Sábado de la tercera semana
Queridos hermanos y hermanas:
Os hablaba ayer del ayuno como práctica penitencial en esta Cuaresma y en la peculiar circunstancia que estamos viviendo. La práctica voluntaria del ayuno ofrecido a Dios como sacrificio agradable, nos permite también caer en la cuenta de la tristísima situación en que viven muchos hermanos nuestros, casi un tercio de la humanidad, que se ven forzados a ayunar como consecuencia de la injusta distribución de los bienes de la tierra y de la insolidaridad de los países desarrollados.
Desde la experiencia ascética del ayuno, y por amor a Dios, hemos de inclinarnos como el Buen Samaritano sobre los hermanos que padecen hambre, para compartir con ellos nuestros bienes. Y no sólo aquellos que nos sobran, sino también aquellos que estimamos necesarios, porque si el amor no nos duele es un amor engañoso.
En la antigüedad cristiana se daba a los pobres el producto del ayuno. En la coyuntura social que estamos viviendo con tanta pobreza en nuestros barrios y nuestros pueblos, hemos de redescubrir y promover esta práctica penitencial de la primitiva Iglesia. Por ello, pido a las comunidades cristianas de la Archidiócesis, a los sacerdotes, consagrados, diáconos, seminaristas y laicos que, junto a las prácticas cuaresmales tradicionales, la oración, la escucha de la palabra de Dios, la mortificación y la limosna, intensifiquen el ayuno personal y comunitario, destinando a los pobres, a través de nuestra Caritas, aquellas cantidades que gracias al ayuno se puedan recoger.
Que la Santísima Virgen acoja las oraciones de tantas almas buenas que, en estos días, desde la intimidad de sus conventos o sus hogares intensifican la oración para que el Señor se apiade de nosotros y nos libere de la pandemia que estamos padeciendo y nos conceda una Cuaresma fructuosa y santa.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla
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