experimentan su virginidad no como una carga, sino como una decisión libre, una apuesta por la llamada que han sentido. Se trata de potenciar su vida y vivirla con mayor autenticidad”. En palabras de Pilar “vivo la virginidad con la Virgen María, imitándola en su espíritu de servicio y en la maternidad espiritual. Esta virginidad me lleva a luchar por tener un corazón grande donde quepan muchos”.

Finalmente, el tercer pilar es la “diocesaneidad o maternidad”, una misión que se manifiesta en “ser signo de la Iglesia allí donde están”. Al respecto, María confiesa que fue precisamente renunciar a una maternidad biológica lo que frenó durante muchos años su vocación a la vida consagrada. Sin embargo, ahora vive una maternidad espiritual que alcanza a muchos niños y jóvenes, tanto en el colegio diocesano en el que trabaja como maestra, como en la parroquia en la que colabora siendo catequista con jóvenes confirmandos.

Por su parte, Pilar profundiza en esta cuestión reflexionando que “la vocación no es para mí, es para lo que el Señor vaya necesitando y para esto todos los años me pongo a disposición de mi obispo”. Así, actualmente se está formando en el acompañamiento y discernimiento de los jóvenes, un apostolado donde se siente “una privilegiada”.

La Iglesia Católica es rica en carismas y el de las vírgenes consagradas es uno que busca enraizarse en la Archidiócesis hispalense a través de numerosas mujeres alegres, entregadas a la Iglesia, que no miren el reloj cuando estén acompañando al que la necesita, que –en definitiva- sean testimonio honesto del Evangelio.


CARTA DOMINICAL

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